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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

8° domingo después de Pentecostés, 04.08.2019

Sermón sobre Lucas 10:25-37 (Leccionario Ecuménico Ciclo “C”), por Federico Schäfer

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Este relato nos toca por todos los lados. No solo por ser uno de los relatos más conocidos de la Biblia. Es que a pesar de su antigüedad, lo vivimos y revivimos cotidianamente. No es necesario aventurarse por apartados senderos montañosos para sufrir un asalto y quedar lesionado en el camino a la  merced de quien quiera ayudar. En pleno día y en plena ciudad, a la vista de numerosos testigos, ocurren estos hechos, que no pocas veces terminan con la muerte.

 

Por otro lado es un apelo a la solidaridad, que hoy en día y dadas las circunstancias sociales por las que atravesamos y la conciencia social que entre tanto existe, ya no solo es una demanda divina, sino una demanda que se ha vuelto popular. No es que por ello ahora todos seamos buenos y solidarios, colaboradores y ayudadores. Pero es como que esa demanda de asistencia al necesitado, que nos parecía provenir de una vetusta Escritura Sagrada de un pasado empolvado, se nos vino encima y nos alcanza nuevamente,  solicitándonos una toma de decisión concreta de la que no podemos zafar.

 

Pero no solo nos impacta nuevamente a nosotros hoy. A lo largo de toda la historia del cristianismo este relato ha impactado siempre de nuevo a hombres y mujeres llamándolos a realizar obras de caridad, muchísimas de las cuales se han hecho individualmente en silencio y con humildad; pero otras que han sido encaradas comunitariamente han crecido transformándose en instituciones de bien público, de las que hoy en día no quisiéramos prescindir: hospitales, asilos, mutuales, hogares para niños de la calle, fundaciones y organizaciones donantes, etc., etc.. Creo no equivo-carme al afirmar, que casi toda la diaconía que realiza la iglesia y muchas obras que entre tanto se han secularizado, han sido inspiradas por este relato.

 

Por eso vale la pena introducirnos un poco en él. La historia surge de la discusión entre los dirigentes oficiales de la comunidad religiosa judía y nuestro Señor Jesús, que era considerado por aquellos como un religioso cuentapropista y sectario, que alborotaba y desestabilizaba al pueblo con sus enseñanzas radicales. Por tanto, había que probarlopara poder acusarlo de alguna herejía y tener así razón para sacarlo de en medio. Pero, como veremos, el que quería probar a Jesús, termina siendo probado él mismo.

 

El maestro de la ley, el teólogo y jurista judío le pregunta a Jesúsqué debe hacer para conseguir la vida eterna. Esta pregunta parte de la base de que hay un Dios que premia con la posibilidad de una vida más allá de la muerte a quienes se esfuerzan por hacer el bien, por cumplir aquí durante la vida en este mundo una serie de preceptos éticos y rituales y castiga con la muerte definitiva a quienes en esta tierra no cumplen con tales reglas. La pregunta, por tanto, apunta a ver, si las reglas que recomienda Jesús a sus seguidores coinciden o no con los preceptos de la tradición legal judía.

 

Y hete aquí, que Jesús le recomienda que para obtener la vida eterna él haga precisamente eso que él, como maestro de la ley, sabía a las claras que debía hacer: “Amar a Dios por encima de todo, con todo el corazón, con todo el alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente, y amar al prójimo como se ama a si mismo” (Éxodo 20, Lev. 19; Deut. 5). Y este mandamiento el fariseo no solo lo conocía sobradamente por formar parte de la ley, en hebreo la Thorá, sino porque además este texto los sacerdotes y maestros de la ley lo recitaban diariamente en sus devociones personales.

 

El maestro de la ley no podía recriminarle nada a Jesús; es más, es como que Jesús le “tapa la boca”. Sin embargo, el maestro de la ley no da el brazo a torcer. Intenta defender su pregunta solicitando a Jesús le aclare el concepto de “prójimo”. ¿Quién es mi prójimo? –pregunta. El maestro de la ley acostumbrado a manejarse con reglamentaciones detalladas, quería obtener más especificaciones sobre el alcance del mandamiento. ¿Prójimos son todos los cercanos que están a mi alrededor? O ¿Hay algunos ---por ejemplo por ser enemigos, por pertenecer a otra religión, por ser extranjeros, etc.--- que están exceptuados? O dicho en otras palabras: ¿Hay algunos a los que ---por decirlo de alguna manera--- no les debo nada?

 

Jesús adivinando las intenciones del maestro de la ley, cuenta entonces este conocido ejemplo. Es casi un lugar común, es un suceso que le podía ocurrir a cualquiera. El camino de Jericó a Jerusalém era famoso por los asaltos a los viajeros. Pero Jesús le agrega unas connotaciones pedagógicas muy especiales –casi crueles para su interlocutor. Porque, oh casualidad, son dos miembros de la clase sacerdotal que pasan de largo frente al malherido sin darle la más mínima atención. Y con toda intención Jesús coloca en su ejemplo a un extranjero odiado, un viajero originario de la provincia de Samaria, como protagonista del servicio de amor.

 

El samaritano sí atiende a la víctima del asalto; le venda las heridas, lo pone sobre su cabalgadura, lo transporta a una posada, lo cuida y finalmente paga para que lo sigan cuidando en su ausencia. Y todo esto el samaritano lo hace bajo el riesgo de su propia integridad. Porque el herido podría haber sido también una carnada, una trampa para un nuevo asalto. Además dispensó tiempo, erogó dinero y todo ello ¿para quién? Nada menos que para un ciudadano judío que normalmente discriminaban, odiaban a los samaritanos.

 

El ejemplo es drástico. Jesús pregunta finalmente al maestro de la ley invirtiendo ahora los tantos. Es decir: Jesús no le pregunta quién es el prójimo del samaritano, donde la respuesta obvia hubiese sido: pues, el que cayó en manos de los asaltantes. Jesús formula la pregunta desde la víctima, o sea, quién es el prójimo del hombre que fue asaltado. Me imagino, que después de esta pregunta debe haberse producido un largo momento de silencio. Finalmente el maestro de la ley responde, pero no tiene la valentía de reconocer que nada menos un samaritano ---que presuntamente no creía en el verdadero Dios, no conocía los mandamientos, no se consideraba un santo--- hubiese aplicado la ley del amor espontáneamente, mientras sus colegas instruidos en dicha ley habían pasado de largo. Pero no le queda otra salida que responder y lo hace en forma elíptica: Es prójimo del que cayó entre los ladrones quien tuvo compasión de él.

 

O sea, aplicado a nosotros, a ti y a mi: No soy yo que de entre los seres humanos más próximos, más cercanos a mi entorno, me elijo el o los prójimos que me son simpáticos. ¡No! Será el necesitado de mi ayuda al que yo seré prójimo en la medida en que le preste mi colaboración. Obviamente, como lo significa la propia palabra, el prójimo es el semejante más cercano, más próximo que tengo; no es el semejante que está a mil kilómetros de distancia o en Asia o en África. Es decir: a los semejantes lejanos también podemos y debemos ayudar, pero los semejantes lejanos no deben transformarse en una excusa para escapar de la ayuda a los más cercanos, a los que se me presentan sin mi elección. Jesús nos remite a lo concreto, la necesidad de estar disponibles para ayudar ya, ahí, resolver la necesidad que está a nuestros pies, a nuestra vista, delante de nuestra puerta, de manera que podamos ser prójimos de aquel que se nos presenta de momento.

 

La demanda de Jesús no admite clasificaciones previas: En este caso ayudo, en este otro no; porque este me lo va a agradecer, porque el otro no lo merece, porque este es un boliviano o porque el otro es un negro, etc. etc. La ley del amor no admite reglamentaciones y no tiene excepciones. Repito: judíos y samaritanos no se trataban, eran como enemigos. Por tanto, lo que Jesús hace hacer al samaritano en su ejemplo es practicar el amor al enemigo. El maestro de la ley, por el contrario, quiere tener claros los límites de la demanda del amor. Pero Jesús nos desafía a una solidaridad sin limitaciones.

 

Los seres humanos nos debemos amor, respeto y ayuda los unos para con los otros más allá de la raza, de la nacionalidad, de la religión, de la clase social, del partido político al que pertenecemos. En la sociedad globalizada en que vivimos esto cobra una importancia que jamás la tuvo anteriormente. Por eso son pecado, las guerras, las discriminaciones raciales, las discriminaciones religiosas, políticas, de clase, etc. etc.

 

Soy consciente que llevar a la práctica el mandamiento del mutuo amor con tanta radicalidad es una utopía. Pero Jesús espera de nosotros un cambio de mentalidad tal, que nos encaminemos en un estilo de vida y convivencia que nos acerque cada vez más a esa utopía. Y esto es posible porque él mismo lo mostró en su persona. Él se entregó por sus prójimos, por todos los seres humanos, hasta la misma muerte. Él mismo también lo ha dicho: “No hay mejor amor, que dar la vida por un hermano”. Él nos amo a pesar de que actuábamos y actuamos como que fuéramos sus enemigos. Y visto que él nos amó así y nos cura, nos cuida y nos sana es que podemos cumplir con su mandato: “¡Ve y haz tu lo mismo!”. Amén.



Pastor emérito Federico Schäfer

E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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