Lucas 2,8-20

Lucas 2,8-20

Reflexión para día de Navidad (culto familiar) | 25.12.21  | Texto: Lucas 2, 8 – 20  (Leccionario Ecuménico, Ciclos “A”, “B” y “C”) | Federico H. Schäfer |

Queridas niñas y queridos niños, hermanas y hermanos:

Recordemos brevemente lo que hemos escuchado de la lectura: Los pastores en el campo cuidando las ovejas y la venida de los ángeles diciendo: “No tengan miedo! Les traigo una buena noticia que será motivo de mucha alegría para todos….” Y, “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz para los hombres que gozan de su favor!” ¡Maravilloso! Sí, una noticia maravillosa! ¿Paz en la tierra? No habrá más conflictos… ¿En serio? ¡Sí, en serio! Dios no quiere que haya conflictos, ni entre él y los seres humanos, ni entre los humanos entre sí. Él nos quiere y nos ama; así de simple. Y así espera que nos amemos unos a otros como él nos ama a cada uno de nosotros. Siendo todos y cada uno amados por el Señor ¿No podremos amarnos los unos a los otros? Si nos amamos los unos a los otros y por tanto nos perdonamos los unos a los otros, somos tolerantes y comprensivos, generosos y humildes, se construye la paz, es posible la convivencia sin conflictos.

Y como demostración de que Dios verdaderamente quiere que haya paz, es que él tomó la iniciativa y nos envió al niño Jesús, para que nos demuestre ese amor que  Él tiene para con los humanos. Los pastores que recibieron esta buena noticia, pues, querían ver a ese niño que sería el emisario de la paz de Dios. Dejaron a las ovejas y se fueron a buscarlo …y lo encontraron. Y era verdad lo que habían dicho los ángeles: vieron al niño acostado en un pesebre en un establo en el pueblito de Belén. Y en seguida fueron y contaron a otros lo que habían visto y oído…y no podían dejar de contarlo! Tal era la alegría, que no podían dejar de contarlo a todo aquel que se les cruzara en el camino.

Pero los pastores, seguramente, también se encontraron con personas que no querían escuchar esa historia maravillosa, ya sea que la consideraban demasiado fantástica para ser cierta, ya sea que directamente no les interesaba escuchar algo acerca de la paz y del amor de Dios. Porque eso del amor de Dios para con los humanos y de la paz entre él y nosotros, o entre nosotros mismos, o entre nosotros y el resto de la creación, nos pone en evidencia: Descubre que muchos no queremos amar, que no queremos hacer la paz, que no queremos perdonar, que somos ávidos de poder y de riquezas, que no queremos a quienes son diferentes de nosotros ..… Y así seguimos en conflictos, a veces, interminables y, a veces, muy crueles.

Y el que no quiere escuchar, ¿qué decimos de él?  Qué es sordo.  A veces decimos también: “es sordo como una tapia”. ¿Saben qué es una tapia? Una pared de adobes. O decimos: “me parece que estoy hablando a las paredes”, cuando nadie nos quiere escuchar. Los que no quieren oír, aunque tengan oídos sanos, son como sordos, sordos como una pared. Es que una pared no oye. Además es como que entre los que no quieren escuchar y los que traen una buena noticia hay como una pared que divide, que separa. A veces, entre nosotros y Dios también hay como una pared, cuando no queremos oír la palabra que tiene para decirnos. A mi me parece extraño, que haya quienes no quieran oír una buena noticia. A ustedes seguramente les pasa lo mismo. Pero desafortunadamente hay personas que no quieren ir a ver, que no quieren oír; que no quieren ir al encuentro de Jesús, que no quieren cambiar. Y así es como seguimos viviendo en conflictos.

Nuestros temores y miedos, nuestras envidias, nuestros resentimientos, los sentimientos de abandono, la incomprensión, las calumnias y falsos rumores, la discriminación y la desigualdad son todas piedras con las que se va construyendo esa pared entre nosotros y Dios y entre nosotros mismos. Es una lástima que por no querer escuchar la buena noticia de que Dios nos ama y está dispuesto a perdonarnos y a ayudarnos a amar y perdonar al prójimo, construyamos una suerte de pared alrededor del pesebre en el que está acostado el niño Jesús.

Es esto un total despropósito. Pero Dios no nos deja solos ahí en nuestro encierro, en nuestra terquedad. Por ello Dios nos envió a su hijo Jesús justamente para derribar esas paredes que construimos entre nosotros y Dios, y entre nosotros mismos. El niño Jesús vino al mundo para ayudarnos a ir demoliendo esas paredes, esas tapias, esas rejas que nos impiden comunicarnos, que nos impiden escucharnos, que nos aíslan. Donde Dios está presente mediante su Espíritu y lo dejamos actuar se van desmontando ladrillo por ladrillo esas paredes divisorias que nos mantienen enemistados. Y donde está el niño Jesús está Dios y su Espíritu!

Y así es como Dios hace posible que entre él y nosotros y entre nosotros podamos volver a ser una sola comunión, una familia unida. Donde hay comunión, donde reina el amor de los unos para con los otros, se hace la paz y terminan los conflictos. Por eso la alegría de los pastores —que también eran como nosotros un poco peleadores y envidiosos entre si— por que en ese niño Jesús venía Dios a ofrecernos la paz. Y así, como cuando recibimos una buena noticia con oídos abiertos y la aceptamos, corremos y se la contamos a todos los que nos rodean; pues corramos y contémosle a todos que Dios ha hecho nacer en medio nuestro a Jesús para traernos la paz y terminar con nuestros conflictos.

Es verdad, que hace falta una porción de fe para aceptar que en ese niño nacido en ese establo de Belén está actuando Dios mismo. Pero si aceptamos lo que Dios nos dice de buen grado, él también nos enviará su Espíritu para que podamos creer y entender, que su mensaje de amor y perdón es verdadero. Dios no se vale de leyendas dulces y fantásticas para engañarnos. En ese niño nacido de María, Dios realmente visita en persona al género humano en este mundo con el objetivo de convencer a cada uno de su seria intención de religarnos con él, de manera que podamos vivir en comunión con nuestro creador, y marchar hacia el destino que, como nuestro creador, él ha previsto para cada uno de nosotros.

Estando, pues, en buena relación con Dios; estando unidos en fe con él, nos resultará posible vivir en buenas relaciones interpersonales con nuestros semejantes; nos resultará posible desarrollar de manera concreta el amor hacia nuestros prójimos. No es automático: Tendremos que luchar contra nuestros egoísmos, contra nuestros temores, contra nuestros presuntos privilegios, contra nuestra indiferencia, contra la discriminación, contra la corrupción, etc. Pero en esta lucha estaremos acompañados por el Señor Jesús. Así empoderados por él podremos ir paso a paso venciendo los obstáculos que nos impiden la amistad y el buen trato con los demás.

Y esto tendrá su recompensa, no solo en el más allá, en un futuro indefinido. Las buenas relaciones con nuestro Dios, con nuestros semejantes y con el resto de la creación de Dios, nos brindarán aquí y ahora, en medio de nuestra vecindad, con los compañeros de trabajo, con nuestros parientes, con nuestra familia, etc. una devolución de buen trato, de cariño, de solidaridad y ayuda en nuestras necesidades, que nos hará más felices y más contentos. Esa perspectiva le da sentido a la alegría navideña. La celebración de la Navidad, así vista y percibida, ya no es el recordatorio de una dulce leyenda del pasado, ni tan solo una efemérides histórica, sino una verdadera fiesta de la alegría de poder iniciar o reiniciar una nueva vida en armonía con Dios, con quienes nos rodean y con toda la creación. Esta alegría nos impulsará a transmitir a otros, que esta nueva vida en paz es posible, si recibimos y tomamos en serio la buena nueva que expresaron los ángeles a los pastores en las inmediaciones de Belén. Y esta misma alegría nos impulsará a cantar y alabar a Dios en agradecimiento por tan importante iniciativa que tomó de visitarnos en este mundo, ¡Gloria sea a Dios en las alturas! Amén.

Federico H. Schäfer

E.Mail: federicohugo1943@hotmail.com

de_DEDeutsch