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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

11º Domingo después de Pentecostés , 20.08.2017

Mujer, que grande es tu fe
Sermón sobre Mateo 15:21-28, por Ricardo Becker

21 Jesús se dirigió de allí a la región de Tiro y Sidón. 22 Y una mujer cananea, de aquella región, se le acercó, gritando:

—¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!

23 Jesús no le contestó nada. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron:

—Dile a esa mujer que se vaya, porque viene gritando detrás de nosotros.

24 Jesús dijo:

—Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.

25 Pero la mujer fue a arrodillarse delante de él, diciendo: —¡Señor, ayúdame!

26 Jesús le contestó:

—No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros.

27 Ella le dijo:

—Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos.

28 Entonces le dijo Jesús: —¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres.

Y desde ese mismo momento su hija quedó sana.

 

En el Evangelio del día de hoy, Mateo nos relata el encuentro de Jesús con “una mujer no judía”. Una mujer de la cual no se nos ofrecen mayores datos, solo sabemos que era una mujer Cananea, que tenía una hija y esa hija estaba con un problema de salud.

Les invito a que juntos recorramos el relato del evangelio de hoy.

Jesús estaba en camino de hacia Tirio y Sidón, en el camino su viaje es interrumpido de una manera poco formal y habitual. En medio de la gente alguien viene gritando, se siente una voz de desesperación, de dolor. Alguien que clama, que clama no solo por sí misma sino por alguien más. Que clama por la salud de su hija. Me dijo alguien una vez “por los hijos una madre es capaz de hacer cualquier cosa”. Y es la es la situación de esta mujer. Está dispuesta a hacer de todo para encontrar misericordia, para encontrar el alivio para su hija.

Clama por misericordia, por atención, porque necesita. Me puedo imaginar a cuántos ya habrá recurrido esta pobre mujer buscando alguna solución a su problema; buscando liberar a su hija. Ahora se entera que Jesús está pasando por la región. No duda. Sale al encuentro de Jesús.

Al acercarse a Jesús se encuentra con varias barreras a superar:

La barrera cultural. No es de nuestra gente, no es de la misma “raza”, no pertenece al mismo grupo. Es extranjera, lo que significa “es una extraña”. No tiene nada que ver con los discípulos y con Jesús.

La barrera social. Es mujer, como tal no le era permitido hablar en público y, encima con hombre y extranjeros! Su lugar no era la calle, sino la casa y el trabajo doméstico.

Los discípulos. Se sienten molestos por esa mujer que viene corriendo tras ellos y grita. No la quieren escuchar; no quieren hablar con ella; no se quieren “igualar” a su condición y por eso no le hablan sino que le dicen a Jesús que mande que ella se calle…

Ella se encuentra con la indiferencia de todas las personas y también la de Jesús, quien no quiere ni siente la necesidad de hacer algo por ella. Frente al pedido que le hacen sus discípulos el simplemente contesta que “Dios le ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, que no vino para otros…

La mujer en su desesperación no desiste. Ella se acerca a Jesús, consigue superar las barreras externas y también las internas… así se acerca a Jesús. El amor a su hija es lo que le lleva a clamar. Ella ama y está convencida que Jesús podrá hacer algo.

Se acerca a Jesús llamándolo “¡Hijo de David, ten compasión de mí!...” Reconoce en Jesús algo más, algo que tal vez la mayoría no estaba reconociendo…

Después de escuchar una respuesta de Jesús con un alto contenido de indiferencia, no se da por vencida, va y se arrodilla ante Jesús y ya no le habla solamente con un título humano, político (Hijo de David”), sino que se dirige a él como “Señor…”, confesando que en Jesús hay algo más. Confiesa y cree que Jesús es alguien que puede cambiar esa realidad que ella está viviendo.

Ante la segunda “respuesta negativa” de Jesús (“No está bien quitarles el pan a los hijos y dárselo a los perros”) ella no desiste, sino que insiste y no deja que nada la separa de la esperanza que viene expresando en medio de su dolor: “Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”.

Finalmente cuando ella estando frente a Jesús, y Jesús frente a ella, se da el desenlace final, se produce el milagro: “¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres”

Este Evangelio es una invitación a no bajar los brazos, a no desistir, aunque la vida parezca dura, aunque los sueños se desvanezcan, aunque la esperanza se derrumba, sino a seguir, así como lo hizo la mujer del que nos habla nuestro Evangelio.

Una mujer llena de amor, amor a su hija y amor a Dios. Amor que la lleva a creer y esa fe le da fuerzas para seguir luchando para ser persistente.

Hay un poema que lleva por título “NO DESISTAS” de RUDYARD KIPLING que quiero leer a continuación:

Cuando vayan mal las cosas como a veces suelen ir,

cuando ofrezca tu camino solo cuestas que subir,

cuando tengas poco haber pero mucho que pagar,

y precises sonreír aun teniendo que llorar,

cuando ya el dolor te agobie y no puedas ya sufrir,

descansar acaso debes ¡pero nunca desistir!

 

Tras las sombras de la duda ya plateadas, ya sombrías,

puede bien surgir el triunfo no el fracaso que temías,

y no es dable a tu ignorancia figurarte cuán cercano

pueda estar el bien que anhelas y que juzgas tan lejano.

 

Lucha, pues por más que tengas en la brega que sufrir,

cuando todo esté peor, más debemos insistir.

 

Que Dios les bendiga. Amén.



Pastor Ricardo Becker
Asunción, Paraguay
E-Mail: iglesia@ceaa.org.py

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