Göttinger Predigten

Choose your language:
deutsch English español
português dansk

Startseite

Aktuelle Predigten

Archiv

Besondere Gelegenheiten

Suche

Links

Konzeption

Unsere Autoren weltweit

Kontakt
ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º domingo de cuaresma, 02.03.2008

Sermón sobre Mateo 20:17-18, por Rodolfo R. Reinich

 

Estábamos en tiempos del primer gobierno democrático, después de la dictadura militar. Padecíamos en el país una inflación galopante.

Era el atardecer de un domingo de otoño.

Con mi esposa comenzamos a recorrer el  regreso de unos 400 kilómetros hasta Buenos Aires, donde vivimos. Veníamos de una fiesta aniversario de una nuestras congregaciones entrerrianas, cerca de la capital provincial. Disfrutamos el primer tramo de nuestro viaje por la ondulante ruta, subiendo y bajando las cuchillas, y bordeando a veces más cerca, a veces más lejos el Río Paraná, al sur de la provincia de Entre Ríos.

De pronto, ya profundamente entrada la noche, comenzó a disminuir la luz de nuestro automóvil hasta apagarse totalmente en unos pocos minutos. Pero, por suerte ya se había levantado una media cara luminosa de la luna. Había poco tránsito de modo que decidimos continuar casi a tientas y muy lentamente, tratando de indicar nuestra presencia con una linterna cuando alguien se acercaba. Nuestro objetivo, un tanto riesgoso, era llegar en primera instancia al próximo poblado, Ceibas, en la intercesión de la ruta internacional hacia nuestro destino final.

Sabíamos que allí, en un miserable galponcito de chapas, maderas y agujeros, había un muy buen mecánico que sacaba de apuros a más de un viajero con problemas mecánicos. Ya era casi medianoche.

Las luces estaban apagadas y las desvencijadas puertas del tallercito estaban cerradas con un enorme candado.  Pero, a media cuadra sobre la colectora se escuchaban voces y risas, que venían de un sencillo boliche-comedor. Comenté a los asombrados parroquianos lo que nos estaba pasando. Me comentaron que el técnico se había ido a su casa para descansar. Les pregunté si no sabían dónde vivía, pensando que quizás el no ayudaría de todos modos.

Con asombro escuché que uno de ellos dijo: "¡No se preocupe amigo, yo voy a buscarlo", y nos hizo la gauchada.

En pocos minutos apareció el hombre con el pequeño y delgado mecánico. Este tenía signos de haber sido despertado de un profundo primer sueño. Pero, rápidamente puso manos a la obra para comprobar que se había quemado el alternador de nuestro auto (generador de corriente eléctrica).

¡La reparación tardaría por lo menos un día! ¡Debíamos conseguir un lugar donde pernoctar y esperar! En ese pequeño poblado no existía esa posibilidad. ¡Quizás podíamos quedarnos sentados en el hall de una próxima estación de servicio!

Mientras tanto nuestro mecánico se quedó como tratando de recordar. "Me parece que tengo un alternador como el suyo. Alguien lo encargó y no vino a retirarlo", me dijo.

Efectivamente era nuevo y justo lo que necesitábamos. Entusiasmado le pregunté: "Cuánto costará con mano de obra incluida colocarlo  para poder continuar el viaje.  "¡Doscientos cincuenta australes!", me respondió.

Enseguida conté el efectivo en mi billetera y con gran desánimo tuve que decirle que sólo tenía ciento treinta.

Pero, sin pensarlo dos veces, aquél hombrecito menudo y servicial me dijo: "Se lo voy a colocar de todos modos para que usted pueda llegar con su esposa a casa." En pocos minutos terminó su obra. Otra vez tenía la luz para continuar. Nuestro auxilio en la noche de  ninguna manera aceptó los ciento treinta que yo tenía. "Por ahí usted los necesitará para cargar combustible o solucionar algún otro percance. Vaya tranquilo. Me paga en otro momento que usted pase por aquí."

Entre avergonzados por ese gesto solidario, -sin que nos pidiera el nombre, ni la dirección, ni el teléfono, ni otra referencia alguna, y felices partimos para llegar a la madrugada a nuestro hogar.

Un mes más tarde tuve que realizar un viaje pastoral por esa misma dirección. Entonces me acerqué al tallercito con los doscientos cincuenta australes, más una suma correspondiente a la inflación de un mes, que era muy alta. El hombre no se acordaba de mí. Seguramente ya había dado por perdido el repuesto y su trabajo. Pero, cuando le hice recordar su "gauchada" y le alcancé el dinero me miró con ojos grandes y sorprendidos, y dijo: "¡Mire, que había habido gente buena!"

"Sí,  le dije,  una de ellas es usted. No consideró el precio y estuvo dispuesto a servir al necesitado sin preguntar quiénes éramos!"

¡Emocionados nos dimos un fuerte abrazo y muy feliz continué de nuevo mi viaje! 

 

¿Qué padres no se preocupen por el bienestar de sus hijos? Muchos, incluso planifican la carrera más conveniente y ventajosa para ellos.

Hoy el Evangelio nos relata acerca de una mamá que elabora sus propias ideas sobre el futuro de sus hijos. Ella pretende un lugar para ellos, muy cercano a Jesús en el Reino de Dios.

El lobby de esa mamá, buscando una ventaja para Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, enoja muchísimo a los demás discípulos de Jesús.

Pero, la realidad es que ella no está sola con el pensamiento de hacer lo imposible para escalar de posición social y obtener beneficios rápidos. Esta forma de pensar sigue vigente hoy más que nunca: alcanzar posiciones de poder por encima de otros, cueste lo que cueste. Sucede en las empresas, en la política, hasta en las iglesias.

Dado que esta cuestión tiene que ver con una manera de vivir, Jesús se me en el conflicto y la discusión, para terminar diciendo: "Pero, entre ustedes no debe ser así." (v. 20).

La manera de vivir bajo el reinado de Dios es diferente, y tiene otros criterios.

El camino de los seguidores de Cristo no es siempre una carrera ascendente, un trepar a costa de quien sea, sino es más bien el camino que desciende, baja.  

Pues, el poder de Cristo no consiste en gobernar, sino en servir; no es el de dar órdenes, sino en escuchar; no consiste en juzgar, sino en el de entregarse a sí mismo en lugar de otros.

¡Nosotros vivimos gracias a su entrega!  En Él debemos orientarnos.

 

En el libro de "Lecturas Diarias 2008" de la IERP, el pastor Eugenio Albrecht escribe la reflexión del 27 de enero:

"Hace unos años nos encargaron los actos devocionales del encuentro de Diaconía de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP). Éramos un grupo de tres personas...

Habíamos previsto una dinámica a través de la cual cada uno sostenía una vela. Estábamos en una ronda de una 80 personas, alrededor de una vela grande que permanecía siempre encendida. La idea era encender las velas de algunas personas, luego de apagarlas de a una e ir reflexionando sobre la luz verdadera que jamás se apaga, más allá de que nuestras pequeñas luces suelen tiritar con el paso de algún viento que sacude nuestras vidas.

El último paso era apagar las velas de todos los participantes, dejando encendida sólo la vela del centro, que simbolizaba a Jesús.

Para nuestra sorpresa no lo pudimos hacer, porque a medida que apagábamos una vela, dos o tres se encendían alrededor nuestro a través de las velas de los estaban al lado. Lo intentamos, luchamos, quisimos poner tinieblas en esa gran ronda, pero el compromiso y la solidaridad de los unos con los otros hicieron que fuera imposible. En cuestión de segundos las ochenta velas se volvieron a encender una tras otras.

El mensaje fue más fuerte del que habíamos imaginado. Jesús es la luz intensa que brilla en las tinieblas, pro también en nosotros, a través de nuestras pequeñas luces, podamos ayuda a los demás." ¡Esta será otra manera de vivir! La manera de Cristo, como lo hizo aquél mecánico en la ruta, quizás aún sin saber que con ello era un discípulo ejemplar de nuestro Señor. Amén.  

 



Pastor Rodolfo R. Reinich
de la IERP el ministerio pastoral en la Iglesia Reformada Argentina en Barracas, ciudad autónoma de Buenos Aires.


E-Mail: reinich@ciudad.com.ar

(zurück zum Seitenanfang)