Mateo 24

“Aún tengo muchas cosas que deciros”  

El autor de Juan muestra a Jesús preocupado por sus discípulos y por su cuidado tras su desaparición. Al Jesús de los sinópticos, sobre todo de Mateo y Marcos, esta cuestión no parece preocuparle tanto. De hecho, es como si este Jesús no fuera consciente de que sus discípulos le sobrevivían, y como si aquél, por el contrario, asumiera que tendrían que afrontar un período largo de vida sin su dirección. De ahí su interés en asegurarles que tendrían a alguien más a su lado, aparte del Padre y del Hijo. Ese alguien más sería el Espíritu Santo.

La verdad es que este contraste da para mucho estudio e investigación, pero no es lo que aquí más nos interesa. Aquí nos interesa sobre todo el horizonte que Jesús abre ante sus discípulos: una historia, pasada, presente y futura, que todavía está abierta y que requiere del Espíritu Santo para vivirla con sentido. Y esto vale tanto para la historia humana en general, como para historias particulares, o historias personales.

Me gusta este Jesús de Juan que “no lo ha dicho todo”. O sea, que no ha cerrado los temas; que no los ha clasificado y resuelto. Parece como si este Jesús no hubiera hecho más que asentar algunas bases con sus propias obras y sus propias palabras. Pero a partir de ahí todavía queda mucho que está abierto. Nos queda mucho nuevo por aprender, y mucho conocido (por ejemplo, las propias Escrituras) por reaprender. Esto me recuerda mucho las palabras de Antonio Machado: “el pasado todavía no está escrito”. Nada está cerrado, ya sea del pasado, del presente o del futuro. Todavía nos queda mucho que aprender de todo ello.

Cierto, a la par que alentador y motivador, esto puede resultar abrumador o inquietante, sobre todo cuando pensamos en la comodidad de controlar nuestro presente, asegurar nuestro futuro, y entender bien el pasado. Pero el Jesús de Juan no nos deja solos ante la ingente tarea que nos queda por delante; por el contrario, nos conforta con la promesa del Espíritu Santo, el Paráclito, el consolador (¡ya veo guasearse a algunos lectores de mi país por culpa de los nuevos significados de esta última palabra!) que nos irá descubriendo los misterios que encierra la historia humana, incluida la nuestra personal. Por cierto, el libro de Hechos responde bien a este planteamiento, ya que los discípulos, ahora apóstoles, a pesar de constituir una especie de colegio apostólico depositario de la doctrina de Jesús (cf. Hch 2, 42: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles”), también tendrán que ir aprendiendo, bajo la guía del Espíritu, que tal doctrina encerraba cosas que ellos desconocían, como por ejemplo que la salvación era para eunucos (Hch 8) y para paganos (Hch 10). Sin duda, por la acción del Espíritu tuvieron que dar un vuelco en muchas de sus ideas fundamentales.

Pero esta apertura que la promesa del Espíritu Santo representa me alienta porque significa que nada está sujeto a cadenas inquebrantables. Es decir, no hay historias irredimibles o historias ya cerradas. Soy consciente de que esto, ante la crudeza de muchas realidad, puede parecer ingenuo o naïf; peor, puede parecer mojigatería. Sí, hay demasiadas historias que parecen ya cerradas; hay demasiados episodios históricos que parece que jamás podrán ser redimidos; hay tantos casos clínicos que parecen ya cerrados …. En cualquier caso, los hombres sí hemos cerrado muchas cosas o creemos haber agotado todas las posibilidades de la historia o de la vida, y nace en nosotros el escepticismo. Pero la promesa del Espíritu Santo no lo es para un corto plazo, no ha sido realizada para resolver todos los casos puntuales. Por el contrario, es una promesa para toda la historia humana; es una promesa para vivir la historia con paciencia y con perspectiva; es una promesa para que constantemente replanteemos nuestro ser y vivir entre el paraíso perdido y la Nueva Jerusalén. Bien es verdad que nos gustaría más recuperar el paraíso perdido o alcanzar ya el umbral de la nueva Jerusalén, pero contra estos anhelos el Espíritu Santo nos sostiene dándonos la seguridad de que nuestra historia, como pueblos o como individuos, no existe sólo para nacer y morir, sino para configurar un verdadero horizonte de redención donde todos los casos cerrados podrán ser reabiertos y redimidos.

Si tomamos las palabras de Jesús en serio, quiere decir que la historia que escribe su Espíritu es también su Palabra. Dicho de otro modo, la historia que escribimos con el Espíritu, es también Palabra de Dios. ¡Y esto es muy serio! ¡Significa que la Palabra de Dios busca encarnarse en nosotros! La trinidad joánica Padre-Hijo-Espíritu Santo no configura un círculo cerrado por fuerzas centrípetas que giran en torno a un centro interior excluyente, sino un círculo abierto de fuerzas centrífugas que busca impulsarnos a la vida. Es así cómo Jesús nos irá diciendo lo que todavía le queda por decir; y es así cómo debemos vivir: tratando de no cerrar nunca los casos, los historiales. Más aún, tratando de reabrirlos, de introducir nuevas posibilidades de redención donde creíamos que todo estaba ya acabado.

En algunas ocasiones, algunos creyentes me han expresado su desasosiego ante la poca orientación que reciben, sea de parte de la iglesia (predicación, estudio bíblico, etc.) o de la oración o incluso de la propia Escritura, en tiempos de dificultad. Se sienten desasistidos, y las prédicas del púlpito no les ayudan. Supongo que creen que los “autores inspirados” de la Sagrada Escritura lo tenían todo mucho más claro. Y sin embargo, no es verdad. ¿Recordamos el caso de Jeremías lamentando su suerte o la multitud de Salmos de lamento? ¿Acaso el propio Jesús no exclamó “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Y tantos otros ejemplos bíblicos que, a pesar de todo, forma ahora algunos de los episodios más bellos y profundos de la Sagrada Escritura. Pues así son también nuestras historias, aunque no lleguen a formar parte de un Canon Sagrado, al menos en forma escrita, pues estoy seguro de que forman parte del “Libro de la Vida”.

Así es, incluso si no podemos percibirlo porque nos puede más la tenebrosidad de las dudas y del dolor que la luz del Espíritu: Jesús está escribiendo con nosotros y en nosotros un nuevo libro donde acabará por decir todas las cosas que aún le faltaron decir. No sé si esto puede servir de consuelo para quien sufre, porque el dolor no halla justificación aunque pueda ser útil. Pero sí sé que debemos prepararnos para el sufrimiento, tomando conciencia de que el Señor desea redimirlo escribiendo el libro de la vida.

Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)
pedro.zamora@seut.org

 

de_DEDeutsch