Marcos 9:38-50

Marcos 9:38-50

Manos, pies y ojos al servicio de Dios | Marcos 9:38-50 | Estela Andersen | 

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

El texto de hoy, Décimo Séptimo Domingo después de Pentecostés se encuentra en el evangelio de Marcos 9:38-50:

„Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, pero, como no viene con nosotros, hemos tratamos de impedírselo.» Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros.»

«Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.»

«Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, le iría mejor si le pusieran al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echasen al mar. Y si tu mano te es ocasión de tropiezo, córtatela; más vale que entres manco en la Vida que ir con las dos manos a la Gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de tropiezo, córtatelo; más vale que entres cojo en la Vida que ser arrojado con los dos pies a la Gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de tropiezo, sácatelo; más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos a la Gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego. Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros.»“ Amén.

El texto que hoy compartimos habla acerca de tres miembros del cuerpo con el que nos relacionamos con las personas que nos rodean: las manos, los pies y los ojos. Y lo interesante es que son de partes de nuestro cuerpo que son pares, aunque nos falte uno, podemos arreglárnosla bastante bien.

En el uso de nuestras manos nos parecemos a nuestro Dios creador: nos sirven para modelar o formar algo, como él lo hizo en el inicio. Con ellas asimos los objetos, sostenemos a las personas, acariciamos y protegemos. Pero también nos sirven para aferrarnos y no caer, para colgarnos de algo y para llevarnos los alimentos a la boca. Una vida sin manos nos hace absolutamente dependientes de otras personas.

Si nos ponemos a pensar cuántas veces al día usamos nuestras manos, nos vamos a dar cuenta de que no descansan nunca: al levantarnos con ellas nos lavamos la cara, tomamos el peine para acomodar nuestro cabello, preparamos el desayuno, levantamos a nuestros hijos… y así seguimos toda la jornada hasta la noche.

Hay manos de todo tipo, y cada mano es un poco la historia de cada persona: su trabajo, su hobby, sus tareas de la vida cotidiana. Así, las manos de un campesino son rústicas y callosas, mientras que las de un oficinista son delicadas y suaves, las manos de mujer a veces tienen uñas largas y pintadas, pero la que trabaja en la cocina las puede tener repleta de cicatrices de cortes y quemaduras.

Las manos pueden realizar hermosas tareas y gestos de amor y solidaridad increíbles, pero también pueden hacer mucho daño, incluso matar. Esas mismas manos que acarician pueden golpear y lastimar. Todo depende de su dueño, de quien las maneja, de sus intenciones, de su corazón.

Los pies nos permiten trasladarnos, movernos de un lado a otro según nuestra voluntad. También en eso nos parecemos a nuestro Dios creador, que cuando caminaba por el Edén se dio cuenta de que Adán y Eva se estaban comportando de una manera extraña, inusual, porque habían desobedecido a su pedido: que no comieran del árbol del conocimiento.

En un tiempo era casi lo único que teníamos para trasladarnos, así las personas caminaban largas distancias. Hoy, con toda la tecnología, nos movemos de muchas maneras, sin embargo nuestros pies son fundamentales: si no los usamos para caminar, con ellos manejamos el vehículo, el caballo o el medio de transporte al que accedamos.

Con nuestros pies no sólo caminamos: saltamos, corremos, bailamos y hasta nos trasladamos en el agua, esto es, nadamos. Nuestros pies nos traen muchas satisfacciones: hacemos caminatas, deportes, juegos… Pero también nos sirven para escapar, para salir corriendo cuando estamos en peligro. Es difícil imaginarse una vida sin nuestros pies, si bien muchas personas se manejan perfectamente en la vida con silla de ruedas o algún elemento ortopédico, incluso compiten en diferentes disciplinas en deportes que tal vez nosotros ni logramos hacer.

Esos mismos pies que nos llevan a diferentes lugares por la vida pueden hacer mucho daño, pateando, pisoteando, atacando a otra persona con violencia o distribuyendo el mal en su caminar.

Dicen que los ojos son el reflejo del alma y que una mirada lo dice todo… podríamos decir ¿qué daño podríamos hacer con los ojos?

Con nuestros ojos descubrimos el mundo, vemos lo que sucede a nuestro alrededor, disfrutamos de la maravillosa naturaleza que Dios ha creado. También los ojos son parte de nuestro parecido con Dios: Él nos ve, no importa donde estemos o a donde vayamos, aunque busquemos escondernos de su vista.

¿Quién no ha sido marcado por una mirada? ¿Quién no tiene guardada en su memoria alguna mirada inolvidable? A través de nuestra mirada podemos inspirar confianza, transmitir amor, aceptación del otro, admiración; pero también podemos ser hostiles, hacer que la persona que se acerca se sienta incómoda. Con una mirada podemos desaprobar una persona, darle a entender claramente nuestro enojo o nuestra tristeza o desilusión. De hecho buscamos la mirada de las personas que nos rodean para saber si nos estamos entendiendo, escuchando.

Los ojos ven, analizan y a partir de ahí tomamos decisiones. Nuestra forma de ver las cosas determina nuestra relación con las personas que nos rodean. Nuestros ojos juzgan y condenan, y aunque creamos que no podemos hacer daño con los ojos, sí lo podemos hacer y mucho. Porque al decir o contar lo que vemos, nuestra mirada es determinante, si nuestra forma de ver las cosas es tergiversada, o intencionalmente dañina, podemos destruir a una persona. Podemos traicionarla contando una infidencia, una intimidad que vimos. Pero a veces no hace falta ni siquiera hablar, porque el hielo que sale de nuestros ojos es tan frío, tan duro, que alcanza para destruir a la otra persona.

El texto de hoy finaliza diciendo: “Buena es la sal; mas si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros”, de la misma manera que la sal es buena, nuestras manos, nuestros pies y nuestros ojos son buenos, son fundamentales para nuestra percepción del mundo, para relacionarnos con las demás personas, pero también para nuestra vida, para que la podamos vivir de forma intensa, pero también para los demás, al servicio de las personas que nos rodean.

«Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa», dice el texto también, Dios nos llama a que usemos nuestros miembros para servir, y sobre todo para tener paz unos con otros.

¡Qué bueno que es pensar que nuestro cuerpo, perfecto en todas sus funciones es la herramienta que Dios usa para que el mundo lo conozca, que conozca el mensaje de Jesús!

No perdamos el tiempo compitiendo entre nosotros, desacreditándonos entre nosotros en la transmisión del evangelio, aprovechemos nuestras manos para estrecharnos, nuestros pies para caminar juntos y nuestros ojos para ver la gran tarea que tenemos por delante, miremos a la gente con misericordia, como Dios lo hace con nosotros. Busquemos que nuestra mirada sea amigable para que a través de ella las personas se sientan atraídas a Cristo. Amén.

Amado Dios, tú nos creaste a tu imagen y semejanza, nos tomas de las manos, nos llevas con amor por la vida y nos miras con cariño, permite que también nosotros nos conduzcamos de la misma manera y usemos nuestros miembros siempre para hacer el bien y tener paz entre nosotros, esa paz que tanta falta hace en este mundo convulsionado y sin amor en el que vivimos. Te lo pedimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

mail: dannevirke63@gmail.com

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