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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

21º Domingo después de Pentecostés, 29.10.2017

Sermón sobre Mateo 22:34-40, por Stella Maris Frizs

Tanto este texto como los anteriores nos presentan a dos grupos enemigos de Jesús: los saduceos y los fariseos. Ambos, con preguntas traicioneras y engañosas intentan ponerle tropiezos a Jesús para ridiculizarlo delante del pueblo y presentarlo como mentiroso. En Mateo 22:15 dice que “los fariseos se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo”. En el texto siguiente, a partir del versículo 23 fueron los saduceos los que le presentaron a Jesús un caso ridículo relacionado a la resurrección de los muertos y a los que Jesús hizo callar con su respuesta.

En nuestro texto, propuesto para hoy, vemos nuevamente a un maestro de la ley tratando de tenderle una trampa a Jesús por medio de una pregunta.

 

¿Quiénes eran los fariseos? Eran un grupo “separado”, sumamente meticulosos en obedecer la ley. Ellos se distanciaron del pueblo común y “pecador” para refugiarse detrás de una piedad falsa. Su aparente religiosidad y su falta de humildad llevan a que Jesús los tilde de “hipócritas” (Ver Cap.23)

Aquí, en nuestro texto, intentan complicarlo a Jesús presentándole una pregunta académica y creyendo que Jesús no sabría cómo responder:

¿Cuál es el mandamiento más importante?

Jesús no se deja intimidar y responde con el doble mandamiento del amor: Amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos.

En realidad duele que los fariseos hayan recurrido a una pregunta tan importante sólo para tenderle una trampa a Jesús. Pero Jesús no cae en esa trampa y percibiendo la intención maliciosa, aprovecha la oportunidad para dejar una buena enseñanza. También para nosotros.

La respuesta de Jesús desborda los límites de la pregunta. No se trata del frío cumplimiento de normas, sino de una búsqueda sincera de Dios. Va más allá del concepto y la definición. Dice el apóstol Pablo en I Cor 13 “Si yo hablo las lenguas de los hombres y aún de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo discordante”

Entonces más allá de la intención traicionera de los fariseos, no deja de ser una pregunta sumamente actual, y que nos invita a pensar más allá de lo sentimental.

AMOR es una palabra que de tanto usarla (o mal usarla) ha perdido su fuerza y su valor, ha quedado vacía. Pero no queremos reflexionar sobre la palabra en sí misma, sino sobre las implicancias de ese amor.

¿En base a qué actuamos los cristianos? ¿Qué criterios usamos en nuestro obrar? ¿Con qué medida nos manejamos? ¿Qué es lo verdaderamente importante en nuestra vida de fe?

Parece tan sencillo pero no lo es. En la parábola del juicio (Mt. 25:31 ss) el criterio para juzgar nuestro obrar será “Ustedes hicieron o no hicieron”. ¿Qué cosa? Obras de amor. Y para ese amor no hay límites.

“¿Quién es mi prójimo?” Preguntó el maestro de la ley en la parábola del Buen Samaritano. (Lc 10:25ss) Es decir, ¿a quién debo amar?  Y la historia deja claro que prójimo es cualquiera que se atraviesa en mi camino. Y me necesita.

Por eso el prójimo es siempre un desafío y esto complica nuestra vida de cristianos. Porque no hay límites. ¿Cómo actuar ante quienes nos traicionan, nos hacen una mala jugada? Ni hablar de quienes abusan, violan y matan.

No es fácil hablar del amor “porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¡qué premio recibirán?” (Mt 5:46)

En el libro “Solo por Fe” dice Martín Lutero: “…En ninguna parte encontrarás a una persona que ame a Dios con todo su corazón y a su prójimo como a sí mismo. Puede suceder que dos compañeros vivan juntos en buena amistad, pero lo mismo allí hay hipocresía que continúa hasta que alguno de los dos se ofende, y allí se verá cómo se aman y si son carne o espíritu. Este mandamiento requiere que ame a mi prójimo aunque me haya ofendido” (Pg 271)

 

Pero volvamos al texto. El amar a Dios y al prójimo están estrechamente relacionados. Se corresponden, se complementan, se implican. Uno es consecuencia del otro. Un depende del otro. Porque el amor al prójimo nace del amor a Dios.

Claro que no se puede forzar por más buena voluntad que se tenga. Porque ya no sería amor, sino ley. El amor (como tampoco la fe) se puede imponer.

Quizás sí sea importante mantener una actitud abierta para entender, aceptar, comprender. Estamos siempre obligados a rever posiciones y preguntarnos: No me estaré equivocando? No habré ido demasiado lejos? No será hora de dejar de lado el orgullo? Acaso regatea Dios su amor para con nosotros?

Claro que no. Su amor para con nosotros no tiene límites. “Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor por ustedes no cambiará.” (Isaías 54:10)

Tal vez todavía no hemos experimentado eso en nuestras vidas, porque el saberse aceptado, valorado, reconocido, amado por Dios nos lleva indefectiblemente a amarlo con nuestro corazón, nuestra alma y nuestra mente.

Ese sentimiento (el de sabernos queridos por Dios) nos libera de querer vivir para nosotros mismos, nos libera de nuestros egoísmos, nos libera de nuestras justificaciones, nos libera de estar siempre a la defensiva, nos libera de querer ponernos siempre en primer lugar: “Basta que a mí no me pase nada”, “Basta que yo salga bien”. Nos saca de la primera persona, el “yo”.

Sin esa liberación, el amor no pasaría de ser una máscara, una apariencia, una estrategia, un negocio, un medio para ganar prestigio y reconocimiento.

Los fariseos eran piadosos, pero no amaban. Conocían el mandamiento, pero no lo aplicaban. Estaban ocupados en ellos mismo. Creían que cumplir con la ley era suficiente. Para ellos el amor era un concepto, pero estaban muy lejos de aplicarlo de manera práctica en su vida. Daban limosna a los pobres, pero también como dice Pablo en I Cor 13: “Y si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y aún si entrego mi cuerpo para ser quemado, pero no tengo amor, de nada me sirve”

 

Quiera Dios que esta profunda enseñanza que nos deja hoy Jesús sobre el amor nos alcance, nos abra el corazón, nos libere, nos sacuda y nos encienda. Recién ahí podremos ser fermento para cambiar situaciones.

Y aunque el desamor en el mundo sea grande y a veces supere la posibilidad (o capacidad) de transformar nuestra sociedad, nuestra comunidad, al menos podremos comenzar con pequeñas acciones como este picaflor….

Gotitas de amor

Un gran incendio se desató en un bosque de bambú. Las llamas alcanzaban grandes alturas. Un pequeño picaflor fue al río, mojó sus alas y regresó sobre el gran incendio, agitándolas con la intención de apagar el fuego. Incesantemente iba y venía con sus alas cargadas de agua. Los otros animales observaban sorprendido la actitud del avecilla y le preguntaron:

-Oye, ¿por qué estás haciendo eso? ¿Cómo es posible? ¿Cómo crees que con esas gotitas de agua puedes apagar un incendio de tales dimensiones? ¡Jamás lo podrás lograr!

El picaflor con una gran ternura respondió: -El bosque me ha dado todo, tengo un inmenso amor por él. Yo nací en este bosque que me ha enseñado el valor que tiene la naturaleza. El me ha dado todo lo que soy y tengo. Es mi origen y mi hogar, por eso y aunque no lo pueda apagar, si es necesario voy a dejar mi vida lanzando gotitas de agua, llenas de amor.

Los otros animales entendieron el mensaje del picaflor y entre todos le ayudaron a apagar el incendio.

Cada gotita de agua pude apaciguar un incendio. Cada acción que con amor y entusiasmo emprendemos, se reflejará en un mañana mejor.

No subestimes las gotas, porque millones de ellas forman un océano. Todo acto que con amor realizamos, regresa a nosotros multiplicado”

(Reflexiones para el Alma – Tomo I – José Luis Prieto)



Pastora Stella Maris Frizs
Basavilbaso – Entre Ríos
E-Mail: stellafrizs@hotmail.com

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