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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Noche Buena, 24.12.2018

Sermón sobre Tito 2:11-14, por Federico H. Schäfer

Tito 2, 11-14 (Leccionario Ecuménico: Ciclos “A”, “B” y “C”)

 

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Permítanme comenzar con una pregunta: ¿Para qué estamos reunidos hoy aquí en tan gran número y con ánimo tan festivo? ¿Para qué armamos semejante árbol lleno de luces? La respuesta obvia parecería decirnos, que hacemos todo esto para rememorar el nacimiento del niño Jesús ocurrido en un establo en Belén, Palestina, hace veinte siglos. ¿Eso es todo? No podemos vivir apenas de recuerdos que nos ha legado la tradición. Pero yo estoy convencido, que efectivamente tenemos una razón valedera para celebrar esta noche y sentirnos felices. La razón es que Dios nos ha mostrado su bondad. Es decir: En ese hombre, llamado Jesús, que nació en ese humilde establo en Belén, que vivió como uno de nosotros, que predicó palabras de consuelo y aliento, que actuó con tanta sabiduría y amor, que murió como murieron muchos otros condenados injustamente, etc., Dios manifiesta su amor para con todos los seres humanos. No porque los humanos lo hayamos merecido, sino precisamente porque él quiere y se preocupa por sus criaturas.

 

Así, pues, como Jesús ayudó a las gentes, así como él habló a los hombres y a las mujeres y a los niños, así actúa Dios con nosotros. Jesús fue un ejemplo vivo de lo que es Dios con nosotros. Según la profecía que cita el evangelista Mateo (cap. 1, vers. 23) el Mesías se iría a llamar Emanuel, que en hebreo significa: “Dios con nosotros”. Jesús es, pues, la manifestación palpable de la gracia de Dios. Y esta gracia ---misericordia, amor, bondad, o como queramos llamarla--- es la pauta directriz de todo un plan de acción de Dios dedicado a nosotros ---algo así como un proyecto de desarrollo--- que tiene como meta nuestra salvación. Dios en su gracia quiere que los humanos y toda la creación lleguemos a ser salvos.

 

La pregunta que subsigue es: ¿De qué Dios quiere que seamos salvados? Hablar de nuestra salvación presupone que estamos en una situación peligrosa, o por lo menos complicada, de la que deseamos salir porque no es una situación que nos permite vivir como le agrada a Dios, ni tampoco como nos agrada a nosotros, pero de la cual no podemos salir por nuestros propios medios. Estar presos en una cárcel no es agradable, por ello deseamos escapar de ella. Estar enfermos atados a una cama tampoco es agradable, por lo cual desearíamos sanar rápidamente. En fin, desearíamos ser salvados de muchas cosas que nos tienen oprimidos, que nos incomodan, que nos causan dolor: de los sufrimientos que nos acarrea un amor no correspondido, de un vecino mal intencionado, de las deudas, que no logramos saldar, de las culpas que no podemos remediar, de algún vicio al que no podemos resistir, etc.

 

Pues bien, Dios quiere salvarnos de todo ello, él quiere antes que nada salvarnos de la circunstancia básica que hace que nos encontremos presos de tantos factores negativos ---esto es de lo que nosotros en el lenguaje eclesiástico llamamos pecado--- o sea del modo de vivir mal orientado, que en vez de llevarnos a la vida verdadera en comunión con Dios, nos aparta de él, llevándonos a una forma de vida impropia, distinta de aquella para la cual fuimos creados. La meta de la bondad de Dios es salvarnos de todo lo que impide que vivamos felices ---dichosos, bienaventurados, en unión con él.

 

El plan salvífico de Dios para con nosotros supone un proceso histórico que se inicia en la localidad de Belén con el nacimiento de Jesús y que será acabado, terminado, al final de los tiempos con la segunda venida de Jesús a esta tierra, su venida en gloria. En este proceso en el que está comprendido todo el mundo ---aún los que no creen en Dios--- es para nosotros un proceso de aprendizaje y maduración en la fe, de trabajo en perseverancia en la vida práctica de todos los días, en la lucha contra los poderes contrarios al plan de Dios, en la esperanza de la salvación plena y definitiva.

 

Así es como la bondad de Dios, que se manifiesta en Jesús, nos enseña a dejar la maldad, a llevar una vida sobria, de buen juicio, de rectitud y respeto y a vivir a la espera del cumplimiento de lo que él ha prometido: La venida en gloria del propio Jesús para completar nuestra salvación. Jesús es el maestro por excelencia, modelo y guía en la formación de nuestra personalidad. Él es el ejemplo viviente de lo que deberíamos ser y de lo que de ahora en más podemos ser: hijos e hijas de Dios. Nuestro aprendizaje, nuestra experiencia práctica de la fe estará en seguir el ejemplo de Jesús, seguir los pasos del que siempre de nuevo nos llama a seguirlo. Acudir a su llamado implicará también asumir sacrificios, tal como él mismo se ha sacrificado por nosotros. La expresión del mismo Jesús: “¡Toma tu cruz y sígueme!”, cobra verdadero sentido en este contexto.

 

A la espera de la gloriosa venida de nuestro Señor y Salvador que vendrá a completar nuestra salvación plena, todos los sacrificios, las penurias y problemas que debemos sobrellevar durante esta época de maduración y preparación empalidecen. Esto también es motivo de alegría, que da razón de ser a nuestros festejos navideños. Estamos, pues, contentos porque escuchamos y ahora comprendemos la buena nueva de que Dios puso en marcha su plan de salvación para nosotros a través de Jesucristo. Y estamos igualmente contentos de escuchar la buena noticia de que Dios completará su plan de salvación enviando nuevamente a Jesucristo a esta tierra al final de los tiempos.

 

Esta alegría de vivir la verdadera vida en compañía de Dios, que se desprende de nuestra fe y esperanza en lo que él hizo y hará a través de Jesucristo, ha impulsado a los apóstoles y misioneros a realizar todas las obras que realizaron para llevar adelante, para difundir estas buenas noticias. Estas buenas noticias nos dan y refuerzan también en nosotros la fe y la esperanza para hacer el bien ya en estos tiempos y llevar una vida sobria consigo mismo y una vida justa y bondadosa para con los semejantes y todo el resto de la creación de Dios; una vida humilde de reconocimiento, confianza, obediencia y oración hacia Dios.

 

Finalmente esa fe y esperanza en el obrar de Dios, nos llevará también a nosotros a proclamar estas buenas noticias, pues “quien tiene el corazón repleto de alegría, le desborda de alegría la boca”. No podemos guardar para nosotros esas noticias tan importantes para nuestra vida actual y futura. Ellas mismas nos impulsan a transmitirlas y compartirlas con nuestros semejantes. Esa necesidad de transmitir el Evangelio, las buenas nuevas, es el verdadero contenido y sentido de la fiesta de Navidad. ¡Que así sea!



Pastor emérito, IERP. Federico H. Schäfer

E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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