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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Eternidad , 26.11.2017

Sermón sobre Mateo 25:31-46, por Stella Maris Frizs

Estas parábolas que venimos analizando y predicando en los últimos domingos tienen como tema fundamental la venida del Hijo del hombre al final de los tiempos. Ellas intentan ser una respuesta de Jesús a los discípulos que quieren saber acerca de cómo y cuándo será esa venida (24:3). Jesús no responde puntualmente a la inquietud de los discípulos, pero exhorta a la vigilancia, a mantenerse despiertos (24:42; 25:13); activos, con las lámparas encendidas y haciendo multiplicar los talentos recibidos.

El presente texto del “Juicio de las naciones” nos muestra que estamos ante un discurso apocalíptico, donde por medio de imágenes propias del mundo judío, se describe ese juicio final. En el mismo vemos al Hijo del hombre (Rey) sentado en su trono, frente a la gente de todas las naciones, dando su veredicto final. (25:34 y 41). Es importante decir que el juicio es sobre toda la humanidad, que abarca a todos los pueblos y no solo a los judíos.

La primera imagen que aparece es de separación; así como el pastor separa a las ovejas de las cabras. (Así como el trigo será separado de la cizaña) Las ovejas y las cabras pastaban juntas durante el día; pero de noche se las encerraba en corrales separados porque las cabras necesitan temperaturas más elevadas que las ovejas.

La separación será: izquierda, símbolo de exclusión, incomunicación, condenación y derecha que expresa comunión, salvación. Las ovejas (blancas), consideradas en Palestina animales de mayor estima serán colocadas a la derecha y las cabras (negras) serán ubicadas a la izquierda. (Ezequiel 34:17) (Aquí el color no tiene connotación racial)

En el momento del juicio, el Rey invitará a los que han sido bendecidos, a los justos y buenos, a los que cumplen con la voluntad de Dios a tomar posición del Reino que está preparado desde siempre. El motivo de juicio tiene que ver con obras de amor, con acciones concretas de solidaridad con Jesús mismo. De allí la sorpresa: ¿Pero Señor, cuándo te vimos necesitado como para ayudarte?

Y la respuesta de Jesús es contundente: “Todo lo que hicieron por mis hermanos más humildes, por mí lo hicieron”. “Hermanos” se refiere a todo ser humano que se encuentra en necesidad y Jesús se identifica con los necesitados de todos los tiempos.

El juicio para los que están ubicados a la izquierda tiene, por otro lado, como motivo de condena la falta de misericordia y de amor. Y de la misma manera que los “bendecidos del Padre” objetan que nunca lo vieron en semejante situación. A lo que el Rey responde: “Cuando dejan de hacer el bien a los más humildes, conmigo también dejan de hacerlo”.

A mi mente vienen los posaderos de Belén, los que le negaron alojamiento al rey de reyes sin saberlo. Pues de haberlo sabido, ¿cómo le habrían negado un lugar para nacer?

Es que Jesús se nos presenta a veces de manera misteriosa, inconcebible. Cabe preguntarse ¿Dónde encontramos a Jesús hoy? En ceremonias organizadas, en espectáculos religiosos, en campañas evangelísticas? O escondido detrás de un enfermo, un extranjero, un pordiosero?

 

¿Cuál es el sentido de la Parábola? ¿Qué enseñanza pretende dejarnos?

Es que para el amor no hay límites. Así como la parábola del Buen Samaritano nos muestra que prójimo es cualquiera que se encuentra en nuestro camino y nos necesita; así somos desafiados a detenernos y actuar. Ese ejemplo de compasión que Jesús nos relata, debe movilizarnos a todos los creyentes, seguidores de Cristo a poner en práctica el mandamiento del amor. No como una preocupación esporádica, de vez en cuando, si me sobra tiempo y dinero. Sino como un mandato ineludible, diario, concreto.

En el juicio final todos los cristianos seremos juzgados en base al amor auténtico que hemos demostrado o negado a Cristo mismo en la figura de los que sufren.

De todas maneras el juzgamiento no nos compete a nosotros. Seguramente habrá sorpresas. Porque no todo el que dice: Señor, Señor entrará en el reino de los cielos

La condena entonces según Mateo 25 es la omisión de las buenas obras. Y no grandes obras sino pequeñas acciones como alentar un enfermo, visitar un preso, compartir un pedazo de pan con el hambriento…

Tampoco debemos ver o entender que (solo) las obras son una condición o finalidad para lo cual seremos premiados y/o recompensados. Las obras de amor sencillamente son el resultado de una vida transformada, de aquel que se dejó envolver por el amor de Cristo y que se sabe amado por Dios. Cuando descubrimos a gracia de Dios presente en el momento mismo del bautismo, la respuesta (en gratitud) es natural, espontánea, libre.

 

Ahora bien, si el amor (obras) según el texto, es el criterio absoluto para el juicio, ¿Qué rol juega la fe?

La fe es imprescindible para el cristiano. Es inconcebible una vida sin fe. Pero no una fe teórica, confesada, estática, inactiva, improductiva. Sino una fe vivida, activa, dinámica, comprometida. Dice en la carta de Santiago: “Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? La fe, por sí sola, es decir si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta” (2:14.17)

 

Querida comunidad: Cuando ayudamos, cuando somos solidarios, cuando nos comprometemos con los más humildes, cuando ponemos en práctica el amor, no lo hacemos ni para figurar ni para tranquilizar nuestra conciencia. Y mucho menos, por temor a una posible condena. Lo hacemos porque Jesús nos dejó el ejemplo del servicio y del amor. Y nos desafía a seguir su ejemplo cada día.

Hoy el texto nos reta a descubrir a ese Jesús en el humilde, en el prójimo, en el necesitado teniendo presente lo que dijo en Mateo 10:42: “Cualquiera que le da siquiera un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser seguidor mío, les aseguro que tendrá su premio.” Amén.

 

*Recomendamos usar el cuento “Donde está el amor, está Dios” (Tolstoi)



P. Stella Maris Frizs
Basavilbaso – Entre Ríos
E-Mail: stellafrizs@hotmail.com

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