Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Pascua, 01.04.2018

Sermón sobre Hechos 10:34-43, por Federico H. Schäfer

Estimadas hermanas, estimados hermanos,

 

Estamos ante una predicación evangelística del apóstol Pedro. El evangelista Lucas, que escribió también el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos transmite varios de estos discursos, que nos revelan cómo los primeros cristianos cumplieron con el mandato misionero que les encargara el Señor. Estos sermones son como un modelo de comunicación del Evangelio que inauguran una tradición que cultivamos hasta el día de hoy. Cuando digo que se trata de un sermón evangelístico, quiero decir que no se trata de una predicación que busca explicar un párrafo puntual de la Escritura, sino que nos transmite un resumen de los contenidos esenciales de nuestra fe. Es una predicación tendiente a convencer de la fe cristiana a personas que hasta el momento no la conocen.

 

Por eso en un sermón así, lo central es el hecho de Cristo. Y en este sentido, no tanto una descripción de su ministerio itinerante, de las curaciones y milagros realizados, de sus palabras de consuelo, amonestación, perdón o controversia, sino más bien del significado de su muerte y resurrección. Y esto es así, pues estos dos acontecimientos recién dan pleno sentido a todas las demás actuaciones de Jesús.

 

Una vez más estamos celebrando la Semana Santa, esta semana del año en la cual rememoramos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En Viernes Santo ya hemos hablado de la cruenta crucifixión y reflexionado sobre el significado que esa muerte tiene para nosotros. Hemos dicho que la muerte de Jesús no es solo un acto de gobernantes malvados y sacerdotes legalistas y obtusos, sino que es a la vez un acto previsto por Dios como parte de un plan tendiente a rescatar al ser humano de su camino de vida errado. Afirmamos que la muerte de Jesús ha sido por un lado una ofrenda propiciada por Dios mismo como sacrificio por los pecados de toda la humanidad, un acto sin duda cruento, pero que Dios realiza de acuerdo a los códigos de entendimiento religioso de aquella época, en la que judíos y otros pueblos acostumbraban sacrificar animales y hasta personas a fin de “pagar sus deudas” ante Dios o los dioses y así recibir el perdón y quedar con una conciencia tranquila.

 

Por otro lado hemos dicho también, que Jesús no funciona solamente como una ofrenda simbólica gigante para pagar las culpas de toda la humanidad, sino también como una demostración concreta y material de la entrega voluntaria y total de su vida en defensa y protección de la vida y dignidad de las personas. En un momento de su ministerio, Jesús nos dice, que el máximo exponente del amor del uno para con el otro es cuando uno sacrifica su vida a favor del otro. Tanto, pues, nos ama y quiere el Señor, tanto valor tiene para él nuestra vida, que se entrega a favor de nuestra vida hasta la misma muerte. Visto así, la muerte de Jesús no es simplemente una derrota, la muerte de un tonto que se dejó atrapar por imbécil, la muerte de un perdedor más, o como se afirmó una y otra vez: la muerte de Dios.

 

Hoy, domingo de Pascua nos toca reflexionar, pues, sobre la resurrección de Jesucristo. La vuelta a la vida de un muerto es algo insólito, inaudito, nunca visto. No estamos hablando de una vuelta a la vida de una persona que por algunos segundos o poquísimos minutos le ha dejado de funcionar el corazón y que gracias a ciertos artificios médicos le ha vuelto a funcionar. Estamos hablando del regreso a la vida de un muerto bien muerto; de una persona, que habiendo sido verificada su muerte, ha sido colocada en una tumba después de un proceso de preparación. Sé que a este relato los agnósticos e incrédulos han opuesto cantidad de dudas más o menos fundadas.

 

Al respecto hay quienes dicen, que Jesús era un ser espiritual materializado y que en virtud de ello la muerte no le podía afectar. Otros afirman que Jesús no habría muerto verdaderamente, sino que apenas padeció de una muerte aparente. Otros insisten en la violación de su tumba, es decir que se haya sacado su cadáver para arrojarlo por ahí a los animales de rapiña como para profundizar la burla o escarmiento a sus seguidores. Otros sostienen que los propios seguidores de Jesús habrían quitado el cadáver de la tumba para dar lugar al relato del sepulcro vacío y de esta manera poder fundamentar precisamente su resurrección.

 

Pero lo que Dios quiso señalizar al resucitar a ese hombre de carne y hueso llamado Jesús de Nazaret, es que no se trataba solo de un mártir o héroe humano más, como a lo largo de la historia los hubo muchos, sino de que se trata de su hijo, de su enviado, de su obra. Con la resurrección el evento de la crucifixión adquiere recién su carácter divino, sobrenatural. Con la resurrección la ejecución de ese subversivo molesto se transforma en un sacrificio, en ofrenda expiatoria por las culpas de toda la humanidad; en un acto que es iniciativa y obra de Dios.

 

Pero esta obra de Dios también quiere señalar, que Dios es señor sobre la muerte, es decir que tiene poder terminante sobre ella. La resurrección de Jesús nos quiere significar que la muerte está vencida, que la vida no acaba en una tumba; y aunque roben nuestro cadáver, lo prendan fuego, o lo tiren a los chacales, no pueden quitarnos el alma, nuestra persona, la vida eterna que Dios tiene prevista para nosotros. Así la resurrección de Jesús se transforma en una buena noticia que puede cambiar nuestras vidas. No es lo mismo vivir con la angustia de la muerte que nos puede acontecer en cualquier momento, aguantar los sufrimientos, sacrificios y conflictos de esta vida, los achaques de la vejez, pensando que todo terminará en la nada, incluso que futuras generaciones pueden destruir lo que con esfuerzo hemos construido; que vivir sabiendo que la muerte física no podrá cortar nuestra relación con Dios y que gracias a su amor, nuestra vida tiene futuro más allá de las circunstancias materiales que nos hacen sufrir ahora, obviamente en otra realidad, en otra dimensión, pero en su compañía.

 

Y podemos estar en comunión con Dios, albergados en su compañía, pues él mismo ha borrado nuestras culpas frente a él mediante la obra que ha hecho en la cruz del Gólgota. Ha hecho posible que no tengamos que avergonzarnos ante él, que no andemos con mala conciencia, que podamos ver en Dios a un amigo y no a un enemigo. A través de lo que ha realizado en la cruz y la resurrección ha quitado de en medio todos los obstáculos que impedían una sincera, libre y confiada relación con Dios. Esta iniciativa es sin duda un inconmensurable “regalo de Pascuas” que Dios nos hace. Ahora es cuestión nuestra confiar en esta obra de Dios y aceptar este regalo, sin prejuicios, tal vez con la humildad y la inocencia que caracteriza a los niños.

 

Si persistimos en nuestra desconfianza, en nuestras dudas y poniendo en tela de juicio la veracidad y eficacia de su obra o directamente negándola, quedaremos apartados de Dios; nos quedaremos con nuestra soberbia, pero también con nuestras angustias, con el temor a la muerte, con nuestra soledad sin esperanza en un futuro satisfactorio. Dios nos ha dado la libertad de recibirlo o de negarlo; nosotros decidimos. Pero aquellos para los cuales lo realizado por Dios con la muerte y resurrección de Jesús es buena noticia, no podrán hacer otra cosa que contarla a otros, que convencer a otros de que hay un Dios que nos ama, que nos perdona y que nos quiere junto a él para siempre.

 

Quiera Dios regalarnos su Espíritu para que veamos sus obras, especialmente esta por la que nos quiere rescatar, la aceptemos con confianza y nos convirtamos como el apóstol Pedro en transmisores de la buena noticia, que convenzamos a muchos de las bondades del Señor y cumplamos así la misión que nos encargó. Amén.

 



Pastor emérito IERP Federico H. Schäfer

E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

(zurück zum Seitenanfang)