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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

14º Domingo Después de Pentecostés , 10.09.2017

Sermón sobre Mateo 18:15-20, por Delcio Källsten

Si tu hermano te hace algo malo (peca contra ti, te ofende), habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano.

Cuando hacemos algo malo, pecamos u ofendemos a nuestro hermano o hermana algo se rompe entre nosotros; se corta una relación de amistad, de confianza. Se pierde al otro, nos perdemos del otro o la otra. El daño está hecho y las consecuencias que son dolorosas se hacen visibles, se sienten y sufren profundamente.

¿Cuál es la salida? Jesús responde, deben buscar el único remedio: el perdón. Y no se trata de buscarlo en cualquier lugar, sino que quien se siente ofendido, lastimado o dañado debe tomar la iniciativa de propiciar que se den las condiciones para poder perdonar al otro. Quien fue ofendido es quien por lo general peor se siente y quien primero toma conciencia del mal que sufre. Tal vez por eso Jesús manda a que estos den el primer paso, el más difícil pero el principio del esfuerzo por perdonar y ser perdonado.

Jesús dice como comenzar…A la pregunta ¿hasta dónde debemos llegar? La respuesta es a todo lo que está a nuestro alcance. No porque siempre resulte bien, sino porque no debemos guardarnos nada de las posibilidades que Dios nos da para intentarlo. Muchas veces no nos arrepentimos así no más. Tantas veces nos comportamos como rencorosos o rencorosas por mucho tiempo y no llegamos a saborear los frutos del perdón y la reconciliación.

Jesús indica pasos en la tarea de buscar perdonar al otro. Primero hablar a solas, que es una manera de no exponer a la vista de todos el pecado de la otra persona. No hay necesidad de más testigos si las cosas se resuelven entre las personas directamente implicadas. Pero el esfuerzo por recuperar, ganar al hermano no es solo personal. Cuando El dice que la comunidad puede intervenir, está diciendo que esta es una de las responsabilidades que tiene la iglesia. Si una parte sufre todas las demás se solidarizan y contribuyen en curar las heridas, la parte dañada.

En el libro del Levítico cap. 19: 17-18 leemos. “No abrigues en tu corazón odio contra tu hermano. Reprende a tu prójimo cuando debas reprenderlo. No te hagas cómplice de su pecado. No seas vengativo ni rencoroso…”

Las consecuencias del pecado afectan y complican siempre las dos partes. A quien lo comete porque se ata al mal y se vuelve esclavo de la culpa o la inconsciencia. A quien fue dañado porque se siente herido o herida pero también porque enfrenta la tentación a sentir odio, a desear el mal a quien le agredió o a buscar venganza (El viejo ojo por ojo, diente por diente). Por último si no hacemos nada para que el hermano que se ha equivocado recapacite y se arrepienta, ni nos esforzamos en conseguir que pida perdón y cambie de actitud, nos volvemos cómplices de su pecado. Esto es bueno pensarlo. Puede que si no hacemos lo que Jesús nos invita a poner en práctica pasemos de ser víctimas de la ofensa a ser cómplices de la manera en que el otro vive o actúa. Muchas veces puede haber un delgado hilo entre las dos posibilidades y a veces pasa que no sabemos de qué lado estamos.

Por ejemplo si un papá o mamá no hace ver a su hijo o hija sus errores o tal vez el daño que hizo a alguien y no se esfuerza en que lo comprenda y se arrepienta, habrá dejado pasar la oportunidad, tal vez la única de rescatar a su hijo del error y de ayudarle a vivir correctamente… Pasado el tiempo también muchos padres comenzamos a preocuparnos por el modo en que este adulto la criatura de ayer y que no supimos reprender, tiene pensamientos o actitudes malas, equivocadas o injustas. A veces y por más que quisiéramos que fuera diferente ya es un poco tarde o mucho más difícil lograr un cambio.

El profeta Ezequiel recibe el llamado a cuidar de su pueblo, de ser el guardián de sus hermanos. Una inmensa responsabilidad, tanto más cuando los pecados cometidos llegan a ser graves. Si es difícil denunciar o enfrentar a alguien con su culpa sobre ofensas no graves y que la persona lo acepte, cuanto más difícil se hace todo cuando como el profeta tenemos entre manos cosas gravísimas, donde inclusive interviene la justicia, abogados o la policía. Pedimos a Dios no tener que andar en esas cosas. Sin embargo los cristianos somos llamados a hacer prevención en casa, la iglesia o nuestra ciudad. Nos esforzamos por vivir justa y honradamente. Nos esforzamos en vivir correctamente y en paz en casa, pero también con el vecino y con toda persona, para que nadie tenga nada que reprocharnos. Si hacemos algo malo pedimos perdón y le rogamos a Dios que no permita que cometamos pecados graves. Y si alguien nos ofende tratamos de hacerle ver su error, con delicadeza y respeto pero con la intención de que cambie. Esperamos que otros hagan eso mismo con nosotros cuando haga falta.

No juzgamos a los demás, eso lo dejamos en manos de Dios, para que nosotros tampoco seamos juzgados…

Prevenimos, prevenimos y prevenimos para que no nos siga pasando como ahora que como sociedad estamos ante tantas situaciones tremendas de delitos, violencia, falta de entendimiento, conflictos y miseria humana. No nos resignamos a vivir sin paz, sin perdón y reconciliación, ni tampoco dejamos de buscar “ganarnos” unos a otros mediante el arrepentimiento y el perdón.

AMEN



Pastor Delcio Källsten
Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina
E-Mail: delciok@hotmail.com

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