Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para la Navidad, 24. 12. 2003
Texto: Tit 3, 4 – 7, Ekkehard Heise
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Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén

Querida congregación,

en esta fiesta de Navidad nos encontramos con un texto muy comprimido, cargado con sentido. Es que lleva todo el significado de estas fiestas navideñas consigo.

El texto es parte de una carta dirigida a Tito, un colaborador del apóstol Pablo, que se encuentra en la isla de Creta. La joven comunidad cristiana allá necesita apoyo, porque está expuesta a gente que perturba las verdades fundamentales de la fe. Hay muchos obstinados, habladores de vanidades y engañadores que desvían a los cristianos de las buenas tradiciones y de la sana enseñanza. Es como hoy en día, cuando todo el mundo celebra las grandes fiestas, pero pocos saben todavía el porque. Se imponen vanidades y costumbres engañadores.

En el capítulo 3 de la carta a Tito leemos en los versículos 4 – 7 el porque de la gran alegría navideña:

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que,

justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. (Tit 3, 4-7) (1)

Por cierto no todo lo que recibe Tito de instrucciones cristianas en esta carta tan saturada de información tiene su expresión correspondiente en nuestras costumbres navideñas. Pero tampoco mucho menos. Para llegar a gozar el jubilo de la Nochebuena y para llegar a la profunda alegría solemne de esta mañana de Navidad hemos pasado por semanas de preparativos. Hemos vivido el Adviento con todas sus tradiciones, diferentes en las familias y en las regiones. Llegamos traídos a esta Navidad por tantas costumbres por las que pasa la recepción del Salvador.

En muchas casas se conoce la tradición de armar un pesebre con las figuritas conocidas de aquella noche de Belén.

Una vez, al principio del tiempo de adviento, me encontré en casa de una familia con un pequeño establo vacío. Parecía abandonado en una mesita del living. Mi anfitrión, al ver mis miradas sin entender, se puso a explicarme la costumbre navideña de aquella familia.

“Al principio del tiempo de Adviento armamos el establo, solo, así como usted lo ve. Recién en los días siguientes vienen María y José. Luego aparecen las demás figuras acercándose paso por paso al pesebre. Al principio están los pastores puestos en la ventana, después, en la segunda semana ocupan algunos su lugar en el escenario. Otros quedan ahí, donde el televisor, y recién en unos días llegarán a la mesita con el pesebre. Ve, los Reyes magos están recién encima de la heladera en el pasillo. De los ángeles todavía no se ve nadie. Paulatinamente, durante todas las semanas de Adviento se completa el pesebre y se llena el espacio alrededor del corralito con los personajes conocidos.”

“Recién en la Nochebuena todos – pastores, ovejas, los Reyes, buey y asno y los ángeles – están en su lugar”, me explicó el dueño de esta escena navideña.

“Qué lindo”. dije, “entonces empieza la navidad”.

“Todavía no”, me contestó.

“La navidad empieza recién cuando mi señora, los niños y yo también habremos llegado y ocupado nuestro lugar frente al pesebre. Recién entonces se hace navidad también en nuestra casa.

Me quedé impresionado por la respuesta de aquel señor, porque esto es algo que yo también he experimentado: No se hace Navidad siempre y cuando la agenda lo dice. Ni los preparativos mas lindos crean la fiesta. Tampoco un texto como lo hemos escuchado de la carta a Tito, que nos da un resumen de los puntos más importantes de la enseñanza cristiana, nos lleva automáticamente a la alegría de la fiesta. Se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, no por obras nuestras las que hubiéramos hecho, sino por su regalo que hay que recibir con gratitud . No basta con armar un pesebre en la mesita de mi living con todas las figuritas, ni aun si fueran las mas elaboradas artísticamente. Hace falta que yo reciba el regalo. Yo mismo tengo que acercarme al corralito en Belén y percibir lo que está pasando allá

y recién juntos con los pastores, buey y asno y bajo el jubilo de los ángeles entenderé el mensaje del evangelio que refleja nuestro texto de predicación.

¡Vamos pues, a Belén! ¡Entremos a la escena bíblica a ver esto que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado! Usemos nuestra imaginación. Entramos al establo. Vengan. Pueden venir así como son. Recuerdan: “ no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia...” Dios nos espera. En un pesebre está acostado un niño, envueltos en pañales. Dios está muy cerca de nosotros, tan cerca como este niño, como cualquier niño, para tocarlo y acariciarlo. Sentimos la paz y la tranquilidad que viene de este niño y la alegría que se refleja en su carita, y que nos incluye a todos manifestando la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad.

Dios nos regala este niño. Por él nos salvó. Imaginémonos: lo podemos levantar, tomar en brazos. Dios se nos da con ternura - lavamiento de la regeneración – un niño en brazo, al bautizarlo, entendemos lo que podría ser la regeneración la renovación en el Espíritu Santo porque todo nuestro ser depende de la bondad de Dios.

Con cuidado abrazamos este regalo de Dios. Con las manos apoyamos al niño. La palabra de Dios para los hombres: un ser pequeño, desamparado, en nuestras manos. Qué confianza Dios nos tiene, haciéndonos un semejante regalo. Para que “ llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”, se escribe a Tito. Un niño en los brazos se siente la responsabilidad. Somos responsables por la palabra de Dios por la esperanza de este mundo.

¿Qué vamos a hacer? ¿Lo dejamos caer? ¿O lo agarramos firmemente y aceptamos que Dios nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por su regalo. Ser herederos significa hacerse voceros responsables por este mensaje de la misericordia divina. Empieza la Navidad en nuestra conciencia cuando sentimos la confianza, que el creador de la tierra y de los hombres nos tiene encomendándonos esta tarea.

Ponemos al niño de vuelta en su pesebre. Su cuerpito forma un molde chiquito en la paja. Miremos en la ronda y vemos la abundante manifestación de la bondad de Dios. La gloria de Dios no depende del lujo ni de vanidades y cosas engañadoras. En la escena humilde de Belén no vemos ni fuegos artificiales, ni riquezas, ni dinero. Nuestros ojos distinguen la Navidad cuando vemos en la gente humilde, en los vecinos del barrio, en los que nos necesitan, en los que nos piden ayuda los compañeros de aquella noche en el corralito de Belén. Frente al pesebre se hace Navidad cuando distinguimos en las figuritas ahí presentes toda la humanidad. El niño en el pesebre reúne a todos.

Nos cuesta llegar – cada año de nuevo, pero cada año llegamos al fin no por obras perfeccionistas que nosotros hubiéramos hecho, sino por el amor misericordioso de Dios y recibimos el regalo que Él nos hace. Es Navidad hoy - al fin.

En nuestra imaginación fuimos al corralito de Belén. En el camino de vuelta quedamos pensativos. ¿Qué pasó? ¿La Navidad nos cambió? ¿Qué es lo que queda del encuentro con el niño Dios? Cada uno localizará las huellas de este encuentro navideño en su vida. Personalmente siento que la Navidad me da la certeza de no estar solo, abandonado por Dios. Necesito este encuentro con Él y con los demás alrededor del pesebre para saber que Dios está en la humildad de la existencia cotidiana – también en la mía. Ahí se manifiesta la bondad de Dios, y su amor para con la humanidad.

Y hay otro punto importante en el encuentro con el niño del pesebre. Siento que Dios me da responsabilidad. Responsabilidad para este niño, que me puso en mis manos. Voy a encontrarlo de vuelta, y él va a necesitar mi ayuda, y no quiero negarle entonces mi apoyo.

•  Allá donde la necesidad oprime, el niño de Dios grita por socorro.

•  Allá donde reine el hambre, el niño de Dios muere por falta de alimentación.

•  Allá donde se malgasta dinero para la compra de armas, de lujo, de derroche, se cuenta con la muerte del niño de Dios.

Los pastores regresaron del establo de Belén llenos de alegría dando gloria y alabanza a Dios. A nosotros también nos llenó el encuentro con el niño en el pesebre de alegría navideña. Su amor y su presencia los llevamos con nosotros como sus regalos en el Espíritu Santo, el cual derramó Dios padre en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador.

Amén

(1)Reina-Valera 1995—Edición de Estudio , (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.

Dr. Ekkehard Heise
E-Mail: Ekkehard.Heise@t-online.de


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