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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

19º Domingo después de Pentecostés, 15.10.2017

Sermón sobre San Mateo 22:1-14, por Leonardo Schindler

Estimados hermanos y estimadas hermanas

¡Gracia y bien de parte de nuestro Señor Jesucristo, el que era, el que es y el que ha de venir! Amén.

“Porque muchos son los llamados, pero poco los escogidos”. Así, con esa sentencia, que tranquilamente podría ser slogan publicitario de un producto que ofrece distinción a sus consumidores, concluye nuestro Señor Jesucristo la así denominada “parábola del banquete nupcial” (Biblia de Jerusalem)

Quizás sea oportuno reconocer que la frase puede despertar en lectores u oyentes la pregunta acerca del sentido de la misma, especialmente de cara a certeza de que Dios posee una voluntad salvífica colmada de gracia y de misericordia. ¿Cuál es el criterio para establecer la diferencia entre llamados y elegidos? Y si hay un criterio para la distinción entre unos y otros, ¿no estaríamos participando del sistema meritocrático propio de la religión de la Ley? Para no aventurar rápidas respuestas a estos planteos, quizás sea oportuno tomar en cuenta todo el desarrollo del relato que se encuentra en Mateo 22:1-14.

Como señalaba al comienzo, la frase en cuestión corresponde a la así denominada “parábola del banquete nupcial”. Por medio de ella Jesús se dirige a sus oyentes para hablarles acerca del Reino de los cielos. La parábola cuenta sobre un rey que habiendo organizado un banquete para la boda de su hijo, manda a sus sirvientes a que llamen a los invitados. Es importante tener en cuenta que por aquel entonces se acostumbraba a que los asuntos vinculados a las bodas sean organizados por los padres de los contrayentes y que en el caso de las invitaciones a los banquetes organizados por las familias ricas de Jerusalén, las mismas se hicieran conforme a un protocolo muy particular: “El invitado esperaba que le fuesen comunicados los nombres de los demás restantes comensales y que, independientemente de la invitación anterior, fuese llamado el mismo día del banquete por medio de mensajeros” (J. Jeremías; Jerusalén en tiempo de Jesús, pp 111). Por lo tanto es posible interpretar que la invitación que estaban recibiendo los invitados al banquete nupcial no era la primera, sino más bien la segunda, cuando ya todo el banquete estaba más que organizado.

La reacción de los invitados llama muchísimo la atención. Cada uno de ellos adoptó posturas diferentes: “uno se marchó a su finca, otro a sus negocios, los demás echaron mano de los criados y los maltrataron hasta matarlos” (Mt 22: 5-6). El llamado no los condujo a la boda, sino que desestimaron la misma y con ella, además, la dignidad de aquel que los había tenido en cuenta para participar del banquete. La reacción del Rey no se hizo esperar. Éste envío a sus soldados a que mataran a esos asesinos y quemaran su ciudad. ¿Es acaso ésta una alusión a la destrucción de Jerusalén en el año 70 dC? De ser así, esta sería la interpretación mateana para explicar las causas que llevaron a la destrucción del Templo y la ciudad.

Ahora bien, la negativa de los primeros invitados y los hechos que se sucedieron a partir de allí no fueron razones suficientes para detener el banquete que ya estaba listo. Éste siguió su curso, solo que a partir del rechazo de los primeros invitados se abrieron las posibilidades de participación a otros. La parábola señala que: “El Rey dijo a sus criados: “la boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las encrucijadas, y a todos los que encontréis invitadlos a la boda” (Mt 22: 8-9). La inclusión al banquete se abría a otros y a otras. Y conforme al mandato recibido, los criados invitaron sin detenerse a distinguir entre buenos y malos. Y fue así, entonces, que la boda se llenó de comensales. Muchos fueron los invitados y las invitadas.

Esta masiva invitación a los que estaban en los caminos era habitual pero solamente en ocasión de la Pascua. “En Jerusalén, se invitaba al banquete pascual a los pobres de la calle” (J. Jeremías; Jerusalén en tiempos de Jesús, pp111). Eso nos permite interpretar que el banquete de boda (que afirmaba la consolidación de una alianza nupcial) se convirtió finalmente en banquete de Pascua del cual los pobres podían disfrutar.

Pero no todo terminó allí. Aún con la sala llena de comensales faltaba algo más. Dice el relato de la parábola: “Cuando entró el rey a echar un vistazo a los comensales, reparó en un hombre que no llevaba traje de bodas, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de bodas? EL otro no despegó los labios. (Mt 22: 11-12)

La invitación es grande y considerada, pero exige que se responda a la misma de manera apropiada. Lo mínimo que se hubiera esperado de parte de alguien que fue invitado a participar gratuitamente de un banquete nupcial es que se revistiese con un traje para la ocasión. Notemos que el rey reclama al comensal en cuestión el no haberlo hecho, y éste ni siquiera abre la boca para defenderse…no hay manera de justificarse por lo que no hizo. ¿Es que acaso hay excusas para justificar la ingratitud?

La incapacidad de responder apropiadamente a la gracia recibida tiene su condena y es la de ser expulsado, como lo fue también Adán cuando no cumplió con el mandamiento dado por Dios. Quien no sabe responder a la Gracia de Dios, correrá también la misma suerte.

La Palabra final de Jesús, la conclusión a la cual llega después de todo esto es: porque muchos serán los llamados, pero poco los escogidos, frase que quizás teniendo en cuenta todo lo que hemos visto podemos re interpretar diciendo: “Muchos son los agraciados, pero pocos los agradecidos”.

Porque la sentencia de Jesús no es una afirmación meritocrática sino más bien un llamado a no abandonar el camino del seguimiento. Porque la Gracia de haber sido llamados por Dios a participar del banquete de la salvación debe ser respondida de manera apropiada, con una justicia que incluso supere los acotados límites de la Ley. Siguiendo el relato de la parábola, la práctica de la justicia es el traje que deben colocarse aquellos que han recibido el llamado de Dios a ser parte de su proyecto salvífico, participando gratuitamente de él.

En el denominado sermón de la montaña, Jesús es bien claro sobre este asunto con sus discípulos: “Porque les digo a ustedes – dijo Jesús- que, si no superan a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo ante dios, nunca entrarán en el reino de los cielos”(Mt 5:20). La justicia de los discípulos debe ser superior a la de los fariseos. Y esto es así, no porque se necesiten de más méritos para alcanzar la salvación, sino más bien, porque la salvación alcanzada por Cristo y ofrecida a todas las personas por igual merece ser respondida con una vida orientada a la práctica de la justicia. La Gracia de Dios no es un regalo que nos es dado a cambio de nada, sino por el contrario, a cambio de todo.

Uno de los teólogos modernos que defendió el sentido de la Gracia de Dios como un bien costoso para el ser humano fue el pastor Dietrich Bonhoeffer. En la Alemania dominada por el nazismo, él criticó con mucha dureza a una iglesia cristiana protestante que fundada en la Gracia de Dios ofrecía los bienes salvíficos sin exigir ningún tipo de compromiso, creando la falsa idea de lo innecesario de un camino de seguimiento a Cristo, de compromiso con la vida del prójimo. En uno de sus célebres escritos: “El precio de la Gracia”, Bonhoeffer señalaba lo siguiente:

“La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara. La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón mal malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la iglesia, de donde la toma una manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio que no cuesta nada” (Dietrich Bonhoeffer; EL pecio de la Gracia, Editorial Sígueme, edición 95, p 15)

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de pecados, la absolución sin confesión personal. La Gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado” (Idem, p 16)

Este llamamiento que Bonhoeffer realiza a la Iglesia a fin de que ésta abandone el anuncio de la gracia barata y vuelva al camino del anuncio de la gracia costosa (que incluye desde el comienzo el seguimiento a Cristo), continúa siendo para nosotros hoy, iglesias herederas de la Reforma protestante, una advertencia de enorme trascendencia, dado que vivimos en un mundo desgraciado donde lo único que abunda es la gracia barata.

¿Qué quiero decir con esto? Que vivimos en una sociedad donde cada individuo ha sido convertido en el único responsable de su suerte (de sus éxitos y también de sus fracasos) – por eso lo del mundo desgraciado/vaciado de gracia- pero que al mismo tiempo justifica y absuelve a los individuos de cualquier responsabilidad para con los demás. Una sociedad en la que cada uno carga con el peso de justificarse con sus méritos el valor de sí mismo, pero que al mismo tiempo otorga la licencia de afirmar al igual que Caín “¿acaso soy yo guarda de mi hermano? Una sociedad en la que cada uno es responsable de sí mismo y no necesariamente de los demás. Se puede ser un cristiano, sin que eso signifique tener que seguir a Cristo.

Ese pensamiento, esa manera de actuar es la que se impone muchas veces hoy y que debe ser denunciada, desarmada y transformada para bien de todos y en favor de una sociedad más humana.

Una sociedad que se deja gobernar por la lógica individualista y egocéntrica es una sociedad que marcha con paso decidido hacia la desintegración. Es notable cómo muchas sociedad avanzan en ese camino, buscando aislarse del resto, tratando se pensar sólo en sí mismas, encontrando enemigos en todos lados…

Y en un contexto de esas características el llamado a vivir de la Gracia cara, esa que nuestro Señor adquirió por nosotros dando su vida y por la cual somos liberados de la imperiosa necesidad de justificarnos a nosotros mismos, para de esa manera poder amar (libres para amar) es el mensaje que debemos seguir ofreciendo como protestantes en el mundo de hoy. El anuncio de la Gracia costosa, la posibilidad de vivir conforme a ella, es una posibilidad que debemos compartir, a fin de contribuír a la construcción de una sociedad más misericordiosa, más solidaria, más humana.

Anunciar la obra de Cristo que es amor y aceptación de Dios, que justifica a cada individuo independientemente de sus éxitos y fracasos, y que llama al seguimiento, es un mensaje que la iglesia seguir predicando.

Quiera el Señor que podamos experimentar esa gracia de Dios y anunciarla en medio de este mundo. Que así sea. Amén.



Pastor Leonardo Schindler
Mar del Plata, Buenos Aires
E-Mail: leonardoschindler@hotmail.com

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