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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

15° Domingo después de la Trinidad , 29.09.2019

Darse cuenta
Sermón sobre Lukas 16:19-31, por Juan Dahlinger

Cruzar la ciudad de Buenos Aires de sur a norte (o viceversa) en horario pico es toda una odisea. Sin embargo ya es “normal” que haya caos en el tránsito y en el transporte público, ocasionado por algún corte o “piquete”, en reclamo de diversas situaciones. Ya se ha tornado “normal” llegar tarde a diferentes compromisos, trabajo, turno médico, etc, por causa de los inconvenientes en el tránsito.

Ver personas, e incluso familias enteras viviendo en la calle, instalados en las veredas, ya es algo “normal”. Es “normal” verlos con sus colchones y unos pocos trastos resguardándose en las galerías o entradas de un edificio, para escapar al frío del invierno. Es “normal” ver personas revolviendo los contenedores de basura, buscando algo de comer. 

Ya es “normal” ver barrios cerrados, exclusivos (countries) donde viven personas con un importante poder adquisitivo, muy lindos y prolijos, separados por muros o alambres electrificados de barrios pobres con gente que vive en forma hacinada. Es “normal” que convivan estos paisajes: juntos, pero antagónicamente separados por murallas, “abismos”, donde no es posible pasar de un lado al otro.

Parece ser, que el hecho de ver repetidas veces, determinadas cosas o situaciones, hace que nos acostumbremos a verlas allí. Comienzan a formar parte del paisaje, tornándose a “normalizarse”. Y cuando nos acostumbrados y normalizamos algo, ya ni nos damos cuenta. Y entonces, comenzamos a no verlo. O, si lo vemos, pero no le prestamos atención. 

 

En la parábola del rico y Lázaro, hay mucho de esto. Los dos protagonistas, conviven uno junto al otro. Están juntos, pero separados. Hay un gran abismo entre los dos, marcado por su situación económica y social. El rico, es descripto como una persona que vivía en mucho lujo. Se cubría con ropas caras. Ofrecía fiestas todos los días. Hacía ostentación de todo ello. Es la imagen del derroche, representada en las migajas de pan que los ricos usaban como servilletas que luego tiraban al piso. Por otro lado, el pobre, que increíblemente tiene un nombre, “Lázaro” (Dios ayuda), es un mendigo que vivía sentado en el suelo en la puerta de la casa del rico. Su cuerpo estaba cubierto de llagas, y hasta los perros venían a lamerlas. Lázaro es la imagen de la pobreza más miserable, que incluso anhelaba comer esas migas de pan que tiraban al suelo. 

 

La historia no termina acá. Culmina en el “más allá”, donde cada uno recibe su premio de acuerdo a la vida que llevó en el “más acá”. Obviamente que hay una inversión en la realidad de los protagonistas. Lázaro es llevado a sentarse a comer con Abraham, y al rico, en cambio, le espera toda una eternidad de tormentos.

 

Entonces, ¿cuál es el objetivo de esta parábola? Uno quizás podría interpretar que, no importa si llevamos una vida miserable en esta tierra, porque en el “cielo” nos espera una maravillosa. No importan las injusticias, porque al final Dios hará justicia.

El tema es que eso sucederá en el “mas allá”. ¿Y en el “más acá”? No creo que Dios quiera esto para sus hijas e hijos. Dios quiere que tengamos una vida plena. Y una vida plena significa también una vida justa.

 

Jesús viene a revertir un montón de conceptos que sólo justificaban el conservadurismo y las injusticias. La famosa “teología de la prosperidad”, donde se pensaba que quien estaba bien económicamente era una bendecido de Dios, y quienes estaban enfermos y pobres, estaban pagando algún pecado familiar. 

Jesús v iene a decirnos que podemos y tenemos que hacer algo hoy, en el “más acá”, en nuestra realidad presente.

 

Y entonces, ¿cuál fue el pecado del rico?, si él nunca le hizo nada malo a Lázaro. El dejó que se quedara en su puerta, nunca lo echó, nunca lo maltrató.

Justamente eso, NUNCA hizo NADA. Ese fue su pecado. No se dio cuenta. No quiso ver la necesidad que había ante sus ojos. Había “normalizado” a Lázaro como parte de su paisaje. Y como tal, seguiría siendo siempre un mendigo, todo lleno de llagas, sentado a su puerta. 

 

La pregunta para la reflexión ahora sería si ¿estamos dispuestos a ver “Lázaros” a nuestro alrededor? ¿Qué hemos hecho o hacemos por los “Lazaros” que nos rodean? ¿Nos damos cuenta de que existen, de que están a nuestra puerta, en las calles, en muchos lados? o ya nos acostumbramos a que sean parte del paisaje, sin posibilidad de cambio, los “normalizamos”.

El mandamiento de Jesús sigue vigente. El nos desafía a actuar, a buscar la plenitud de vida, donde haya un lugar para todos y todas. Donde haya justicia, amor, y vida plena. No esperando al más allá, sino aquí y ahora, en el “más” acá.

 

Querido Dios, ayúdanos a darnos cuenta de las necesidades que hay a nuestro alrededor. Permítenos ser instrumentos de tu amor, para que en esta hermosa tierra que nos has prestado, podamos vivir todos una vida plena. Amén.



Pr. Juan Dahlinger
Quilmes, Argentina
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