Querida comunidad:
el texto propuesto para hoy nos invita a reflexionar sobre el bautismo: el de Jesús y también el nuestro.
Quizás para entender mejor el texto debamos detenernos primero en Juan el Bautista. Él es el precursor de Jesús; el antecesor, es quien le prepara el camino y lo anticipa como alguien mucho más grande y poderoso que él.
Y al igual que su estilo de vida, Juan proclama en el desierto un mensaje áspero, rudo. Incómodo. Usa palabras duras y chocantes.
Hace un fuerte llamado a la conversión anunciando que el Reino de Dios está cerca y como prueba que la gente común realmente se arrepentía, los bautizaba en el río Jordán.
Juan deberá más tarde corregir la imagen que tenía de Jesús y el concepto equivocado acerca de cómo llegaría ese Reino.
Tiene una visión más bien apocalíptica de lo que vendrá. Advierte sobre un castigo terrible e inminente para las autoridades judías (fariseos, sacerdotes, saduceos) puesto que creían que por el solo hecho de ser “hijos de Abraham”, tenían garantizada la salvación.
Y muestra a Jesús con un hacha en la mano para derribar todo árbol que no de fruto y con un aventador para separar lo bueno de lo malo cuyo destino final será el fuego.
Jesús, en cambio, (aunque también habla de volverse a Dios) dedicará su vida a enseñar a través de las parábolas, que el Reino ya está entre nosotros, pero seguirá viniendo y llegará a su plenitud cuando todos sus hijos e hijas puedan gozar de esa vida abundante que venía a ofrecer.
Juan deberá también cambiar su manera de practicar y de entender el bautismo a partir de Jesús.
Cuando Jesús llega desde Galilea hasta el Jordán para que Juan lo bautizara, Juan se escandaliza porque Jesús se pone en la fila de los pecadores y se mezcla con ellos.
Juan no alcanza a comprender que quien debería bautizar con fuego y Espíritu Santo, se someta al bautismo en las aguas turbias del Jordán como todos los demás. Sobre todo considerando que Jesús no tenía pecado.
¿Por qué se deja bautizar entonces?
Hay muchas respuestas a este interrogante. Algunos dicen que lo hace en solidaridad con los pecadores. Otros dicen que necesitaba estar equipado con el Espíritu Santo para comenzar su misión. Y hay quienes sostienen que Jesús entra al agua para purificarla, cargando sobre sí todos los pecados de la gente.
Pero el evangelista Mateo dice simplemente que era conveniente cumplir con lo que es justo ante Dios. Que Dios así lo había dispuesto y que era necesario cumplir con su voluntad.
Una vez más el evangelio muestra a un Dios que se acerca a nosotros (en Jesús) para compartir nuestra esencia, nuestras miserias, nuestras necesidades. (Como así también nuestros logros y alegrías.) Y para darnos nueva vida por medio del bautismo:
“Pero Dios nuestro Salvador mostró su bondad y su amor por la humanidad, y, sin que nosotros hubiéramos hecho nada bueno, por pura misericordia nos salvó lavándonos y regenerándonos, y dándonos nueva vida por el Espíritu Santo” (Tito3,4-5)
Luego del bautismo de Jesús, se producen tres hechos maravillosos:
Cabría preguntarse ahora:
-¿Qué importancia le damos al bautismo?
-¿Nos recuerda acaso que es como ese hilo primordial que nos une al Padre?
-¿Sirve para revisar nuestra fe y para arrepentirnos de aquello que no aporta al fortalecimiento espiritual?
-¿Se nota en el día a día que estamos dando los frutos que Dios espera para que el Reino pueda seguir creciendo?
Aunque nuestras vidas fluctúen entre encuentros y desencuentros; entre acercamientos y alejamientos, entre involucrarnos y no comprometernos, entre dudas y certezas, luchemos juntos por un mundo más humano, cumpliendo con lo que es justo ante Dios y buscando la paz que es bienestar, salud, salvación y plenitud.
Amén.
Gracias Señor por el enorme regalo que nos haces: el de ser bautizados en tu nombre.
Gracias por considerarnos tus hijos, tus hijas. Por amarnos tanto, aún sin merecerlo.
Te pedimos que el bautismo despierte en nosotros la fe y que esa fe nos lleve a realizar buenas obras.
Tómanos fuerte de la mano y llévanos siempre por el buen camino. Amén.