Juan 5:14

Juan 5:14

¡Gracia y paz de parte de nuestro Señor Jesucristo, el que era, es y será siempre!

Jesús cura a un paralítico en Betzatá
El lugar se llamaba Betzatá, que traducido significa “Casa de la Misericordia”. Mejor hubiese sido “Casa del Sufrimiento”. Como en un gran hospital, una multitud de personas enfermas de diferente gravedad, esperando el milagro que se daba de vez en cuando. El agua del estanque se movía, talvez porque la vertiente que lo alimentaba expedía más agua que lo normal. Cuando eso sucedía, el primero que lograba meterse, quedaba sano de su padecimiento. Es verdad, esperaban un acto mágico, era una superstición eso del agua que cura. Pero ¡quién podría culparlos por tener esperanza en un hecho así! Y así decían que un ángel movía la superficie del agua del estanque.

Podemos imaginarnos que mientras todos esperaban que el milagro ocurriera, había compañerismo y una cierta solidaridad entre los enfermos y sus familiares. Habrán compartido lo que necesitaban para vivir, pero cuando se movía el agua, cada uno pensaba sólo en sí mismo, en que tenía que ser el primero. Así el paralítico no tuvo ninguna chance, no podía movilizarse solo y no tenía a nadie que le ayudara, todos estaban en la carrera de llegar primero. Mucha camaradería antes, pero a la hora de la verdad nadie le cedía el lugar a él, que estuvo mucho antes. 38 años dependiendo de ayuda ajena, toda una larga vida de impotencia e indefensión, 38 años a un pasito de la ayuda que puede cambiarlo todo; la mirada fija en la superficie del agua; tanta paciencia, tanta decepción, pero cada vez renovando la esperanza de que la próxima talvez… A veces ya no sabía si tenía sentido recrear la esperanza, lo mejor sería simplemente dejar que la vida pase. Tanta amargura y tanto sufrimiento en la Casa de la Misericordia.

38 años de espera hasta que llegó la hora para el paralítico de la Casa de la Misericordia. Llegó la misericordia a la Casa de la Misericordia. La hora de Jesús. Lo primero que se dice de Jesús es que lo vio. Detengámonos un momento con esta palabra. Hay muchas maneras de ver. Hay miradas que ensucian, que te juzgan, que te hacen sentir insignificante, que no te registran como persona, hay miradas que matan. Cuando los evangelios cuentan que Jesús ve a alguien no es simplemente una mirada que le echa. “Al ver a la gente, sintió compasión de ellos porque estaban cansados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36); “Cuando llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, Jesús lloró por ella” (Lucas 19:41). Es una mirada que registra, que ve más allá de las apariencias. No pasa por arriba con indiferencia, se interesa, reconoce, una mirada desde el amor y la compasión. El mejor ejemplo para esto lo podemos encontrar en la parábola del buen samaritano: un hombre había sido asaltado y mal herido. Pasa un hombre, ve – y sigue su camino. Pasa otro, ve – y también sigue de largo. Finalmente llega una persona que, al verlo, sintió compasión, se acerca al herido, lo cura y lo lleva a un lugar seguro. Esa es la mirada de Jesús. Va hasta el corazón y reconoce tu secreto, tu problema, tu conflicto, tu ansiedad, tu alegría y tu rencor.

Así lo ve Jesús al paralítico en la Casa de la Misericordia. Y ya le está hablando. ¿Qué le irá a decir? Por supuesto esto: que le da pena que las cosas sean como son, que el mundo es injusto y egoísta, que es una superstición confiar en que el agua iba a sanarlo, o tal vez, que no pierda la esperanza… Nada de eso. Le hace una pregunta extraña, como obvia: ¿Quieres recobrar la salud? ¡Qué pregunta! ¡Claro que quiere recobrar la salud! ¿Acaso Jesús se está burlando del enfermo? Pero la pregunta no es tan obvia. Es posible imaginarse que después de 38 años el enfermo se las arregló con su enfermedad, que hasta sentía de que su estado tenía ciertos beneficios: lo que necesitaba para vivir se lo daban. Otros asumían su cuidado y se preocupaban por él. Estaba inmovilizado pero no tenía que cargar con las responsabilidades de la vida. Todo el mundo se detenía junto a su colchón para expresar su admiración de que hace 38 años estaba allí, pobrecito. Sanarse significaría encarar la vida, insertarse en un mundo laboral, luchar por su sustento todos los días, asumir responsabilidades. ¿Quieres recobrar la salud? ¿Exponerte a la vida? ¿Quieres un cambio? Si en el fondo estamos conformes así como estamos, Jesús no puede realizar el cambio. Al mismo tiempo Jesús le invita a darle nombre y apellido a su problema, a que cuente su historia, que se exprese, que a Jesús le interesa qué le está pasando. El enfermo le dice que si, que quiere sanarse, que quiere afrontar la vida con todos sus riesgos y sus alegrías, pero que está totalmente solo en el mundo y siempre llega tarde cuando el agua se mueve. Allí Jesús le pone a prueba: “Levántate, alza tu camilla y anda”. A ver si confía más en la superstición del agua que cura o en él. Otra vez es interesante cómo Jesús le habla. Le podría haber dicho: “Levántate y anda. Sé feliz. Sé agradecido. Vete con Dios”. Pero aquí se agrega la orden de “alzar la camilla”. El primer paso para afrontar las responsabilidades de la vida. Un primer trabajo, una primera obligación. No esperar ya que los otros le resuelvan sus problemas.

El paralítico no lo conocía a Jesús. Pero lo intenta, se levanta, alza la camilla y se va. Y ya le toca una segunda prueba. No debe acarrear bultos un día sábado así dice la Ley. Pero el que lo sanó, se lo ordenó y ya sentía que esa palabra era más fuerte que las letras de la Ley. Otra vez en la disyuntiva: obedecerle al que lo sanó o hacerle caso a la Ley. Pero ya había pasado algo. Se sentía comprometido con quien le devolvió la salud. Y a él le obedecería de aquí en más.

Finalmente nos detendremos un ratito con las últimas palabras de Jesús en este texto: “Mira, ahora que estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor” (V 14). Nos puede dar la impresión de que Jesús relaciona la enfermedad con el pecado, de que él había estado enfermo durante tantos años a causa de una culpa que cometió. Y que si vuelve a pecar volvería a enfermarse. Como una amenaza. Pero el pecado no consiste en hacer mal esto o lo otro, cometer una equivocación aquí y un error allá. El pecado es nuestra condición humana, de vivir alejados e incomunicados con Dios. Lo que Jesús hizo con el paralítico es reconstruir una relación, generar la fe, entablar una comunicación. La salud del cuerpo va unida a la salud espiritual. No existe una sin la otra. La salud del cuerpo completa la salvación. Entonces, Jesús quiere decir: No dejes nunca de confiar, como empezaste a confiar. No abandones nunca esta relación. Crece en la fe. Afianza tu confianza. A partir de hoy ya no te perteneces a ti mismo, le perteneces a aquel que te salvó.

¿Por qué nos detenemos en meditar sobre las sanaciones que hace Jesús? No es porque Jesús sea un curandero que hace arte de magia. Jesús quiere demostrar algo muy diferente y no sólo su capacidad de sanar. Siempre rechazó el sensacionalismo. En sus sanaciones se anticipa algo de lo que va a ser condición de todos en el mundo nuevo que él va a instaurar definitivamente cuando vuelva. En el Reino de Dios ya nadie va a estar enfermo, nadie va a llorar, nadie va a tener hambre, nadie va a ser excluido. Y eso se anticipa en los actos de Jesús. Sus actos hablan de un mundo donde Dios y sus seres humanos vivirán sin las condiciones de este mundo siempre expuesto al caos y a la destrucción. Lo que los creyentes esperan del mundo nuevo de Dios, ya sucede de tanto en tanto con Jesús. ¿Y los que él no sanó? ¿Y los que no se curan? Talvez podamos decir que todavía están dentro de los 38 años de espera. Y si no se curan en vida, recibirán su salud definitiva en el Reino de Dios.

Me parece que en las palabras de Jesús: “¿Quieres recobrar la salud?” y “Levántate, alza tu camilla y anda” valen hasta el final de nuestras vidas, cuando nos toque afrontar la última de las enfermedades, la muerte. Cuando llegue la hora de partir, es allí donde se nos preguntará “¿Quieres recobrar la salud?” y sonará potente su voz en contra de la muerte: “Levántate y anda”, entra en la presencia del Padre en quien creíste y a quien ahora verás. Cuando Dietrich Bonhoeffer fue llevado para ser ejecutado por los nazis en 1944 dijo: “Para muchos esto parece ser el fin, para mí es el comienzo”.
Amén

Pastora Karin Schnell
Iglesia Reformada de Buenos Aires
karinschnell@ceaba.org.ar

 

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