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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Trinidad, 27.05.2018

Sermón sobre Mateo 28:16-20, por Federico H. Schäfer

Estimadas hermanas y estimados hermanos:

 

Ustedes sin duda conocen este relato mil y una vez citado por ocasión de la celebración de bautismos u otros momentos de la vida de la iglesia. Yo mismo lo he mencionado muchas veces para fundamentar el sacerdocio universal de todos los cristianos en la línea de nuestra teología protestante. Constituye el final del Evangelio según Mateo y es como que en él se concentra todo el sentido de este evangelio. Es como que el evangelista colecta una cantidad de relatos testimoniales acerca de lo que Dios regaló a los humanos a través del envío de Jesús --desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección-- todo lo cual apunta a este objetivo misionero: „Vayan y hagan discípulos a todas las naciones“.

 

El Evangelio según Mateo, y ello podemos decir asimismo de los otros evangelios y libros de la Biblia, no fueron escritos para ser colocados en una biblioteca a fin de alimentar la curiosidad histórica de generaciones posteriores, sino de alentar y activar a los creyentes y a la vez suministrarles insumos para transmitir las buenas nuevas de Dios a muchas otras personas, obviamente también a generaciones futuras.

 

Lo mismo vale, salvando la correspondiente distancia, para lo intencionado, por ejemplo, por las meditaciones ofrecidas por diversos devocionarios, por los materiales preparados por comisiones de evangelización y muchas otras publicaciones de nuestras iglesias, como así los sermones dominicales, etc. Todo apunta a motivar y movilizar a los creyentes en el cumplimiento del mandato de nuestro Señor: „Vayan y hagan discípulos a todas las naciones“.

 

Pero vayamos de las intenciones generales a su significado más particular para cada uno de nosotros. El relato tiene su raíz en los testimonios acerca de la resurrección de nuestro Señor. Ustedes posiblemente los recordarán. Las mujeres, discípulos también, descubren el sepulcro vacío y tienen una experiencia, diríamos,  sobrenatural o por lo menos no esperada: se encuentran con el propio Señor resucitado, vivo, de cuerpo entero, al punto que le pueden abrazar sus pies. Y por un lado, reciben de él ánimo: „No tengan miedo“ –les dice, y por el otro lado, reciben de él una tarea: „Avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me encontrarán“.

 

Las mujeres cumplen con la consigna y los discípulos, aunque dudan, finalmente se encuentran con su maestro. Y a pesar de que dudan, reciben de su maestro un encargo: „Vayan y hagan discípulos a todas las naciones“! Y porque dudan Jesús debe dejar claro quién es el que da el mandato: „Me fue dado todo el poder en el cielo y sobre la tierra“. Este mandato no lo da cualquiera: El mandato tiene su origen en el Señor, en quien los ha convertido en discípulos, en su maestro. Maestro dueño de una lógica muy especial: que se sabe humillar hasta la muerte, hasta perder todo poder, pero que a la vez tiene todo el poder sobre el universo; tiene el poder de Dios.

 

Por más que Jesús se identifique y afirme quien es, entre los humanos siempre se generan dudas acerca de su identidad, su realidad. Pero Jesús pone confianza en sus alumnos, a pesar de sus dudas y a pesar de ser en realidad seguidores a medias, y les delega este importante encargo: ampliar el círculo de discípulos a todas las naciones.

 

Ahora: ¿Qué es esto de „hacer discípulos“? La palabra correspondiente en el texto original griego es inventada por el evangelista Mateo, es un verbo derivado del sustantivo “discípulo” y podríamos traducirlo literalmente como „discipular“. O sea el mandato podría rezar así: „Vayan y discipulen a todas las naciones“. Pero nada podría ser más precario que esta traducción. También en castellano „discipular“ es un verbo nuevo, inventado por ciertas iglesias de corte carismático.  El tiempo y modo que Mateo dio a este verbo es intraducible al castellano en una sola palabra. Es necesaria una descripción más amplia. El mandato de Jesús en realidad está queriendo decir los siguiente: „Vayan y dejen  --faciliten, permitan, ayuden, acompañen-- que las naciones se transformen en discípulos míos“. O sea: Jesús no pretende imponer, no pretende que sus discípulos impongan la fe en él. ¡Confianza no se puede imponer! La gente debe convencerse por si misma de las bondades de Jesucristo a partir del testimonio genuino de sus discípulos. En todo caso es por acción del Espíritu Santo que alguien va a convertirse en discípulo de Jesús y no porque algunos seres humanos súper celosos van a obligarle o seducirle, vaya uno a saber con qué argumentos o argucias. El mandato de Jesús apunta a la generación de una fe madura, consciente, adulta, diríamos hoy, aunque Jesús no espera más que la simple y confiada fe como la de un niño puesta en sus mayores.

 

¿Pero cuál es la metodología para realizar esta tarea de ganar discípulos para el Señor? El maestro nos dice que lo hagamos enseñándole a las gentes a cumplir todo lo que él ha mandado a sus discípulos. Entonces, nuestro mandato es esencialmente desarrollar una tarea docente. Es sentarnos con la gente, dialogar con ellas y enseñarles las muchas cosas que Jesús nos enseñó a nosotros y de lo cual nos hemos convencido –básicamente que nos amemos los unos a los otros y todo lo que se deriva de ello para nuestra vida cotidiana (desde el simple saludo mañanero a nuestro vecino hasta la complicada decisión sobre qué hacer con los embriones sobrantes de una inseminación artificial). Y no ocultaremos a los potenciales discípulos que podemos amarnos los unos a los otros, porque Dios nos amó primero y, como consecuencia de ese amor a sus criaturas, nos envió a Jesús para que nos enseñe el camino cierto para nuestras vidas y no nos perdamos.

 

Ahora, si bien Jesús no pretende obligar a nadie imponiéndole una doctrina, su enseñanza tampoco es un „flan“. Exige enseñar y aprender una cierta disciplina. Es una enseñanza que apunta a su puesta en práctica. Las enseñanzas de Jesús no son para generar en nosotros ciertas emociones y luego ser archivadas como bellas palabras en nuestra memoria. Requieren del discípulo aceptación y convencimiento y luego su ejercicio, su puesta en práctica a través de buenas decisiones, buenas acciones, buenas costumbres; una ética de la honestidad, de la humildad y del agradecimiento.

 

La confianza que pone el discípulo en su maestro se demuestra en los hechos y esto resulta en la credibilidad del discípulo a la hora de „hacer“ discípulos a otras personas. Está claro que este „hacer discípulos“, esta tarea de evangelización, no ocurre en el espacio etéreo, sino sobre la tierra, en medio de un pueblo, en medio de una sociedad con su cultura, con todas sus virtudes y defectos. Es pues necesario previamente ver, observar las circunstancias de la vida en que se encuentra la gente; analizar esas circunstancias para luego recién determinar cómo vamos a encarar la enseñanza. Pero esos pasos previos no deben ser una excusa para dilatar, desanimar o incluso frustrar la tarea evangelizadora.

 

En este contexto de „hacer discípulos“, Jesús también nos indica, que los nuevos discípulos han de ser bautizados. No es aquí el lugar para explayarme sobre el significado del bautismo. Pero sí decir resumidamente, que el bautismo es un acto que debía señalar al discípulo, que Dios lo ha aceptado, que lo ha recibido en su comunión y que lo hace digno de recibir su Espíritu. El bautismo es un obrar de Dios, no es mérito del discípulo o de sus maestros, no está condicionado al haber aprendido más o menos conocimientos sobre la fe, no está condicionado a la mejor o peor conducta del que realiza el acto de bautismo y tampoco está supeditado a la edad o madurez del bautizando.

 

Pensar que el bautismo debe rehacerse con el argumento de que el bautismo que realizan nuestras iglesias y ministros no han conferido el Espíritu Santo es desautorizar a Dios. Él da su Espíritu a quien él quiere y cuando él quiere y no depende de las emociones que sintamos o no en ese sin duda importante momento. Es el Señor quien deposita su confianza en los seres humanos. Nosotros --en todo caso-- podemos confirmar nuestra respuesta, nuestro „sí“ al Señor y esto lo podemos y debemos hacer --al decir del Dr. Martín Lutero-- todos los días de nuestra vida. Y esto es lo lindo de nuestra fe cristiana: que podemos rehacer nuestra vida en relación con Dios siempre de nuevo. No se termina nunca de aprender, de ser discípulo, y de enseñar, de hacer discípulos.

 

Y que podemos hacer todo esto, a pesar de nuestras falencias, es porque el Señor nos apoya, nos avala. Él prometió estar en medio nuestro todos los días hasta el cumplimiento de los tiempos. Esta promesa no es poca cosa. Es cierto, no tenemos al Maestro, al Señor, a nuestro Dios en carne y hueso presente entre nosotros. Esto siempre de nuevo genera dudas: ¿Será verdad? ¿No será que somos víctimas una vez más de un „verso“, de una mentira?

 

Pero él está entre nosotros con su Espíritu y nos confiere este Espíritu en la confianza de que con ese Espíritu y en ese Espíritu podamos resolver nuestras dudas, nuestros conflictos, nuestras necesidades. Sin su Espíritu nada podríamos hacer. Pero con su Espíritu podemos ser buenos discípulos y hacer nuevos discípulos. Es una gran responsabilidad que el Señor nos confía. Pero él confía en nosotros y nos acompaña en la realización de la tarea que nos encargó. Vayamos, pues, sin temor al mundo y hagamos como él nos encomendó. Amén.



Pastor emérito, IERP Federico H. Schäfer

E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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