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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Último domingo después de Epifanía, 03.02.2008

Sermón sobre Mateo 17:1-9, por Pedro Zamora

 

«Jesús solo»

En la versión RV-60, el versículo 8 de nuestro texto reza como sigue:

«Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo».

Y como viene anticipado por el título de este sermón, quisiera fijarme en la locución «Jesús solo». Creo que la podemos interpretar de dos modos distintos:

1.   como pura constatación: nadie más acompañaba ya a Jesús;

2.   como expresión de una decepción: los «grandes» de la historia de Israel, ya no están con Jesús.

  Personalmente, me inclino por la segunda no como la única, pero sí como la lectura más significativa del relato. Al menos, es lo que voy a defender aquí.

  Toda la escena precedente a este versículo apunta a un rápido in crescendo, que de repente se disipa. Así, observamos que algunos indicios apuntan a que algo muy especial va a ocurrir:

1.   la elección de Pedro, Jacobo y Juan para llevarles aparte abre cierto misterio sobre el propósito de Jesús;

2.   la transfiguración de Jesús tuvo que sorprender a los ‘elegidos';

3.   la aparición de figuras como Moisés y Elías, seguramente dejó sin habla a todos los presentes;

4.   la voz desde las nubes sería la ‘guinda' a una sucesión apabullante de fenómenos.

Sin duda, los discípulos ‘elegidos' vivirían este episodio como la revalidación divina de su maestro, Jesús. Ya no es un maestro más, de los muchos que pulularon por Judea y Galilea, sino ‘uno entre los grandes' de Israel. No es extraño que Pedro, según Marcos y Lucas, pidiera que se hiciera una enramada para quedarse y disfrutar del momento prolongándolo cuanto fuera posible, pues no debemos olvidar que para aquellos discípulos, Moisés y Elías serían más grandes y más importantes que Jesús (¡basta con recordar los incomparables episodios de ambos protagonistas en el AT!), y de ahí su deseo de extender al máximo el tiempo de su compañía.

Para captar la fuerza dramática de la escena, imaginémonos un domingo cualquiera de culto en nuestra iglesia, en el que junto al pastor de la misma aparecieran las figuras de Lutero y Calvino (u otras, pues cada uno tiene su ‘héroe teológico'), refrendando su ministerio con palabras elogiosas.... ¿No caeríamos también de bruces temblando? Pero aparte del temor por lo insólito e inefable del fenómeno, sin duda también nosotros sentiríamos que se trata de un momento único e irrepetible, que no es posible experimentar con nuestro ‘pastor de cada día'.

Si estoy pues en lo cierto, esto significa que el rápido desvanecimiento de tales figuras supuso una decepción de los discípulos, que volvían así a la vida corriente con su ‘maestro de cada día'. Un maestro que no pasaba de hacer milagros personales, pero del todo punto incomparables con la liberación de la opresión egipcia (Moisés) o con la aniquilación de cincuenta soldados de una sola tacada (Elías).

Cambio de tercio

Cambiemos rápidamente de tercio. En la fe evangélica (reformada) tenemos cinco grandes «solos» o «solas»:  «Solus Christus», «Sola scriptura», «Sola fide», «Sola gratia» y «Soli Deo gloria». Es decir, nuestra fe es una fe ‘muy sola', esto es, una fe que no va acompañada de apoyos que la sostengan. Es una fe desnuda, precaria. Y esta fe está muy bien reflejada en la decepción de los discípulos que se quedaron con «Jesús solo», con un Jesús que cura a algunas personas y, sobre todo, que predica sin investidura de una autoridad oficial. Cierto, el episodio de la transfiguración pareciera investirle de esa autoridad (la voz de la nube), pero es fugaz y hasta el evangelista enmarcará este episodio en sendos anuncios de la muerte de Jesús (16,21ss y 17,22-23).

Seguramente la mente de muchos dirá: "¿acaso no es la transfiguración un anticipo de la resurrección y exaltación de Jesús como Señor del mundo?". Y razón hay para pensar así. Pero creo que el evangelista ‘juega' un poco con nosotros los lectores. Así, si leemos la gran promesa inmediatamente anterior a la transfiguración, nos percataremos de su ‘juego':

De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino. Seis días después, jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan [...] y se transfiguró [...]  (16,28-17,2)

O sea, los tres ‘elegidos' serían los ‘algunos' de 16,28 y el episodio de la transfiguración pareciera ser esa venida prometida, o un anticipo de la misma. Pero lo cierto es que se trata de un episodio fugaz tras el cual «descendieron del monte» y «Jesús les mandó» que no dijeran nada (17,9). Es decir, nada cambió, aparentemente, tras dicho episodio. Y para colmo, Jesús apostillará de nuevo la necesidad de morir (17,22-23).

En conclusión

Los cristianos, a lo largo de nuestra historia, hemos desarrollado la teología, esto es, el estudio de Dios, al máximo, elaborando importantes doctrinas sobre la naturaleza divina, como por ejemplo su omnipotencia, omnisciencia, etc. Y de hecho muchos de nuestros discursos en la iglesia o en la sociedad, hacen más hincapié en esta naturaleza que en cualquier otra cosa. Pero esto no es algo desconocido para otras religiones; de hecho, mucho de ello deriva de la filosofía griega. En cierto sentido, pues, no se requiere de fe para creer en un Dios todopoderoso.

Lo que de verdad requiere de fe, es creer en «Jesús solo». Esto requiere más fe que creer incluso en «Solus Christus», si pensamos en Cristo sólo como el mesías poderoso y liberador que ha sido entronizado como Señor del mundo. No, no creemos en este Cristo sin el «Solus Iesus» que nos presenta el evangelio, interpelándonos a creer que sólo se puede estar con el ‘Señor del mundo' cuando uno se entrega desnudo al propio mundo. 

 

 



Pastor Dr. Pedro Zamora
El Escorial
E-Mail: pedro.zamora@centroseut.org

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