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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º domingo de cuaresma, 02.03.2008

Sermón sobre Mateo 20:17-28, por Pedro Zamora

  

Alguien quiere que pensemos mal de la mujer de Zebedeo

La verdad es que creo que quien nos haga leer seguidos estos dos episodios --el anuncio de la muerte del hijo del hombre (vv. 17-19) y la petición de la madre de los hijos de Zebedeo (vv. 20-28)--, es un tanto malicioso, en el sentido de que quiere que los lectores pensemos mal de esta última. El leccionario desde luego lo es, porque ha seleccionado ambos episodios para este domingo. Pero quizás también tenga la culpa el evangelista, que sin mediar transición temporal alguna, yuxtapone la petición de la mujer de Zebedeo al anuncio de la crucifixión de Jesús, obligando al lector a sentirse pasmado ante la poca delicadeza de esta mujer (y por supuesto, de sus hijos que se supone acaban de escuchar el anuncio del maestro).

¿De verdad fue tan insensible?

Antes de juzgar a la buena mujer, haríamos bien en identificarnos con ella. ¿Por qué motivo? Por la sencilla razón de que su forma de recibir el anuncio de la muerte y resurrección de Jesús (v.19) no es muy distinto al nuestro, o sea, al modo habitual en el que también nosotros recibimos el mensaje de la cruz de Cristo. Al menos, yo creo que cuando oímos hablar de los fundamentos del Evangelio, esto es, de la muerte y resurrección de Jesús, casi automáticamente muchos pensamos que la muerte o la pasión de Jesús no es más que un trámite necesario para demostrar la divinidad de Cristo a través de la resurrección.

Y por identificación con Cristo, creemos que la fe es creer en la resurrección, olvidando que la fe supone creer en la muerte tanto como en la resurrección. De hecho, cuando Jesús les dice  «de mi vaso beberéis y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados» (v.23), se está refiriendo precisamente a la muerte por la que seguramente sus discípulos van a tener que pasar, y no una muerte tranquila, sino pasando por un verdadero quebranto.

¿Creer en la muerte?

¿Creer en la muerte? Creo que en Cuaresma debemos insistir en este aspecto; sí, la fe supone creer en la muerte. Esto es, supone asumir que debemos morir, y hacerlo no como una derrota, sino como nuestro acto de entrega verdadera y definitiva a las manos del Señor. Quizás por eso nuestro segundo episodio acabe con estas palabras de Jesús: «el hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate de muchos» (v.28). Por tanto, creer en la muerte significa que, sea que muramos por un acto heroico, o por persecución, o de senectud, nuestra muerte ha de ser el último acto de nuestra entrega a Dios y a los demás. Esto es morir en Cristo.

En este país desde el que escribo, España, existe una religiosidad de la muerte que es prácticamente patológica: se diría que la muerte tiene un morbo sagrado que atrapa a las almas más religiosas. Por supuesto, no es esto lo que estoy defendiendo. Lo que sí defiendo, contra la tendencia natural a creer que la ‘redención' de los seres humanos se hace con buenos medios -como quien tiene dinero para rescatar a muchos esclavos-, es que en última instancia la verdadera redención sólo es posible poniendo la propia vida a disposición.

Así, mientras Jesús se empeñaba en anunciar su muerte a lo largo de su ministerio, que era tanto como decir que dicho ministerio era un camino de abandono de toda forma de poder, nosotros nos empeñamos en dotarnos de los mejores medios para anunciar el Evangelio. Resulta interesante a este respecto analizar los presupuestos de iglesias y organismos eclesiales, para descubrir que reflejan una lucha por dotarse de más y mejores medios para cumplir su misión. ¿No es esto como querer estar ya a la diestra y a la siniestra del reino de Jesús? (Cf. v.21) ¿No es, a fin de cuentas, creer más en los medios de poder que en la entrega total, que en la plena disponibilidad de lo que uno es y posee? En realidad, esto es creer en la resurrección sin creer de verdad en la muerte. Y claro está, entonces nuestro concepto de resurrección también queda dañado, puesto que ya no es verdadera: ya no se trata de una nueva vida, un nuevo reino que nada tiene que ver con éste de acá, porque ha pasado de verdad por la muerte.

Conclusión

Creer de verdad en la resurrección, supone creer primero y de verdad en la muerte. Si algo hemos de aprender a vivir en Cuaresma, es precisamente esta profunda fe en la muerte como acto definitivo de entrega a Dios y a los demás, dejando los frutos de ese acto en las manos de Dios mismo (¡la resurrección no está en nuestras manos, sino en las de Dios!).

 

 



Pedro Zamora
El Escorial, España
E-Mail: pedro.zamora@centroseut.org

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