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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

13. Domingo después de la Trinidad , 15.09.2019

El cielo canta alegría
Sermón sobre Lucas 15:1-10, por Estela Andersen

 

Hace algunos días, la entrenadora de natación de Benjamín, uno de mis hijos, nos dijo que le llegó una notificación que anunciaba que había sido preseleccionado para un torneo muy importante fuera del país.

Esto nos llenó de alegría a mi esposo y a mí. Alegría por él, por su esfuerzo, por sus logros, y ahora, por este reconocimiento, que al menos significa que todo su esfuerzo está dando sus frutos… más allá que si finalmente queda seleccionado para esa competencia.

Si tengo que decir qué es lo que me provoca alegría, sin duda son los logros de mis hijos, sobre todo cuando se han esforzado por ello, me dan muchísima alegría…

¿Qué es lo que a vos te provoca o te trae alegría?

 

Para responder esta pregunta, primeramente es importante definir ¿qué es alegría?

Alegría es parte de las emociones del ser humano, es un sentimiento grato que se expresa exteriormente. Es posible ver de afuera cuando una persona está alegre.

Es un estado interior en donde la persona se siente fresca, luminosa, con un estado de bienestar, de placer, que a la vez contagia a quienes la rodean.

La alegría aporta tranquilidad, felicidad y amor a la persona que la siente.

 

En el texto de Lucas Jesús presenta dos parábolas a partir de las críticas de los fariseos y escribas. En ellas habla acerca de la alegría al encontrar lo que se había perdido: la oveja al pastor, y la moneda a la mujer.

La alegría es la expresión que surge al hallar lo que se ha buscado con esfuerzo, es el sentimiento de satisfacción de haber logrado lo que se anhelaba… de ahí también el festejo con amigos y amigas, porque la alegría siempre necesita ser compartida con otras personas. No se la puede vivir hacia adentro, porque desborda.

Así es que Dios no se alegra solo cuando un pecador se arrepiente, sino que lo hace junto con los ángeles del Cielo.

 

La alegría es el estado natural del cristiano, es inherente a la fe. Es una alegría que se ejercita, por eso el apóstol Pablo dice a la comunidad de Filipos: “¡Estén alegres en el Señor! Estén alegres”.

Lo interesante o lo curioso es que, mientras que generalmente sentimos alegría una vez que cumplimos nuestros logros u objetivos, muchas veces después de un gran esfuerzo; la alegría del cristiano resulta a la inversa.

 

¿Qué quiero decir con esto?

El cristiano se alegra de “ser encontrado” por Jesús. Es Jesús quien pone el cuerpo: muere en la cruz y resucita, o sea, se “esfuerza” por nosotros, en vez de nosotros, para que justamente disfrutemos de sus logros: el perdón de los pecados y la vida eterna.

Nosotros no nos esforzamos, pero vivimos la alegría de los frutos, que recibimos agradecidamente. Desde ese momento, cada día nos “esforzamos” en encarar la vida con alegría, más allá de las dificultades que nos toquen enfrentar. La alegría que nos provoca saber que Jesús derrotó a la muerte de una vez para siempre, y que a través de su resurrección comparte el don de la vida eterna con nosotros, simplemente por el gran amor que nos tiene, se refleja en una vida en agradecimiento y alegría. En ese agradecimiento nos esforzamos por seguir sus pasos.

 

Lo interesante, vuelvo a repetir, es que recibimos primeramente el premio, antes de empezar la carrera, antes de “competir” (si queremos usar como Pablo, la analogía de una vida en la fe con la dedicación de un atleta). Nuestra alegría es el reconocimiento a Jesús como nuestro Salvador, quien dio un giro en nuestras vidas, y nos dio la tranquilidad, la felicidad, el bienestar y el amor. Una alegría que es también agradecimiento.

 

Ser cristiano es sinónimo de ser alegre, de vivir con alegría. La tristeza y el pesimismo no van de la mano de la fe. Creer en Jesús como quien nos guía y sostiene nos llena de alegría, pero distinta de la que naturalmente sentimos como seres humanos. La alegría del cristiano es más profunda, porque permanece en nosotros más allá de lo que nos toque enfrentar.

Es la alegría de sabernos “invencibles” por la presencia del Espíritu Santo en nosotros, que no nos hace infalibles, sino que nos recubre de eternidad: nada ni nadie nos puede hacer daño (ni las enfermedades ni la muerte), porque Jesús ha vencido al sepulcro y a la muerte… por eso con Pablo decimos también: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”. Esa es una alegría que sentimos por nosotros mismos, pero, como dije anteriormente, la alegría es un sentimiento que desborda, no puede quedar adentro, explota para afuera, por eso, esa alegría que nos provoca una vida en Jesús, se expresa hacia afuera, contagiando a quienes nos rodean.

Es así que, cuando otras personas descubren o encuentran a Jesús (¿o será más bien que Él las encuentra?...), nuestra alegría crece, por ser ahora una alegría transmitida y compartida.

 

Somos hijos e hijas de un Dios expresivo, que manifiesta su alegría por habernos encontrado, y por nuestros “logros” también. Es un Dios que desborda de alegría y la comparte con los ángeles del Cielo.

Hoy Jesús nos llama a vivir con esa misma alegría. Que la alegría que nos provoca el ser hijos e hijas de Dios llegue a tantas personas afligidas, que sienten que la vida no tiene sentido, que solo logran ver lo negativo, sin apreciar lo mucho que Dios les da diariamente. Seamos imitadores de Dios y vivamos en siempre alegres. Amén.

 

Que la paz de Dios, que supera toda comprensión guarde sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús.



Pra. Estela Andersen
General Alvear, Entre Rios, Argentina
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