Mateo 5

Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor
Jesucristo. Amén

Apreciados Hermanas y hermanos:
Jesús acaba de elegir a sus doce discípulos. Al subir al monte,
pasa toda la noche orando. Después de elegir a sus discípulos baja
del cerro y con sus discípulos elegidos se encuentra con mucha gente.
Algunos quieren escuchar a Jesús, otros necesitan que Él los sane.
Lo que sí: todos quieren tocarle.

Vemos que Jesús no solamente habla a las personas, también
actúa y los sana. Después de hablar y sanar mira a sus
nuevos discípulos y les dice cuatro bienaventuranzas y cuatro
maldiciones. Las bienaventuranzas tienen como correlato a los pobres.
Las maldiciones a los ricos. ¿Cómo interpretar todo esto?

Una forma de buscar la punta de este ovillo, es percatarse que en este
pasaje se debe interpretar el término “pobre” en función
del Antiguo Testamento y toda su tradición. En primer lugar hubo
una evolución: pobres son los necesitados, los carentes de bienes
materiales, por eso son humillados y despreciados, luego esto también
se aplicó al plano espiritual. Es decir, pobre son las personas
religiosas, piadosos que, con motivo de su pobreza se han vuelto a Dios
y pone en Dios su confianza última.

Hoy diría: Bienaventurados son las personas que no tienen falsas
seguridades donde esconderse, bienaventurados son, porque están
más cerca de poder contar con Dios. Hay una historia que me gusta
mucho y que refleja muy bien todo esto:

Un cazador ateo estaba en la selva tratando de cazar algún animal
para su gran colección. Cuando de repente le sale al encuentro
un gran león. Del susto se le cae el arma y comienza a correr
con todas sus fuerzas. Cada tanto mira para atrás y ve al león
cada vez más cerca… Del propio susto no ve que se esta acercando
peligrosamente a un precipicio. Y cuando trata de volver a ver al león,
comienza a caer del precipicio. Tuvo la suerte que en la mitad de la
caída pudo aferrarse a una raíz que sobresalía.
Salvó su vida pero, la cima estaba demasiado alta y el piso muy
lejos de sus pies. Comenzó a pensar que podía hacer cuando
estucha sobre su cabeza un “crack” Era la rama dónde estaba aferrado ¡era
una situación desesperante! ¿Qué hacer? ¿Y
si pruebo orar? Tal vez Dios exista… Hace como puede una pequeña
oración cuando escucha una voz muy potente como de trueno que
le dice: “Todos son iguales. Oran a mí cuando están en
dificultades, pero después, cuando los salvo, se olvidan de mí.” El
cazador le dice: “¡No Señor, yo no seré así!
Yo tengo mucha confianza en ti, si me salvas, contaré a todos
como me has salvado y siempre serás el centro de mi vida”. Entonces
Dios le dice: “Está bien. Creo en tus palabras. Te he de salvar,
pero para que lo haga, tienes que confiar en mi y soltarte de la ramita
en que estás aferrado”. El ateo le dice: “¡Ay no Señor
yo no soy tan tonto!”.

Muchas veces nosotros somos así, “nuestras ramitas”, que no queremos
dejar, nos impiden seguir decididamente a Jesucristo. Cada uno de nosotros
sabe cual es esa ramita que Dios me pide que deje. Para Dios, para Jesús,
no hay término medio: blanco o negro, o pongo mi vida en manos
de Dios o no. O sos frío o sos caliente. O juntamos con Jesucristo
o desparramos. Términos medio no. Esto es lo que los discípulos
deben entender de Jesús cuando bajan del cerro y escuchan las
bendiciones y maldiciones…

  • Bienaventurados son los que lloran, los que sufren, porque Dios está con
    ellos. No son bienaventurados los que tienen a su propia satisfacción
    como el centro sobre el cual gira su vida.
  • Bienaventurados los que ponen su confianza en Dios, porque tendrán
    parte en el Reino de Dios. Están lejos de ser bienaventurados
    los que ponen su confianza en sus riquezas, en sus posición, en
    su prestigio, porque se engañan a si mismos y viven en sus falsas
    seguridades. Pretendiendo acomodar el evangelio “según las circunstancias”.
  • Bienaventurados son los que sólo pueden contar con Dios por que esto
    los ayuda a poner a Dios como el centro de sus vidas. Dios no acepta el segundo
    lugar. No son bienaventurados los que se acuerdan de Dios solamente el domingo
    porque están demasiado ocupados en sus propias satisfacciones.
  • Bienaventurados son los que sufren por tratar de vivir el evangelio
    cada día. No pueden ser bienaventurados los que buscan la
    popularidad y que el evangelio los alabe, para no tener que cambiar.

Creo que es por todo esto que primero Jesús habla con la gente
que tiene una necesidad muy sentida de escucharle. Sana a los enfermos.
Jesús habla y actúa. Así deben ser sus doce discípulos.
Las cuatro bienaventuranzas y las maldiciones son una forma de resumir
la praxis de Jesús. Así también debemos ser nosotros.
Esta es la misión de la Iglesia.

No es la misión de la Iglesia hacernos recordar de ir al culto.
No es la misión de la Iglesia hacernos recordar que tenemos que
colaborar con nuestros dones y capacidades y también económicamente
con nuestra comunidad. En todo esto, realmente creo que la función
del pastor/a es preguntarnos: ¿Cómo anda tu relación
con Dios? Si nuestra relación con Dios es la correcta, no necesito
que me recuerden de la hora del culto; no necesitaré que me pidan
que colabore con la congregación y las obras diacónicas.
No lo necesito porque, al ser Dios el centro de mi vida, todo sale solito,
por añadidura.

Jesús no sólo habló, también actúo.
La Iglesia no sólo es predicación y testimonio, también
es diaconia. Dejemos que sea Jesucristo el cimiento de toda nuestra vida
y vivamos resueltamente nuestra fe. Verdaderamente, vale la pena.

Sergio A. Schmidt, Pastor
breschischmidt@ciudad.com.ar

 

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