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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

22º Domingo después de Pentecostés, 05.11.2017

Sermón sobre Mateo 23:1-12, por Marcelo Mondini

Mateo 23:1-12 (Versión Dios Habla Hoy)

“Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: «Los maestros de la ley y los fariseos enseñan con la autoridad que viene de Moisés. Por lo tanto, obedézcanlos ustedes y hagan todo lo que les digan; pero no sigan su ejemplo, porque ellos dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas tan pesadas que es imposible soportarlas, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo. Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar en la frente y en los brazos porciones de las Escrituras escritas en anchas tiras, y ponerse ropas con grandes borlas. Quieren tener los mejores lugares en las comidas y los asientos de honor en las sinagogas, y desean que la gente los salude con todo respeto en la calle y que los llame maestros.»

Pero ustedes no deben pretender que la gente los llame maestros, porque todos ustedes son hermanos y tienen solamente un Maestro. Y no llamen ustedes padre a nadie en la tierra, porque tienen solamente un Padre: el que está en el cielo. Ni deben pretender que los llamen guías, porque Cristo es su único Guía. El más grande entre ustedes debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.”

 

 

Una vez más encontramos al Maestro rodeado por la gente y por sus discípulos. Como siempre, tiene la capacidad de hacer una lectura crítica de la realidad que lo rodea. En este caso, observa las personas que, amparadas en conocimientos adquiridos, en la pertenencia a determinados grupos, o en cualquier otro tipo de situación diferencial, utilizan estos elementos en beneficio propio y sin tener en cuenta las necesidades del prójimo.

La capacidad de emitir la palabra es una de nuestras principales características como seres humanos. La comunicación está presente en los seres creados por Dios, pero en nosotros los humanos, este don está ampliamente desarrollado. Tal cual lo expresa la fábula de Esopo, la palabra (la lengua en el caso del filósofo griego), puede convertirse tanto en algo muy bueno como en algo muy malo. Con la palabra se puede agradecer, expresar amor y cariño, motivar, educar, traer paz y tranquilidad, y tantas otras cosas buenas y positivas. Pero con la palabra también se puede hacer todo lo contrario: ofender, herir, maltratar, violentar, lo que puede ser completado por una larga lista de otras cosas de este tipo.

¿Será por eso que Jesús se detiene a analizar lo que los supuestamente “sabios” de su tiempo dicen? Jesús escucha sus palabras, y encuentra que son palabras realmente buenas cuando son usadas en la enseñanza. La autoridad que viene de Moisés, referida al conocimiento de los libros sagrados en los que se encuentra la revelación de Dios dada a partir del pacto del Sinaí, es una autoridad legítima y bien expresada. Pero aparece un “pero”. Una palabra muy corta y sumamente útil, que permite hacer una separación, una división entre una cosa y la otra. Las palabras son muy buenas, pero…

Es que los seres humanos no podemos vivir solamente emitiendo palabras. De ser así, nos transformaríamos en una especie de “radioemisor”, carente del significado y riquezas de la vida. Las acciones, esos pequeños (o grandes) hechos que vamos generando, muchas veces sin ser conscientes de lo que está ocurriendo, son también elementos centrales de nuestra condición humana, lo que constituye la conducta, la vida misma.

Jesús es también un gran observador del comportamiento humano. Puntualmente, detecta la facilidad de imponer a los demás normas de conducta a las que no se está dispuesto realizar. Pesadas cargas, que podemos pensar como obligaciones, reglamentos y preceptos, para ser seguidos por los demás, pero no por uno mismo.

También detecta otro tipo de acciones, completamente distintas a las anteriores. En este caso, no son acciones para que hagan “los otros”, sino que son acciones que revisten “exclusividad”, actos reservados para un selecto grupo de felices beneficiarios de este distinguido derecho. Es el “show-of”; es el mostrarse, el parecer, el dar una imagen externa, manteniendo en un secreto bien guardado lo interno, que son las motivaciones y deseos más profundos, que muchas veces no se encuentran alineados con lo que Dios espera de nosotros. Es mostrar que se posee una gran religiosidad, amparado por el uso externo de elementos tan importantes como las Escrituras y la oración, tal cual el mismo Jesús lo indica en otros pasajes de los Evangelios. Orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles también era una conducta común, que perdía su finalidad cuando era destinada a “para ser vistos de los hombres”. Estas acciones también consisten en ocupar espacios de importancia, lugares centrales y de privilegio, posiciones visibles. Más y más exclusividad; más y más lo externo, la fachada, ocultando lo interno, lo profundo, lo realmente valedero.

Jesús pronuncia el “pero”. Jesús detecta la gran incongruencia, y la denuncia. Y a cambio, indica cuál es el verdadero camino a seguir en esta relación de palabras y acciones.

A partir de aquí es que el Maestro toma algunos conceptos comunes en la época, y los desafía para ponerlos en su justo lugar. En una sociedad donde el conocimiento es escaso, el ser “maestro” implica una situación de superioridad y privilegio, que necesita ser ubicada adecuadamente. Lo mismo ocurre con las relaciones de “paternidad”, que más allá de basarse en elementos biológicos, tienen mucho que ver con las influencias y las orientaciones, en especial en lo referido al pensamiento. Y así también es que considerarse “guía” puede implicar el ejercicio de una superioridad, con el riesgo de ser usada en beneficio de quien la ejerce.

Jesús no desprecia las palabras ni las acciones; simplemente tiene una interpretación totalmente distinta del uso de las mismas, de la aplicación práctica en la vida. Por eso es que habla de otro par de elementos: humildad y servicio.

Es que el uso apropiado de las palabras se realiza en toda su magnitud cuando se expresan bajo la clave de la humildad; cuando lo que se dice, primero ha pasado por un proceso personal que impacta a la misma persona, a lo propio, lo interno, lo personal, para luego dar efectos hacia lo ajeno, lo externo, hacia los demás. La humildad, esa condición de la tierra fértil, del humus, que permite a la semilla echar raíces y crecer hasta ser un árbol frondoso y productivo, es el elemento que guía la palabra y la expresión.

Y la humildad en la expresión se ve completada con la acción transformada en servicio. Servicio como dar y darse; servicio como pensar en el otro y junto al otro; servicio como respuesta de amor, simple y sencilla, surgida a partir de comprender, sentir y vivir el amor de Dios en nuestras vidas.

Palabras y acciones; humildad y servicio. Si queremos entender en profundidad qué significa esto, y cuál es la forma de llevarlo a la práctica, tenemos a nuestro alcance los Evangelios que nos cuentan de Jesucristo. Su vida es una muestra total de coherencia entre palabras y acciones, de humildad y servicio.

Finalmente, nos preguntamos: ¿Cuáles son nuestros modelos, cuáles nuestras aspiraciones? ¿Qué dicen nuestras palabras, qué ejecutan nuestras acciones?

Jesús es nuestro modelo en palabras, acciones, humildad y servicio.

Oramos para poder seguir, cada día, tras los pasos del Maestro.

Que así sea.



Pastor Marcelo Mondini
Martínez, Buenos Aires, Argentina
E-Mail: marcelo.mondini@hotmail.com

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