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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Pascua, 01.04.2018

Sermón sobre Marcos 16:1-8, por David Cirigliano

Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús. Y el primer día de la semana fueron al sepulcro muy temprano, apenas salido el sol, diciéndose unas a otras: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro? Pero, al mirar, vieron que la piedra ya no estaba en su lugar. Esta piedra era muy grande. Cuando entraron en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una larga ropa blanca. Las mujeres se asustaron,  pero él les dijo: No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo. Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.” Marcos 16,1-8

El temor paraliza. El miedo entumece nuestros miembros y nos impide seguir camino, o ver la realidad que nos rodea que es lo mismo. A veces ocurre que la realidad que no queremos ver es la nuestra. Tomar conciencia digamos. El temor no solo paraliza sino que, también, somete. El miedo muchas veces nos hace sumisos, y, otras tantas, nos vuelve paranoicos. Uno teme aquello que desconoce, que apenas percibe, aquello que le es extraño, lejano. Pero también teme aquello que conoce y le duele. Aquello que le encarcela y aprisiona. Se teme el golpe cuando se espera la caricia. El escupitajo cuando requiere del beso y el abrazo.

Temor y miedo que van de la mano. Que son productos de la violencia de años, de siglos. Resultado nefasto de la supremacía de los poderosos. Violencia de ricos para con los pobres, de padres para con los hijos, de varón para con la mujer. Violencia estructurada, violencia acostumbrada, violencia traspasada generación en generación.

Teme la mujer. La niña / adolescente / joven / adulta / anciana. Teme luego de tanto oscurantismo / machismo / sexismo. Ahí están los dedos acusadores, la violencia sustentada en ideologías e interpretaciones sospechosas. Ahí está Eva, supuesta culpable que el pecado entrara al mundo. Como si Adán no tuviera nada que ver, o no fuera responsable. Fue ella dice. La mujer que me diste. Pobre víctima de no haber podido elegir. Ahí está Rahab. Mujer valiente, sí, pero que no deja de ser prostituta. Está ella, pero nada se dice de aquellos que por su lecho pasaron.

Teme la mujer. Teme porque solo ella es condenada a morir a pedradas. Teme porque sabe que puede ser despedida del lecho conyugal por cualquier motivo. Teme porque es abusada, golpeada. Mujer violada y violentada. Mujer cosificada. Mujer objeto y no sujeto.

Según estadísticas, el 35 por ciento de las mujeres de todo el mundo han sufrido violencia física o sexual. Algunos estudios demuestran que hay partes donde hasta el 70 por ciento de las mujeres han experimentado este tipo de violencia durante su vida. Las mujeres que han sufrido maltrato físico o sexual tienen más del doble de posibilidades de tener un aborto, casi el doble de posibilidades de sufrir depresión y más posibilidades de contraer el VIH. El 43 por ciento de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia psicológica a lo largo de su vida.

Según estadísticas, más de 750 millones de mujeres se casaron siendo niñas. El matrimonio infantil suele dar lugar a embarazos precoces y al aislamiento social, interrumpe la escolarización, limita las oportunidades de las niñas y aumenta su riesgo de sufrir violencia doméstica. Unos 120 millones de niñas de todo el mundo han sufrido el coito forzado u otro tipo de relaciones sexuales forzadas en algún momento de sus vidas. Al menos 200 millones de mujeres y niñas que viven actualmente han sufrido la mutilación genital femenina. La mayoría de las niñas fueron mutiladas antes de cumplir los 5 años. Las mujeres y niñas representan el 71 por ciento de las víctimas de trata. Casi tres de cada cuatro mujeres y niñas víctimas de la trata lo son con fines de explotación sexual.

Según estadísticas, durante 2017 se registraron en Argentina 295 asesinatos de mujeres. La cifra iguala el récord de los últimos diez años, alcanzado en 2013. Los estudios muestran no sólo que los femicidios no han bajado, sino que la violencia contra las mujeres creció. Con dolor hay que decir que hay un promedio de un femicidio cada 30 horas. Aumentaron los casos de mujeres apuñaladas, golpeadas, estranguladas, incineradas, asfixiadas, ahorcadas. Se denuncian más de 10 violaciones por día en la Argentina y solo uno de cada diez mujeres denuncia la agresión que sufrieron.

Según estadísticas… pero las estadísticas son frías, y, aunque en apariencia proclamen una realidad a gritos, silenciosas… Detrás de ese número frío y silencioso, hay una persona, una niña / adolescente / joven / adulta / anciana, hay alguien que sufre. Una mujer que ha sabido muchas veces en su vida de ese silencio y esa frialdad con la cual esa estadística le habla. Y lo tiene tan internalizado, tan metido en su vida, en su cuerpo, en su sangre, que se le escapa la comprensión del misterio de la cual es testigo: ¡Ha resucitado!

María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, han caminado junto a Jesús. Han sido testigos también de sus muchos milagros. Han escuchado sus palabras y han estado atentas a sus enseñanzas. Han encontrado en Él alguien que les hablara a los ojos, que entablara una relación de iguales, que les pidiera más que ordenara, que les sirviera ¡a ellas tan acostumbradas al servicio!

Han visto en Jesús a aquél que les restituyera la dignidad. A quien volviese a poner en el centro la mirada sobre su costado, no debajo, sino a su lado para desandar juntos el camino. Han visto a aquél que les detuviera el flujo de sangre purificándolas. A aquél que les tomara la mano para levantarlas cuando estaban postradas o les enderezara cuando iban encorvadas. La luz ha irrumpido en medio de sus temores, en medio de sus tinieblas. Han dejado de ser un número más en la fría estadística.

Pero ahora, en que se comenzaban a ver a sí mismas como personas, ahora es cuando el temor regresa, vuelve el miedo a hacerse presente. Han asesinado a Jesús. Le han colgado de la cruz. Vuelve a hacerse presente la supremacía de los poderosos. Vuelve la violencia de los ricos para con los pobres, de los padres para con los hijos, del varón para con la mujer. Y tanta violencia de años y de siglos no ha sido en vano. Éstas que habían vuelto a la vida, acuden ahora a visitar un muerto. Tanto es su penar y su pesar. Tanto es el temor que las encadena. Tanto es su miedo, que no alcanzan a entender el misterio: Ha resucitado, no está aquí.

Van en busca del crucificado, y se encuentran ahora con la piedra corrida, el sepulcro vacío, el anuncio del mensajero, del envío. Allí donde suponían reinaba la muerte, reina ahora la resurrección y la vida. Y estas mujeres, hasta entonces también muerta, silenciosa y olvidada, reciben la llamada. Vayan y digan.

Pero… es tanto el peso, tanta la carga. Son días, años, siglos enteros de opresión. Vidas enteras de silencio y olvido. Tanto, que huyen asustadas del sepulcro. Tanto, que tienen miedo y no dicen nada. ¿Quién les creería? ¿Quién creyó en la inocencia de Eva? ¿En la inocencia de Rahab o Betsabé? ¿Quién en la de la mujer condenada a morir a pedradas? ¿Quién confía en la inocencia, en la no culpabilidad, de tantas mujeres abusadas, violadas, maltratadas, ultrajadas? ¿Quién les quitara el peso que a sus vidas significa la piedra del sepulcro?

Y en medio de tantas preguntas surge la respuesta: Aquél que les tomara la mano, aquél que enderezara sus caminos. En medio de la obscuridad más absoluta, irrumpe la luz. A partir de ahora, esta niña / adolescente / joven / adulta / anciana, mujer violada y cosificada, mujer objeto. A partir de ahora, serán trasformadas, restauradas, revividas. Puestas al servicio del reino, a pesar aún de sus miedos y temores. A pesar aún de su silencio, ni María Magdalena, ni María la madre de Santiago, ni Salomé, podrán callar el milagro obrado en sus vidas por Jesús.

Porque en medio de la realidad de pecado presente en el mundo. En medio de una realidad que nos habla de tantas mujeres que sufren violencia y maltrato físico, sexual y psicológico a lo largo de su vida. De una realidad que nos habla de que tres de cuatro mujeres víctimas de trata lo son con fines de explotación sexual. Que nos habla acerca de un promedio de un femicidio cada 30 horas, de mujeres apuñaladas, golpeadas, estranguladas, incineradas, asfixiadas, ahorcadas, de más de 10 violaciones por día en la Argentina. En medio de todo esto, se levanta Cristo ¡el Resucitado!

Esta mujer, al igual que María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé. Son invitadas ahora. A ser testigos del que vive. A levantarse y vivir. Ya no muerta, jamás muerta, sino resucitada a la luz clara, plena, libre para siempre de tinieblas. Llamada al despertar de un día nuevo, una vida nueva. Llamadas y enviadas por Jesús a estar vivas. No más inmóvil, sino transitando el camino cada día. Ya no en silencio, sino alzando la voz y los pañuelos por quien calla todavía. Ya no en soledad, porque son muchas, compartiendo la marcha y la danza. Ya no olvidada, sino recordada y presente en sus palabras y gestos. Anticipando reencuentros y sonrisas como anticipo del reino. Amén.



Pastor David Cirigliano
Bahía Blanca, Argentina
E-Mail: djcirigliano63@gmail.com

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