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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

5º domingo de Pascua, 20.04.2008

Sermón sobre Juan 14:1-14, por Marcos Abbott

COMENZAR CON EL FIN EN MENTE

Cuando inicias un viaje, ¿qué es la primera cosa que haces? Decides el destino. Comienzas el viaje con el destino en mente. Durante el viaje todo tipo de cosas pueden pasar y te pueden distraer o desviar, pero si el destino está firmemente en mente y estás comprometido llegar, llegarás. Cualquier familia que ha viajado con niños pequeños sabe perfectamente lo que estoy diciendo.

Yo practico la natación dos veces por semana para mantenerme en forma. No me lanzo al agua sin pensarlo. Antes de comenzar fijo en mente una meta. ¿Cuántos metros quiero nadar, o cuántos minutos? Establezco el fin deseado bien claro en mente antes de actuar. Hago esto por mi experiencia practicando el deporte, principalmente el footing y la natación, que si no fijo una meta, en vez de nadar 1000 metros haré 600. ¿Por qué? Porque la meta me anima a continuar y aguantar cuando el dolor o el cansancio pegan.

De esta experiencia y otras he aprendido que la vida es mejor cuando tenemos claro la meta, el destino o el propósito antes de emprender cualquier actividad. En los textos bíblicos que hemos leído hoy descubrimos una actitud que solemos asociar con el fin de la vida, pero yo creo que nos vale para orientar la vida cotidiana.

Encomiendo mi espíritu

En el Salmo 31 el salmista está en peligro de muerte. Sabe que hay una posibilidad real de que muera en batalla. Ante esta realidad su fe surge del alma y proclama:

En ti, Jehová, he confiado; no sea yo confundido jamás. ¡Líbrame en tu justicia!  2 Inclina a mí tu oído, líbrame pronto. ¡Sé tú mi roca fuerte y la fortaleza para salvarme!  3 Tú eres mi roca y mi castillo; por tu nombre me guiarás y me encaminarás.  4 ¡Sácame de la red que me han tendido, pues tú eres mi refugio!  5 En tu mano encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, Jehová, Dios de verdad.

Según Lucas 23,46 Jesús tenía este Salmo en mente en la cruz. Inspirado por el Salmo 31 Jesús suspira sus últimas palabras: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Jesús y el salmista, uno amenazado con la muerte y el otro en el acto de morir, se encomiendan a Dios.

Encontramos prácticamente las mismas palabras en la boca de Esteban en Hechos 7. Le están apedreando, y antes de morir exclama: "Señor Jesús, recibe mi espíritu" (Hch 7,59).

El salmista, Jesús y Esteban tienen la misma actitud frente a la muerte: se encomiendan a Diosm, es decir, ponen su confianza en Dios.

¿Qué más podemos hacer al final? Nos sentimos vulnerables, impotentes, probablemente temerosos, y posiblemente frustrados porque no podemos hacer absolutamente nada. Lo único que podemos hacer...es encomendarnos a Dios. Recibe mi espíritu.

Algunos de vosotros habéis estado a la puerta de la muerte y entendéis perfectamente lo que estoy diciendo. Habéis sentido la frustración ante la incapacidad de hacer algo, esa sensación de estar acorralado sin escape alguno, y luego, como un animal atrapado, nos rendimos ante el inevitable. Me encomiendo a Dios. Suena como una derrota.

La potencia de la entrega total

Sin embargo, yo creo que es totalmente al contrario. Esta sumisión total a Dios, esta confianza plena de nuestro destino en las manos de Dios expresa una actitud de fe que es el fundamento de la vida cristiana victoriosa. Es la clave para vencer el miedo, para vivir con confianza y una sólida autoestima, y para mantener las relaciones sanas con otras personas y con Dios. La entrega y confianza totales tienen una potencia increíble. No son derrotistas ni débiles.

¿Recuerdas lo que dije al principio? Es mejor cuando comenzamos con el fin en mente. Durante el viaje este fin, este destino, esta meta nos guía, nos inspira, nos motiva y nos protege en el camino. De la misma manera, esta actitud de confianza plena y exclusiva en Dios, esta actitud que adoptamos al fin del camino cuando la muerte está a la puerta, nos puede orientar, inspirar, motivar y proteger en la vida cotidiana.

Tomamos un momento para analizar un poco más de fondo esta confianza plena en Dios como actitud fundamental de la vida. Cuando uno está a la puerta de la muerte, todas las demás cosas en que uno depende y confía caen al lado. Ya no le sirven y Dios se convierte en el objeto único de su fe. El egoísmo mismo cae derrotado, porque sabemos que no tiene recurso ni ofrece amparo. Esta actitud de confianza tiene a Dios en su centro. La perspectiva del fin revela el valor real de las cosas. La vida en relación con Dios es el valor supremo. Dios es el objeto de nuestra esperanza y confianza. En fin, Dios es el fundamento de la vida misma.

¡Qué claridad nos ofrece esta perspectiva del fin! Normalmente estamos distraídos y hasta mareados por tantas cosas. No establecemos las prioridades adecuadas, y solemos dejar a Dios al lado, y procuramos vivir como si todo dependiera de nosotros mismos. Pero con la perspectiva del fin podemos poner las cosas en su sitio apropiado. Con el corazón firmemente centrado en Dios como eje de la vida, las cosas se colocan en su sitio y los valores se ponen en su orden correcto. La perspectiva del fin orienta el camino de hoy.

Otra característica de esta confianza desde la perspectiva del fin es que pone el valor apropiado en las relaciones. Hay un dicho que nadie entra en el cielo con un remolque detrás lleno de sus pertenencias. No puedes llevar los bienes materiales al otro lado. Hay otro dicho que nadie, cuando llegan al fin de la vida, desea haber acumulado más y haber pasado menos tiempo con sus hijos y seres queridos. Cuando uno llega al final, las relaciones son lo que más importa. Este dicho es correcto porque todos sabemos que la riqueza y el sentido vida consisten en las relaciones. Lo que más deseamos es experimentar el amor y dar el amor. Y a la puerta de la muerte, cuando todo vano cae al lado, vemos con una claridad cristalina que el amor y las relaciones son lo que más valen.

Creo que el salmista, Jesús y Esteban se encomiendan a Dios al final porque están convencidos de que Dios les ama. Confían en el amor divino. El amor es lo que más inspira la confianza. Piensa en las personas con quienes tienes más confianza, sabes que te quieren, ¿verdad?

Hay un versículo en Lucas 12,32 que me encanta. No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino. Muchas veces tenemos la idea de que tenemos que trabajar para recibir los beneficios del reinado de Dios. Es algo que nos cuesta esfuerzo. Pero Jesús afirma que Dios es complacido darnos el Reino. Es su deleite porque nos ama. Dios da a sí mismo a nosotros, y es esta entrega de Dios que nos inspira encomendarle nuestra vida.

Todo lo que he dicho hasta ahora se encuentra también en el pasaje en Juan 14. Jesús está al punto de ir a la cruz, y lo sabe. Como acaba de anunciarlo en la última cena, ve el miedo en las caras de los discípulos. No se turbe vuestro corazón. ¿Y qué les anima a hacer? Confiar en Dios. Creéis en Dios, creed también en mí. . . . Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis.

La relación que los discípulos han tenido con Jesús y la experiencia de su amor y entrega forman la base del consuelo de Jesús. Básicamente está pidiendo que se encomendasen a Dios, y aunque Jesús está en el camino de la cruz, estas palabras pretenden animar y orientar la fe y el servicio de los discípulos después de la cruz. La perspectiva del fin orienta su presente.

También Jesús pone hincapié en las relaciones como clave para la vida de fidelidad. Creedme que yo soy en el Padre y el Padre en mí. Más adelante Jesús promete el don del Espíritu Santo que morará en ellos. Luego será el caso de que el Padre está en Cristo y Cristo en nosotros. Esta es la relación esencial de la vida, nuestra unión con Dios en Cristo. 

Y la consecuencia de esta relación no es sólo la confianza ante la muerte, es la fuente de energía y la estrella navegante para la vida actual.

El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.  13 Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.  14 Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré. (14,12-14)

Estas palabras de consuelo de Jesús contienen la sabiduría para la vida cotidiana de la fe. La actitud de fe del fin es precisamente la actitud adecuada para el día a día.

Estamos viviendo en tiempos difíciles. Hay una crisis económica mundial. Varias personas aquí habéis visto las hipotecas subir a niveles que son casi imposibles pagar. La debilidad del dólar frente al euro está afectando a otros, y con la desaceleración de la economía el trabajo es cada vez más difícil de encontrar. Otros aquí están afrontando crisis de salud, o están preocupados por los hijos.

Sea lo que fuere la crisis, la preocupación o el problema que te está afectando en este momento, hay una Palabra de Dios para ti esta mañana. No se turbe [tu] corazón. Crees en Dios, cree también en Cristo. Junto con el salmista, con Jesús y Esteban, encomienda tu vida a Dios, no para morirte, sino para vivir. La entrega total que suele acompañar los últimos momentos de la vida es lo que precisa para el día a día.

Esta no es una actitud derrotista e impotente, y tampoco representa una pasividad frente a la vida. Es vivir la vida con Dios como fundamento, con una confianza plena en el amor demostrado de Dios a quien complace darnos el Reino. Cuando adoptamos esta actitud haremos las obras de Cristo y el mundo se transformará.

Que la oración al final de la vida oriente el día a día. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Amén.



Marcos Abbott
Madrid
E-Mail: marcos.abbott@centroseut.org

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