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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Cuarto Domingo de Adviento, 23.12.2018

Sermón sobre Lucas 1:39-45, por Marcelo Mondini

Lucas 1:39 - 45 (versión Dios Habla Hoy)

Por aquellos días, María se fue de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le estremeció en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte, dijo:

—¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se estremeció de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

Los relatos del Adviento hoy nos llevan a un pueblo de la región montañosa de Judea. No sabemos dónde estaba ubicado exactamente este lugar, pero lo podemos localizar en la región próxima a Jerusalén y su templo, donde cumplía sus funciones sacerdotales Zacarías, esposo de Isabel. Y el texto da cuenta de un encuentro entre dos mujeres, Isabel y María, que además de tener en común el pertenecer a la misma familia, ya que eran primas, ambas estaban viviendo una misma situación: las dos estaban embarazadas.

El anuncio de la llegada de los dos bebés, según lo relata el mismo capítulo 1 de Lucas, había sido hecho por el mismo mensajero, el ángel Gabriel, enviado por Dios a dar la buena noticia. El ángel lo anuncia tanto a Zacarías, quien sería el padre de Juan como a María, la madre de Jesús.

Estos dos anuncios fueron tomados con gran sorpresa tanto por Zacarías como por María; pero en el primer caso, la duda también apareció. Zacarías e Isabel ya no eran jóvenes, y parecía, a los ojos humanos, que el tiempo había pasado. Pero la duda de Zacarías no obstaculizó el obrar de Dios, sino que la criatura engendrada se desarrolló y fue creciendo, a tal punto que cuando Isabel y María se encontraron, las Escrituras nos cuentan que el niño, que al nacer recibiría el nombre de Juan, se estremeció en el vientre de su madre.

Con María ocurrió algo distinto. Aunque humanamente tampoco resultaba posible la concepción, ella simplemente confió en la palabra de Dios a través del mensajero, y se puso a disposición para hacer la voluntad del Creador.

Es a partir de aquí que la última exclamación de Isabel, al encontrarse con María, adquiere mayor sentido. Isabel pronuncia una frase inolvidable, que merece nuestra reflexión:

¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor te ha dicho!

Estas palabras de Isabel nos hablan de la dicha, la felicidad, que surge al creer que se cumplen las promesas que Dios hizo y hace. Y para profundizar un poco más en su significado y contenido, la propuesta es hacer recorrido, una lectura de estas palabras en orden inverso a la forma en que figura en el texto.

Así, comenzaremos por “el Señor te ha dicho”. Es que en el centro del encuentro, en el centro del relato, en el centro del texto, siempre nos encontramos con el Señor, Dios creador y sustentador de la vida, que no se limita a mantenerse en un lugar apartado y alejado de sus criaturas ni de la historia y las historias de ellas, sino que se revela, se acerca, se da a conocer. Creemos en un Dios que se comunica, y lo hace de muchas maneras. Lo hizo en la antigüedad numerosas veces a través de profetas, mensajeros y señales. Lo hizo también con María a través de un mensajero, un ángel, que le dijo lo que habría de suceder.

Dios se comunica. Él está más cerca de lo que nos parece, y aún hoy tiene algo para decirnos.

Y este Dios que comunica, comunica cosas, ideas, situaciones que han de ocurrir, buenas noticias de eventos que vendrán, advertencias sobre los malos caminos que transitamos, esperanza en un nuevo día de redención para todos y todas. En el caso de la comunicación tanto a Zacarías como a María, esas “cosas” fueron el anuncio de la llegada de la vida, que trae aparejada la promesa de un futuro distinto, un nuevo tiempo de encuentro persona con Dios. Tanto Juan, el Precursor, como Jesús, el Salvador, fueron el cumplimiento de las cosas-promesas transmitidas por Dios mismo. Porque Dios, el Señor, se comunica, y en este encuentro con el ser humano siempre tiene una noticia alentadora, un futuro de esperanza, una promesa de paz y bien para toda la humanidad. Las “cosas” son las promesas de Dios, hechas desde la antigüedad y completadas en Jesucristo. Las “cosas”, las promesas, tienen aún vigencia para nosotros. Las promesas de Dios muchas veces nos producen sorpresa e incertidumbre, y algunas veces, hasta que las llegamos a profundizar en nuestras vidas, también nos traen algo de miedo. Pero Dios sigue hablando, acercándose, haciéndonos saber de sus promesas de esperanza.

Y estas promesas, estas “cosas” comunicadas por Dios, tienen un único destino: llegar a su cumplimiento. Las promesas fueron dichas por Dios para cumplirse. No hay alternativas, no hay otro camino. Lo que Dios dice, se cumple. Independientemente de lo que pensemos, más allá de nuestra incredulidad. Jesús mismo lo dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21:33), donde este “no pasarán” lo podemos entender como que quedarán, se harán presentes, se cumplirán. Fue el caso concreto de Juan y Jesús: más allá de la incredulidad de Zacarías o de la fe profunda y sencilla de María, Dios cumplió su promesa.

Algo hizo la diferencia. Isabel lo definió en muy pocas palabras; ella sabía, seguramente por alguna revelación recibida del Espíritu de Dios mismo, que María había creído lo dicho por el ángel. Un creer que es la forma en que se lleva a la práctica la fe; por esto es que decimos que creer es conocer y creer también es confiar. María reconoció en el ángel la presencia de Dios, del Dios de la Vida que anunciaba la llegada de la vida plena para todas y todos; María confió en la palabra de Dios, en su promesa, traída a través del ángel-mensajero.

Tal vez nos podemos preguntar si la fe de María, este “haber creído”, fue la condición para que la promesa se cumpliera. La respuesta es inmediata y negativa. No es necesario que creamos para que se cumplan las promesas de Dios. Las promesas de Dios, su palabra, se cumple siempre, independientemente de nuestra aceptación, y también a pesar de la duda y la incredulidad.

Pero hay algo notable, y que Isabel lo detecta inmediatamente. Tal vez el rostro de María lo estaba diciendo, sin hablar, al irradiar la felicidad que sólo Dios da. Es la dicha que aparece en la persona que cree; es la felicidad que abarca la vida de quien pone su vida en las manos de Dios, confiando en sus promesas. Es un estado de ánimo distinto, es una persona que se siente plenamente satisfecha al disfrutar de todos lo buenos que significa la presencia de Dios en la vida. El salmista lo anticipa, muchos años antes, y de diversas maneras: “Prueben y vean que el Señor es bueno; dichosa la persona que confía en Dios” (Sal 34:8)

Y esta dicha, esta felicidad, es lo que goza María. Felicidad que tiene que ver con la alegría, pero que la abarca y la supera tanto en duración como en importancia. Y de la misma manera, felicidad que no es ajena a momentos de tristeza, situaciones de dolor, tiempos de dificultades. Pero por encima de todo esto, la dicha, la felicidad, es el regalo que Dios da a quienes creen, a quienes ponen su esperanza en Dios y en su palabra.

Por todo esto, nuevamente las palabras de Isabel llegan a nosotros hoy. Nos hablan de la dicha, de la felicidad que surge en la vida al poner nuestras vidas en las manos de Dios, al creer que siempre se cumplen las promesas que Dios hizo y hace, ya que su gran amor está siempre cerca, acompañando, guiando, perdonando.

El encuentro de Isabel y María es un relato muy particular, ya que nos habla del encuentro y nos habla de creer. Le pedimos a nuestro buen Dios que en este tiempo de Adviento podamos reafirmar nuestra fe en Jesucristo, y se hagan vivas en nosotros nuevamente hoy sus promesas, que son vida para nuestras vidas.

 

Que así sea.



Pastor Marcelo Mondini
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: marcelo.mondini@hotmail.com

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