Göttinger Predigten im Internet
hg. von U. Nembach, Redaktion: R. Schmidt-Rost

Predicación para la fiesta de la Ascensión del Señor - 20.5.04
Texto según LET serie C: Lc 24: 44 –53
por Sergio Schmidt, Temperley, Argentinia

(-> A las predicaciones actuales: www.predigten.uni-goettingen.de)


Título: La ascensión: ¿Un ascensor primigenio?

Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén
Caros hermanas y hermanos:
En este culto celebramos y recordamos que el Jesús Resucitado ascendió a los cielos. Es decir, Jesús vuelve a la Gloria que había dejado para “habitar entre nosotros”. Esto lo decimos en todos los cultos cuando recitamos el Credo apostólico: “… subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre todo poderoso”. En este sentido es oportuno que nos preguntemos: ¿Qué queremos decir con todo esto? Para decirlo con un eufemismo: ¿Simplemente que Jesús conoció el ascensor antes que nosotros? ¿Por qué para la iglesia fue tan importante?

Al igual que la encarnación, estamos frente a lo que es la gran paradoja de la fe. Dios, aunque omnipotente, omnisciente, omnipresente, quiere hacerse, como nosotros, carne que se pudre porque nos ama. Es, sin lugar a dudas, la paradoja más grande que podamos encontrar.

Jesús asciende a los cielos. Ahora, con su ascensión el vuelve a la gloria que le era propia. Como diríamos nosotros: “tarea cumplida”. Esto lo escribe el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses: “Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.”

Aunque todo esto nos parezca muy poco práctico, no lo es. Jesús no tomó meramente un ascensor. Cuando afirmamos que Jesucristo ahora tiene toda la gloria y el poder, además de alabarle, estamos afirmando otra cosa. Estamos diciendo que el rumbo que toma -o no- nuestro cansado mundo descansa en los brazos de este Señor. Cuando Jesús asciende a los cielos no es para apegarse a la jubilación. Jesús no se desentiende del mundo. Ahora Él es el Señor. Ahora Él, como Dios y Señor, tiene en sus manos los designios del mundo. Éste es el mensaje del Apocalipsis. Aunque a veces parezca lo contrario, Jesucristo como victorioso y vencedor, es el que tiene en sus manos las riendas que dirigen al mundo y nada, y nadie, escapa a su mano.

Cuando vemos las noticias en la televisión, o las leemos en los diarios, parecería que vamos de mal en peor. Podemos preguntarnos, o cuestionarnos qué es lo que pasa en el mundo. Tal vez nos parezca que no es precisamente Dios el que dirige al mundo. Es tanta la maldad, injusticia, prepotencia, las bombas, las muertes, el dolor, etc., etc., que preguntamos, Si Dios es Dios: ¿por qué lo permite? Esta es una pregunta muy humana y, lo reconozcamos o no, todos nosotros al menos una vez, lo hemos dicho o pensado.

Es por eso que necesitamos, al igual de los discípulos que venga el Jesús resucitado y nos abra la mente y el entendimiento, para entender y comprender la palabra de Dios. Es como si Jesús les dijera: “Sé que ustedes no entienden porque la cosa tuvo que ser así y no de otro modo. Sé que ustedes se preguntan porque Dios eligió este camino, pero ERA NECESARIO”. Era necesaria la muerte de Jesús en la cruz, era necesaria su resurrección, era necesaria su ascensión. Y, por su puesto, es necesario que Él venga por segunda vez. Ya no humilde para nacer en le pesebre, sino con poder y gloria. Es necesario aunque Él vendrá como juez. Por eso, la ascensión de Jesús es, a su vez el preludio de su parusía.

¿Por qué era necesario y lo es ahora también que sea Jesucristo el que nos abra la mente? Muchas veces pensamos que el bien y el mal se pelean de la misma forma que nuestros hijos lo hacen; tal vez los primeros de una manera más ontológica, pero se pelean al fin. Por ponerlo en categorías existenciales, el mal o el maligno existe. Lo podemos interpretar como mejor nos parezca, pero existe, la muerte no es relativizable, tampoco el dolor. Como lo dice Shakespeare en una de sus obras: “ningún filósofo aguanta un dolor de muelas”. Satanás, el mal no se pelea con Dios como los chicos en la escuela. No: Jesucristo es el Señor. Sólo Él reina.

Aunque, tal vez en apariencia, el mal reina y triunfa, tiene la guerra perdida. Tal vez nos parezca que, a veces, que gana algunas batallas, está vencido. Puede ser que nos parezca, de a ratos, que el mal gana demasiadas batallas pero, no puede ser relativizable que Dios, y sólo Dios, tiene la última palabra. La muerte es un absoluto: o la muerte nos sumerge en la nada, o tras muerte, nos adentramos a la realidad última y eterna. Jesucristo, con su victoria nos da esta garantía.

Y para nosotros esto es muy importante y necesario. Porque, muchas veces, demasiadas veces, se afirma que los cristianos miran tanto el cielo que se olvidan de los problemas de la tierra. La ascensión de Jesús no es, de ninguna forma, un escapismo. La fe en Jesucristo no es un consuelo interesado y menos aun, opio, como se ha afirmado.

Como creyentes estamos entre la ascensión de Jesús y su segunda venida. Sabemos que debemos permanecer unidos en la fe, confiados en lo que nos espera, la plenitud del Reino de Dios. Pero, esta plenitud ya ha comenzado. Ahora como cristianos, por medio de esta esperanza, podemos vivir hoy esta realidad del mundo nuevo en el cual Cristo reinará. Todo esto, más que alejarme del mundo y de sus problemas, nos pone exactamente en el medio de ellos. Nunca la fe cristiana quiso ser escapismo, aunque la encontremos muchas veces en la historia de la Iglesia. Tenemos, como creyentes, el compromiso de vivir en el aquí y el ahora, esta nueva manera de “vivir en Cristo”. Los cristianos no somos llamados a evadirnos, somos llamados a colaborar y trabajar en el mundo para mostrar que existe una mejor forma de vivir que a los portazos, las bombas y la injusticias.

Justamente porque sé que Jesucristo es vencedor, sé que el bien, la paz, la misericordia y la justicia, es más fuerte. Porque sé en qué manos descansa este mundo puedo, en medio de la maldad, la violencia, las guerras, el dolor, la muerte y la injusticia, etc., vivir plenamente mi fe, poniéndome como instrumento en manos del Señor. Lo puedo hacer porque tengo la certeza que vale la pena trabajar y luchar contra la maldad. “Hazme Señor un instrumento de tu paz…”

Recuerdo que una vez pude ver a María Teresa de Calculta en medio de un reportaje que le hacían los periodistas. Un hombre le pregunta, “¿Cómo puede usted hablar de que Dios es amor en medio de tanta hambre, tanto dolor?” Ella le respondió: “Lo veo como una oportunidad que me da Dios para amar a mis hermanos”. Esta mujer vivió en medio del dolor y la pobreza extrema, pero sabía en que Dios creía. La confianza en la resurrección y la victoria de Jesucristo le daba la fuerza necesaria para ser “un instrumento de tu paz…” Esta fe no era evasión, como tampoco la nuestra lo puede ser.

Creo que por eso el Evangelio de Lucas termina con la alegría con que los discípulos alaban a Dios en el templo, esperando la llegada del Espíritu Santo. Esta alabanza puede ser la nuestra porque, en medio de todos los problemas que tengamos, no podemos perder a Jesucristo y tenemos la ayuda del Espíritu Santo.

Esta fe cristiana llevó a la Iglesia a predicar el evangelio y a compartir el dolor, las cargas y el pan. La diaconía y el servicio tan importante para la vida de la Iglesia, comenzó de la mano del anunció del triunfo: “¡Jesús es el Señor!”. Por eso, en vez de preguntarme: “¿Porqué Dios lo permite?” Preguntémonos: “Si puedo ver esta situación, ¿qué me está pidiendo Dios que haga?”. En vez de decir, como escucho tantas veces, “nunca nadie me amó”, porque no me pongo a pensar: “¿¡Es que yo nunca encontré a alguien a quién amar!?

¿Por qué no cambiamos el sentido de la flecha?

Como cristianos somos llamados a pensar y reaccionar de forma diferente al mundo. ¿Qué piensa un no-creyente cuando ve a un cristiano reaccionar de la misma forma que él reacciona? Creo que diría: “¿Para eso me proponés un Jesucristo? ¡Mejor me quedo con lo que tengo! Somos llamados a reaccionar de forma diferente porque contamos con Jesucristo. Y sé que, cuando Él llegue por segunda vez, terminará con todo tipo de violencia, guerra y maldad. Pero antes, como iglesia debemos ser, en medio del frío de la maldad y violencia del mundo, la estufita del amor de Dios.

¡Qué así sea!
Amén.

Sergio A. Schmidt, Pastor, Temperley, Argentina
breschischmidt@ciudad.com.ar

 

 

 

 

 

 



(zurück zum Seitenanfang)