Como lo quieres: ¿con…

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Como lo quieres: ¿con…

Como lo quieres: ¿con lavado de manos o lavado de pies? | Pentecostés Siete – 21.6.2020 | Mateo 11:25-30 | Michael Nachtrab | 

Querido hermano y hermana:

¿quieres aprender a disfrutar de la vida? ¿A escoger el camino del éxito? ¿A llevarse bien con los demás? ¿A pensar en positivo? ¿A sobreponerse del dolor? ¿A superar las preocupaciones? ¿A tener fe y esperanza? ¿Quieres aprender que el dinero no es lo primero? ¿Qué lo lógico es creer en Dios? ¿Quieres aprender todo sobre sexo con sentido?

Es eso lo que quieres, ¿no es cierto, mi hermano y hermana? Cuando te veo tan cansado y fatigado por la calle, en el súper, en tu trabajo, en tu hogar, cargado con preocupaciones y preguntas y anhelando las respuestas al sentido de tu vida, entonces te veo sediento como el venado que ansía las corrientes de agua (Salmo 42). Y te quiero decir que te mereces ser saciado, que mereces beber de una fuente de agua fresca y cristalina. Si, mi hermano y mi hermana, mereces calmar y saciar tu sed.

Y te aseguro también: hay ayuda para ti. Muchos son los sabios y entendidos que hoy se paran en lugares prominentes, donde todos los pueden ver y hacen oír su voz mediante todos los canales para que todos los puedan escuchar. Por eso, debo preguntarte, como quieres ser ayudado ¿con lavado de manos o con lavado de pies inclusive? Aunque vale la aclaración: mientras en la primera opción no son tus manos las que serán lavadas sino las de quien te ofrece ayuda, en la segunda opción sí serán tus pies las que serán lavadas por las manos de quien te ofrece ayuda.

Si optas por la primera opción, no te será de mucha utilidad seguir leyendo o escuchándome porque me envía el que ofrece la segunda opción. Como ya te dije: la primera opción podrás encontrar por doquier, en versiones baratas y caras, en libros o en Youtube, en conferencias y charlas motivacionales. Para ser justo, también te debo decir que los mercaderes de la primera opción entendieron mucho mejor responder a la gran demanda de cargados y fatigados. Allí jamás escucharás el lamento, que si escucharás de enviados como yo: Oh Señor, grande es la cosecha pero pocos son los obreros.

Él que me envía aborrece los que se hacen llamar sabios y entendidos, pero no por envidia a su sabiduría. Lo hace porque esos sabios y entendidos – como lo fueron los maestros de la ley y los fariseos contemporáneos a él – señalan un camino perfecto a la pureza o a la perfección que nadie puede encontrar aquí en esta tierra. Tal vez, en lugares herméticos, en laboratorios, en monasterios, aislados del resto del mundo puedes encontrar estos caminos, pero no van por medio de los lugares reales donde vives, habitas, respiras, trabajas, donde te peleas, donde amas, donde sueñas. Y mientras empiezas a caminar por los caminos de esta vida y de esta tierra, con luces y sombras reales, junto a personas reales de sangre y carne y no de tinta y papel, en medio de tormentas que no solo te alejan de la pureza o de la perfección o de la felicidad que anhelas, sino que te pueden quitar la vida. Y todos los buenos consejos y métodos y pasos que te aconsejaron en su sabiduría se vuelven leyes pesadas que ni siquiera los sabios y entendidos podrían cumplir. Así, en vez de ir más aliviado por medio de esta vida, cargas encima de tus propias cargas todavía con la carga de no poder cumplir con el canon de reglas que supuestamente deberían aliviarte. Así, tú, un venado ansiando los corrientes de agua, te conviertes en un animal de carga que lleva sobre sí el maldito peso de todos estos supuestos buenos consejos.

Mi Señor y Dios, con quien está toda la sabiduría y todo el conocimiento, aborrece a estos consejeros porque cuando tú vas a ellos y le reclamas que sus consejos se volvieron una carga difícil de llevar, ellos te contestan: Si mis buenos consejos no te ayudan, es por tu culpa. Y ahí los verás lavándose la mano en inocencia.

Pero este Jesús, que es el Señor del Sábado, por medio de quién Dios creó, reconcilió el mundo consigo mismo y lo recreó, alaba a su Padre porque quiso revelar la gran sabiduría no a los sabios sino a ustedes, que viven y respiran en medio de este mundo, allí en sus trabajos, en sus dolores y preocupaciones, junto a sus familias, con sus sueños y alegrías, solos o enfermos, caídos o tambaleándose. Y esa gran sabiduría es llegar a conocer a Dios, tal y así como quiere revelarse a este mundo, como un Dios justo y misericordioso. Un Dios capaz de escuchar el clamor de los que claman a él, un Dios que ve con misericordia, paz y bendición hasta aquel que más abajo está. Un Dios que invita a todos a venir a él como Uno que hace un gran banquete y quiere que la casa esté llena y todos se gocen y deleiten con la mesa compartida.

Ese Dios es Jesucristo mismo, él que me envía. Y en su nombre te llamo a que pongas tus manos en las manos de él, él que calmó la tempestad; que pongas tus pies en las huellas de él, él que calmó el mar; y que pongas su palabra en tu boca. Así aprenderás a ser como él, manso y humilde. Así tendrás paz y reposo. Así podrás tomar el agua que tanto ansías tomar. Y te invito a seguirle a él por una sola razón: porque él primero cargó sobre si todas tus cargas; porque el que estuvo con Dios desde el principio no se aferró al ser igual a Dios, sino se rebajó y humilló para volverse siervo tuyo, antes que nacieras. Porque su razón de ser es el amor al mundo, a todo lo que fue y es creado. Un amor sin igual, que es misericordioso y condescendiente en un sentido particular: en la medida que asciende a la cruz, desciende hacía ti. Puedes seguirle porque su camino es un camino que va por medio de este mundo. No es un camino ideal. Pero es el único camino que lleva a la meta, que lleva a la vida.

Aquí no hay transferencia de riesgos, mi hermano y mi hermana. Aquí no hay buenos consejos, sabios consejos. Aquí el que te invita no predica agua en público mientras se emborracha – a tus espaldas y sobre tus espaldas – con vino fino. El que te llama, te llama para servirte el mejor vino de la copa de la salvación, un vino que alegra el corazón y hermana a quienes beben de él. Y para colmo, y para que entiendas y aprendas, él que me envía, me manda y nos manda a hacer como él hizo con los suyos: no a lavarnos las manos en inocencia, sino a lavarnos los pies los unos a los otros. Es ahí donde se nos abrirán los ojos y aprenderemos la gran sabiduría de Dios: al descender a lavar los pies, ascendemos al Padre, quien es perfecto, con quien está la felicidad sin igual.

 

Alabado seas, oh buen Padre, porque a través de tu Hijo, nuestro Señor y Salvador, revelaste la gran sabiduría a todos los que anhelan la vida y la perfección y la felicidad, a todos los que están fatigados y cansados. Haznos fieles a ti y concédenos tu Santo Espíritu para que nuestras manos sean las manos de tu Hijo y nuestros pies vayan detrás de él. Pon en nuestra boca siempre tu palabra porque es más dulce que la miel y nos da la vida. Así iremos gozosos y serviciales a través de este mundo hacía ti. Amén.

 

Pr. Michael Nachtrab

Hohenau (Paraguay)

famnachtrab@hotmail.com

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