Juan 6:1-21

Juan 6:1-21

Compartir multiplica | 25.7.21 | Juan 6:1-21 | Estela Andersen | 

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

 

El texto de hoy, 9° Domingo después de Pentecostés se encuentra en el evangelio de Juan 6:1-21:

 

“Después de esto, se trasladó Jesús a la otra ribera del mar de Galilea (el de Tiberíades), y mucha gente le seguía, porque veían los signos que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. (Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.)

Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él tanta gente, preguntó a Felipe: «¿Dónde vamos nos procuraremos panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno coma un poco.» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le contestó: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Replicó Jesús: «Haced que se recueste la gente.» (Había en el lugar mucha hierba.) La gente se recostó: eran unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados, y lo mismo los peces. Comieron todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.» Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente el signo que había realizado, comentaba: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.» Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.

Al atardecer, bajaron sus discípulos a la orilla del mar, subieron a una barca y se dirigieron al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, pero Jesús todavía no había llegado. Soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y sintieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis.» Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.” Amén.

 

Una de las cosas que a las personas nos gustan y disfrutamos mucho son las reuniones en donde compartimos una comida. Pueden ser reuniones organizadas, en donde estamos atentos a cada detalle. Vemos la cantidad de personas que estarían participando, armamos un menú, realizamos las compras con anticipación y preparamos la comida… ¡y cómo! Generalmente cocinamos como para el doble de los invitados, en la reunión comemos hasta hartarnos, y sobra comida… sobra tanta comida que muchas veces terminamos tirando una parte, lo que es una pena…

Otras veces para la reunión organizamos una comida a la canasta… ¡ahí sí que hay comida! Cada persona que participa trae casi cuatro veces lo que va a comer. Nos decimos que la comida no es lo importante, pero cada vez que nos ponemos de acuerdo con esta modalidad: la comida rebalsa.

Otras veces la reunión no es programada. Vienen a visitarnos amigos o familiares y, como la charla está buena, les decimos ¿se quieren quedar a comer? Sólo después descubrimos que nuestra heladera y alacenas están vacían, y entonces improvisamos una comida con lo que tenemos. Cuando estamos cocinando creemos que no va a alcanzar… pero finalmente todos comemos y nos saciamos… e incluso a veces hasta sobra un poco…

 

Personas que se juntan, en donde la comida no puede faltar, porque justamente compartiendo la comida es el momento en donde hablamos de las cosas importantes, de lo que vivimos, sentimos, porque se produce una verdadera comunión: disfrutamos compartiendo la comida y la vida.

 

En el texto que hoy estamos compartiendo Jesús organiza una comida improvisada. Ha llegado mucha gente, algunos de lejos incluso, y a él se le ocurre lo mismo que a nosotros, cuando recibimos una visita, la estamos pasando bien, y no nos queremos despedir así como así.

Jesús levanta los ojos y ve la gente venir hacia él, entonces pregunta a Felipe dónde podrán conseguir panes para todos ellos. Felipe mira el dinero que tiene y enseguida se da cuenta de que no va a alcanzar para nada. En ese momento llega Andrés con cinco panes y dos peces, que un muchacho le ha dado. Como para comenzar con algo… tal vez otras personas también tienen algo para compartir.

Jesús desafía a sus discípulos a resolver algo que en realidad sabe que no lo van a poder hacer. Pero también quiere mostrarles algo que no se imaginan, que nunca pensaron.

Jesús invita a que la gente se acomode sobre la hierba, toma los panes, da gracias, y los reparte, haciendo lo mismo con los peces. Dice el texto que la gente comió todo lo que quiso y sobró comida. Igual que cuando nos juntamos en nuestras reuniones, pero esta vez la proporción entre la comida y la gente era exactamente lo contrario: poca comida para muchas personas.

Jesús bendijo la comida que un muchacho había compartido, y de ese gesto de amor, de generosidad, ocurrió el milagro: los panes y los peces saciaron a la multitud, que comió todo lo que quiso, y lo que sobró se recogió.

El compartir y agradecer multiplicó lo que tenían. La solución menos esperada para los discípulos, que intentaban resolver el problema de otra manera, de la misma forma que lo hacemos nosotros.

Felipe contaba las monedas, mientras que Andrés pensó que tal vez si varias personas habían traído algo para comer y lo ponían a disposición, al menos alcanzaría para que todos comieran un poco.

Pero Jesús les muestra algo nuevo, y eso nuevo es el amor, la generosidad que junto al agradecimiento a Dios producen el milagro, permiten que el pan se multiplique.

 

Nosotros, al igual que los discípulos de Jesús, también nos preocupamos porque lo que tenemos no alcance para todos y entonces lo guardamos, lo mezquinamos, como seguramente hicieron algunas de las personas que estaban con Jesús aquel día. Sobre todo en el tiempo de crisis económica en el que vivimos, tratamos de cuidar cada centavo, incluso dejando de compartir lo que tenemos con quienes nos rodean.

Jesús nos muestra que la única forma de que ocurra un milagro es cuando nos animamos a compartir, cuando dejamos de hacer números y cálculos, y nos dejamos llevar por el amor.

Las personas que seguían a Jesús ¿buscaban que él los alimente? No, querían escucharlo, estar con él, nutrirse de su presencia. Pero él tenía ganas compartir la mesa con ellos, de disfrutar de la reunión con una comida también. Porque en ese sentido, Jesús también le gustaba lo que nosotros hacemos en nuestras reuniones: compartir alguna comida juntos. Y es que cuando las personas nos sentamos alrededor de la mesa y compartimos una comida, compartimos también nuestras vidas, y en este compartir, salimos renovados al mundo.

Como cristianos nos reunimos alrededor de la mesa en la Santa Cena, ahí también compartimos el pan y agradecemos a Dios… y ocurre el milagro: nuestra vida se renueva y refresca para salir al mundo.

Aprovechemos siempre esa comida y aprendamos de ella también. Que el compartir y agradecer sea nuestra forma de vivir para que siempre podamos disfrutar del milagro de la multiplicación, la multiplicación de gestos de generosidad, de amor, de compromiso, para que cada vez más personas nos sentemos a disfrutar juntos de la presencia de Jesús, y de esa manera renovar nuestras fuerzas porque todavía hay mucho por hacer para transformar el mundo en el que vivimos. No hace falta mucho, puede ser un simple pan, pero que al compartir y agradecer, siempre se multiplica. Amen.

 

Querido Jesús, ayúdanos a compartir nuestros panes y peces para que, en ese gesto, realices el milagro de la multiplicación. Ayúdanos a comprender que las matemáticas de Dios son diferentes a las nuestras, para que dejemos de contar nuestras monedas y confiemos en tu misericordiosa providencia. Permite que por fin nos demos cuenta de que sólo a partir del compartir y agradecer puede haber multiplicación. Te lo pedimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

mail: dannevirke63@gmail.com

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