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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

15º Domingo después de Pentecostés, 17.09.2017

Sermón sobre Mateo 18:21-35, por Delcio Källsten

Perdonar, bueno, pero ¿cuántas veces? Hasta tres veces era una exigencia ya entre los judíos. Las siete veces que menciona Pedro, podría interpretarse como una expresión de gran generosidad o buen corazón para perdonar a quien nos ofendió.

Pero Jesús responde que hay que perdonar hasta setenta veces siete. Lo que es igual a decir que no hay una cantidad de veces limitada para perdonar, sino que ese llamado es a perdonar siempre. Siempre. Eso no pasa entre nosotros, podríamos decir, salvo las contadas excepciones de personas que si lo hacen. Más bien no caracterizamos por dar rencor, rechazo, odio y hasta violencia a quienes nos ofenden.

Jesús sabe que es asunto difícil perdonar, tal vez por eso y seguido a la respuesta que le dio a Pedro dijo aquella parábola.

Con el reino de los cielos sucede como con un rey que quiso arreglar cuentas con sus funcionarios. Es decir la manera de ver que tiene Dios, su criterio sobre este asunto es como ese rey que según era norma, mandó a que vendieran como esclavos al funcionario que le debía mucho dinero, a su esposa, sus hijos y todo lo que tenía pero cuando el hombre le rogó que le tuviera paciencia lo dejó libre. Pero el reino es también como ese mismo rey que al enterarse de que aquel a quien le había perdonado su inmensa deuda, no tuvo misericordia y trató con tanta dureza a su compañero que le debía apenas unos pocos, se enfureció por tal injusticia, lo hizo traer y después de llamarlo malvado le expresó la razón de su furia: que él no había actuado con misericordia ni había perdonado a quien le debía (más grave todavía) unos pocos pesos, siendo que él había sido perdonado antes y por su deuda que era mucho mayor.

Luego llegó el castigo. Jesús concluye explicando el significado de la parábola y como son las cosas en el reino o para Dios: “Así hará también con ustedes mi Padre celestial, si cada uno de ustedes no perdona de corazón a sus hermanos”

En una reunión de señoras de la comunidad leímos este mismo pasaje. Luego repartimos unos papeles de diferentes tamaños donde decía “pagaré” a… y podíamos poner nuestros nombres. De tal manera por así decirlo teníamos en nuestras manos una cantidad más pequeña o más grande a nuestro favor. Siempre puede pasar que alguien haya contraído alguna deuda con nosotros: porque nos sentimos ofendidos, no hizo lo correcto, nos debe dinero y ni se acuerda de devolverlo…Pero también hay personas que tienen en su poder “pagarés” por deudas que nosotros hemos contraído con ellas. Y Jesús remata su enseñanza afirmando que quien tiene los “pagarés” más grandes y firmados por todos nosotros es Dios mismo que siempre está dispuesto a perdonarnos si a su vez nosotros perdonamos a los demás.

Tal como decimos al orar “Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, cada vez que le pedimos perdón a Dios estamos diciendo que a la vez nosotros ya estamos haciendo lo mismo con nuestro hermano o hermana.

Si le pedimos perdón a Dios es porque hemos pecado y porque tenemos la certeza de que por Cristo Jesús y su sacrificio Él nos perdona. En este sentido nada podemos ofrecer a Dios más que nuestro arrepentimiento. Pero no podemos presentarnos a Dios sin tener en cuenta que al hacerlo contraemos el compromiso de hacer lo mismo que él hace con nosotros con nuestro prójimo: tratarlo con misericordia y perdonarle de corazón.

Es tan difícil perdonar especialmente cuando hay de por medio pecados graves, daños irreparables o consecuencias de dolor y sufrimiento para quien tiene que perdonar.

Cuando Jesús estaba a punto de morir en la cruz, rogó a su Padre que perdonara a quienes lo habían crucificado. Como queriendo atenuar el castigo merecido y obtener el perdón para ellos, dijo a su favor, que no sabían lo que hacían.

Muchas veces es difícil perdonar, estamos ante cosas “imperdonables” decimos. Y con eso guardamos ese pagaré a veces enorme por mucho tiempo, a veces demasiado. Tanto que al final tal vez llegó a carcomernos el corazón y ahogar hasta nuestros buenos sentimientos. Porque lamentablemente quien tiene y vive de los sentimientos del reino termina enfermándose si no puede perdonar. El rencor, el odio y cualquier sentimiento malo se vuelven, como un búmerang, en nuestra contra…

Hay ocasiones que necesitamos liberarnos de esos pagarés, romperlos, ponerlos en las manos de Dios que después de todo sabrá como cobrarlo o de qué manera arreglar las cuentas.

Así como no podemos vivir con la mala conciencia de haber hecho algo malo sin tratar de arreglarlo, tampoco podemos vivir con aquello que no podemos perdonar. Las dos cosas son absolutamente malas y nocivas para nuestra salud espiritual y física.

La justicia del mundo es insensible, no tiene corazón. Los cristianos intentamos vivir según la justicia del reino que quiere humanizar, salvar y ayudar para que vivamos mejor y con la oportunidad de recibir perdón los unos de los otros para empezar de nuevo, para cambiar de actitud y ser mejores personas. El perdón de Dios es como una puerta que se abre a un nuevo comenzar. Si entre nosotros podemos brindarnos de ese perdón es como si Dios mismo estuviera en medio nuestro. Y que alegría sentir eso.

Que Dios nos ayude a desarrollar y tener siempre un buen corazón para perdonar y que eso mismo hallemos en quien tal vez tenga que perdonarnos. Que Dios sea quien vaya perfeccionando nuestro modo de pensar y actuar en relación a la manera de tratarnos los unos a los otros y que siempre hagamos nuestra parte para curar las heridas que dejan el pecado, las ofensas y el mal.

AMEN



Pastor Delcio Källsten
Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina
E-Mail: delciok@hotmail.com

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