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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

13º Domingo después de Pentecostés, 03.09.2017

Sermón sobre Mateo 16:21-29, por Javier Oscar Gross

 En mi infancia en General Ramírez, una ciudad de Entre Ríos, Argentina, por las tardes miraba la televisión, donde  se emitía, y todavía se pasa, un programa mexicano, que fue muy famoso y  aún hoy lo es, “El Chavo del 8”. El personaje principal, era justamente el Chavo del 8, un niño de 8 años (interpertado por un adulto) que en su intención de ayudar, muchas veces sin querer impedía que algo se realice.  Yo creo que Pedro en este texto, se parece mucho al Chavo del 8. Él quiere ayudar a Jesús, o por lo menos así lo piensa y cree,  pero en verdad, no está dejando que se realice lo que Dios quiere para Jesús, y  es el mismo Jesús quien se lo hace saber en el verscículo 23, donde podemos leer lo siguiente: “Pero él se volvió y le dijo a Pedro: Aléjate  de mi vista, Satanás! ¡Me eres de tropiezo! Tú no piensas en la cuestiones de Dios sino en las humanas”.

¡No ser de tropiezo para Jesús, no interponernos en su camino! Esta es una tarea en nuestro seguimiento. Sobre esto debemos reflexionar todos los días como iglesia, como cristianos, y fundamentalmente, este llamado a no ser tropiezo también es para los ministros de la palabra que tratamos de interpretar y buscar la voluntad de Dios guiando a una congregación. Cada vez que leemos este texto, nos deberíamos confrontar y dejar interpelar por la pregunta: ¿Estamos aceptando y siguiendo a Jesucristo? ¿Estamos cargando con nuestra cruz, o estamos siendo de tropiezo para Él y su Reino? Cuántas veces sucede que estamos pensando en las cosas humanas y dejamos que nuestros sueños, proyecciones y proyectos personales sean los que dominen dándole el primer lugar a nuestro afán de dominar y transformar a la otra persona según nuestra visión de lo que debe ser el ideal de Jesucristo y de la Iglesia. Es entonces que somos tropiezo para Dios.

En esta línea tenemos como cuestión, mirar a nuestras comunidades, mirar el lugar donde profesamos nuestra fe y reflexionar sobre algunos puntos. ¿A quién se parecen nuestras prácticas: a Jesús o a nosotros mismos? ¿Las personas encuentran en nuestras comunidades un lugar donde se intenta vivenciar el evangelio? ¿Son nuestras comunidades un lugar donde se puede  encontrar  al Dios viviente,  intentamos que allí se exprese  el Reino de  Dios? Es obvio que siempre hay contradicciones, que la tensión entre el Adán que no quiere morir y Cristo que nos resucita a la vida nueva siempre está presente. ¿En nuestras comunidades la gente puede responder a la pregunta del texto del domingo pasado acerca de “quién es Jesús” (Mateo 16:14), a través de nuestros gestos y acciones?  ¿O no será más bien que en las mismas se encuentra un grupo de personas que está pensando sólo en las cuestiones humanas? Las  comunidades que se parecen a nosotros mismos, que se parecen al Pedro del texto de hoy,  están destinas a perderse como lo dice el evangelio.

Lo primero que Pedro tuvo que aprender, es que Cristo no se tiene que parecer a él, que Cristo no es y no va a ser lo que él quiere que sea. Cristo no es el líder mesiánico que se  va a imponer a través del ejercicio de la violencia, ni el  Dios  que busca  privilegios para sí mismo y todos los que lo rodean. Porque todo lo que Pedro proyectaba y deseaba sobre Jesús, lo proyectaba sobre él,  ya que  buscaba el “éxito” de Cristo en los términos humanos, para él también poder ser “exitoso”. Pedro se parece a esos padres que quieren que sus hijos sean exitosos en algo, no para que a sus hijos les vaya bien en la vida y sean felices, sino para salvarse a sí mismos. Por eso vemos cada vez con mayor frecuencia tanta obsesión de muchos padres de querer tener un “Messi o Ronaldinho  o Naymar”. Pedro buscaba el “éxito” de Jesús porque él quería salvarse a sí mismo, es decir, tener honores y gloria, por eso no quería dejar que Cristo vaya a Jerusalén, ya que, era la ciudad que representaba tanto el poder religioso como político. Jerusalén era lo contrario al Reino de Dios. Jerusalén era la portadora de las injusticias a las cuales Jesús se oponía y confrontaba en su discurso y prácticas de fe. Los Poderes de Jerusalén  no  soportaban el cuestionamiento de Jesús, y planificaban matarlo. Todo ello era lo que debía  enfrentar al ir a Jerusalén, y esto  implicaba sufrir. No sufrir por sufrir, sino el sufrir por hacerse cargo de una realidad, por asumir un compromiso con los más débiles, con las víctimas,  que es  el sufrir por querer reflejar el Reino de Dios, el cual sufre la violencia de los proyectos humanos, de las cuestiones humanas ( el antireino) que no quieren que  Dios se haga presente en medio de esas realidades desenmascarándolas .

Pedro es el mismo del cual en el versículo 16 de este  capítulo  se nos dice lo siguiente: Simón Pedro respondió Tú eres el Cristo. Esto leído en relación al texto de hoy, nos enseña que es importante declarar quién es Jesús para nosotros, es decir, es fundamental confesar que Cristo es nuestro señor y salvador, pero con esto sólo no alcanza, también es necesario dejarlo ser y hacer en nuestra vida, dejar que él sea quien nos guíe. Es necesario seguirlo hasta la cruz para parecernos él en nuestra vida de fe.

Cuando queremos hablar sobre la realidad, lo debemos hacer desde ese lugar antes mencionado, es decir, dejando que Cristo sea en nosotros, que nuestro mirar busque la verdad del Reino que cuestiona a los poderes dominantes y poderosos de turno, que mira desde la cruz, que enfrenta todo aquello que genera injustica, que sea Cristo quien nos marque el camino. Y  no  por cuestiones humanas,  no diciendo lo que nos queda fácil y  cómodo, lo que los otros, (los Pedros) quieran escuchar. Porque cuando se da esto último, es  ahí  que estamos siendo de tropiezo para Cristo, nos estamos alejando del camino de la cruz y de la resurrección. Siempre la tentación que debe superar  la Iglesia debe ser la de no parecerse a este  Pedro,  que se opone a Jesús, sino al Pedro que morirá en la cruz tiempo más tarde

 En Argentina se está haciendo una campaña en las redes sociales y algunos medios de comunicación para saber qué pasó con alguien que desapareció. Esta persona se encontraba acompañando en una protesta de los Mapuches (un pueblo originario) por la tierra en el sur del País. La campaña consiste en preguntar “¿Qué pasó con Santiago Maldonado?”, ya que desapareció forzadamente. Dos pastores se sumaron a esta campaña, desde el interés de  la búsqueda por  la verdad y la justicia, y  se los cuestionó desde las redes sociales, se les dijo que eran partidistas, que le hacen mal a la iglesia, que de esos temas no deberían hablar.  Otra vez  aparece Pedro, buscando que se diga lo que los demás quieren escuchar, cuestionando los discursos comprometidos, buscando domesticar a  Cristo, buscando un discurso edulcorado de la realidad, un evangelio sin conflictos y problemas, que se olvide de los crucificados de la historia. ¿Desde cuándo la verdad tiene partido político?

 Siempre que la iglesia quiere hablar de las víctimas, en cualquier momento histórico, siempre que quiere denunciar y ejercer su rol profético, aparece lo humano, aparece lo miserable e insensible que no puede ver más allá de su propias narices o propios deseos, como lo hizo Pedro. Esto mismo que se dijo contra esto dos pastores ahora , es lo mismo que se ha dicho y han sufrido muchos pastores en distintas épocas, donde eran acusados y señalados con el dedo, cuando confrontaban al poder, ya sea en los 90 o en los 70. Siempre están aquellos que desde lo humano son tropiezo para que la verdad no salga a la luz, para que el Reino de Dios no se revele.

Seguir a Jesús no es fácil y esto nos lo recuerda nuevamente el evangelio para este domingo. Nos podemos quedar solos, porque nuestros discursos no reflejan las cuestiones humanas, porque no buscamos salvarnos a nosotros mismos, sino enfrentar a la realidad, porque queremos asumir las consecuencias del camino a Jerusalén. Seguramente nos tocará sufrir, como lo hicieron muchos en sus épocas, como lo hizo el mismo Jesús. Pero la fe no renuncia,  nunca a la cruz porque es el único camino a la resurrección, y es ahí donde Cristo nos da la buena noticia que allí donde parece que lo perdemos todo, por lo contrario encontramos la salvación. Cuando el camino es inverso, cuando queremos hacer y decir  lo que Pedro quiere,  cuando no queremos cargar nuestra cruz, ni ir a Jerusalén, nos perdemos  como cristianos por más que creamos que nos salvamos.

¡Que Dios nos ayude a no pensar en las cuestiones humanas y ser tropiezo para su Reino! Que nos ayude a cargar nuestra cruz junto a él caminado a Jerusalén. Amén



Pastor Javier Oscar Gross
Buenos Aires
E-Mail: javiergross76@hotmail.com

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