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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

16° Domingo después de la Trinidad, 06.10.2019

Aprendiendo a creer
Sermón sobre Lucas 17:5-10, por Sergio Simino

La perícopa que el leccionario nos presenta para este domingo nos plantea una paradoja. Una fe muy pequeña puede llegar a ser altamente productiva y eficaz, mientras que las acciones aunque se multipliquen se revelan en su ineficacia. La contraposición fe y obras de los reformadores del s. XVI tuvo su contextualización sociocultural e histórica, pero el artículo de la justificación por la sola fe se convierte precisamente en una “metadoctrina” porque es capaz de trascender dicha contextualización. La justificación mediante la fe no se agota en el contexto de la emergencia del sujeto moderno y en la experiencia de la culpa tal y como se ha venido entendiendo tradicionalmente, sino que por el contrario nos plantea en términos teológicos una descripción de la condición humana. Las acciones humanas no pueden trascender las limitaciones y precariedades de lo humano: muerte, dolor y sufrimiento, pecado y mal. Por eso la parábola del siervo inútil nos habla que en la construcción del Reino de Dios nuestra acción no es decisiva, tan sólo aspiramos  a ser reconocidos en nuestra condición de siervos. Es necesario explicar esto con un poco más de detalle.

            No hay ser un humano sin sociedad ni cultura, el ser humano es un ser social que vive en constante interacción con otros, su realidad es social porque es intersubjetiva. Además esa acción intersubjetiva es productiva, a esa productividad la llamamos cultura. El ser humano no vive encerrado en sí mismo, ni vive en la inactividad, el ser humano necesita exteriorizarse como algo que le constituye. Esa exteriorización le lleva a la interrelación con otros pero también a objetivarse en sus acciones, las formas convencionales que esas acciones adquieren las denominamos cultura. Sin embargo, esa acción social y sus correspondientes formas culturales no sólo se objetivan en las grandes obras artísticas y literarias, sino sobre todo en el mundo de la vida cotidiana.

            Por eso la parábola nos habla de las acciones cotidianas para su contexto social: arar, apacentar el ganado, preparar y servir la cena. No obstante, ese mundo de la vida cotidiana se nos revela con frecuencia en su impotencia. El mundo de lo cotidiano se nos convierte en una jaula de hierro, en un mundo que nos encierra con sus imposiciones y sus limitaciones. La sociedad a través de sus instituciones nos prescribe roles e identidades que vivimos como inalterables. El siervo no puede escapar a su condición de tal  y no puede aspirar más que a un reconocimiento en cuanto tal. No aludimos aquí a una valoración moral, sino a una descripción de los procesos que rigen los fenómenos sociales. Las acciones humanas construyen un mundo de significado que ordena la realidad a través de la sociedad y la cultura, pero por eso mismo no hay acciones humanas que escapen a sus propias limitaciones.

            Volvemos ahora a la justificación mediante la fe como metadoctrina, no es una doctrina entre otras, sino que articula como un centro con sus radios el resto de doctrinas. Si queremos expresarlo de esta manera es un centro hermenéutico desde el que leemos toda la Escritura en su sentido narrativo y canónico. La doctrina de la justificación nos dice que las acciones humanas no obran la salvación de Dios, y esto porque a través de ellas no podemos trascender nuestras propias limitaciones o contradicciones. Sólo en el ámbito de la fe tenemos acceso a un sentido de la realidad distinto. Que queda en este pasaje ejemplificado con la hipérbole de la morera.

            Situados en la perspectiva de la fe y desde nuestro reconocimiento de que nuestras acciones a lo sumo nos revelan sólo nuestra condición de lo que somos, siervos inútiles. En este contexto, digo, los apóstoles piden al Señor que les aumente la fe. Una fe que Jesús había dicho que ni tan siquiera llegaba a la condición de “grano de mostaza”.

            Por tanto, la fe no es algo estático, que se tiene o no se tiene, sino algo dinámico que crece o mengua. Me viene a la memoria una anécdota de Bonhoeffer que decía que hablando con un amigo suyo se preguntaban, siendo ambos jóvenes, sobre qué querían hacer con su vida, su amigo le dijo que quería ser santo y Bonhoeffer le respondió que quería aprender a creer.

            Este aprender a creer nos lleva a pensar en la fe no como algo dado en un momento, o como algo que se posee, tener o no tener fe no es la cuestión, sino que la fe se ejercita a lo largo de nuestra vida cristiana y desgraciadamente también puede atrofiarse, incluso perderse. Sin embargo, esta fe es la nuestra, la fe del siervo inútil que sólo ha hecho lo que se esperaba de él. Por el contrario la fe cristiana es la fe de Cristo, el cristiano vive no de una fe propia sino de la fe de Cristo. Esta fe es dependencia y confianza en lo que Dios ha hecho en Cristo y el Espíritu, pero siempre porque Dios ya ha actuado primero. La fe es relacionalidad con Dios, pero es Dios quien mantiene siempre aquella primera Palabra que deja abierto el diálogo. Aprender a creer es en las mismas palabras de Bonhoeffer seguir a Cristo, por tanto, mantenerse en ese diálogo abierto con Cristo durante toda la vida.

            Vivimos en Europa en una sociedad plural y secular, el patrón de pensamiento y comportamiento mayoritario en muchos europeos es una experiencia constante de vivir cada vez más áreas de nuestra vida como si Dios no existiera, por tanto, la fe cristiana ya no pertenece a lo dado por sentado de nuestra sociedad. Cuando existe está presionada para quedar relegada en los márgenes de nuestra vida cotidiana. Por ello creer se convierte hoy en un acto de resistencia, resistencia frente al fracaso de todas las teodiceas seculares que abandonan al ser humano a las imposibilidades de sus propias acciones. Frente al dolor, al sufrimiento, al pecado, al mal y la muerte lo secular tiene una palabra de pasividad, resignación o activismo, pero no de salvación. Creer es un acto de resistencia porque proclamamos la Palabra de Cristo crucificado y resucitado, es decir, una Palabra de Vida. Nos unimos a los apósteles en su ruego: “Señor auméntanos la fe”.

 

Oramos Señor rogándote que nos enseñes cada día en el diálogo abierto por tu gracia el camino de la fe, una fe débil e impotente en sí misma, pero fuerte y capaz en la respuesta a tu constante vocación como Palabra. Amén.

 



Pr. Sergio Simino
Algeciras, España
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