1º Corintios 15,19-29

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1º Corintios 15,19-29

Sermón para Pascua de Resurrección 2023 | Texto: 1º Corintios 15, 19 – 29 (Leccionario EKD, Serie VI) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

El ir y venir de las gentes en estos días de Semana Santa, el repunte que registran algunos rubros de la economía, como turismo, confitería, transporte, etc., la infiltración de viejas tradiciones paganas, desvirtúan el verdadero sentido del acontecer que hoy recordamos. Sí, festejamos hoy la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Es obvio, quizás, tener que decirlo, pero los intereses creados de este mundo explotan esta celebración en su propio provecho y nos inducen a cubrir con un manto de indiferencia un hecho, que es de suma importancia para los creyentes y para los que todavía no lo son. Si su veracidad ya de por sí ofrece muchas dudas a las gentes, no dejemos, pues, enterrado y muerto su significado verdadero. Quebremos el hielo de la indiferencia y meditemos un tanto más profundamente y sin miedo a la duda sobre el desafiante párrafo bíblico que acabamos de leer. Destilemos la esencia que puede ser importante para el enfoque de nuestra vida.

A las dudas respecto de la verdadera resurrección de Jesucristo corresponden otras tantas especulaciones no menos dudosas, que van desde aquella que afirma que el sepulcro fue hallado vacío porque discípulos habrían quitado a propósito el cadáver de Jesús para promover la veracidad de la resurrección, hasta aquella otra que dice que Jesús no murió realmente, ya que fue una figura de consistencia espiritual solamente. Esta vieja especulación está volviendo a tener adeptos desde que en algunos círculos se cree que Jesús pudo haber sido oriundo de otro planeta con la capacidad de materializarse corporalmente o de fluidificarse espiritualmente, lo cual también explicaría su transfiguración, sus apariciones después de su presunta muerte, la ascensión, etc.

A nosotros no nos interesan tanto los pormenores reconstruibles o no, históricos o legendarios de ese hecho transcendente. A nosotros nos queda el testimonio de los primeros cristianos, que de acuerdo a su fe afirman que Jesucristo resucitó. Con esta afirmación se quería corroborar una vez más, que Jesús de Nazaret, quien había llevado adelante una vida llena de amor y prodigios a favor de la gente, tan solidarizada con el humano común, no había sido un hombre cualquiera, sino verdadero Hijo de Dios; y en segundo lugar, que este Hijo de Dios había vencido a la muerte. En base a este testimonio se funda la iglesia cristiana, que pasando por períodos ora prósperos, ora críticos, perdura con sus defectos y sus virtudes hasta el día de hoy por espacio de veinte siglos.

Con la muerte, que venció Jesús, no se quería significar solamente la muerte material o biológica, sino toda la constelación de poderes negativos, muchas veces también personificados en la figura del diablo. Jesús venció así potencialmente a todas aquellas fuerzas, que desde dentro o desde fuera del ser humano, hacen que éste viva en oposición a Dios. Dicho en otras palabras: Jesús venciendo a la muerte, libró al ser humano de la esclavitud y de la angustia en que lo tienen preso dichos poderes.

Así como el sacrificio vicario de Jesús en la cruz puso punto final a todos los ritos sacrificiales, haciéndolos en adelante innecesarios; así su resurrección puso punto final a la creencia en las fuerzas misteriosas de los poderes demoníacos. De esta manera los hombres y las mujeres ya no están sujetos/as a un destino ciego. Pueden volverse a Dios y llamarle Padre y sentirse hijos e hijas de Dios en todo el sentido de la palabra. Una nueva relación de fe es posible ahora entre Dios y el ser humano, entre el creador y su criatura.  El querubín con espada de fuego en mano, símbolo de tal oposición, hubo de ceder el lugar a Jesucristo, símbolo de la reconciliación. Dios levantó a Jesucristo de entre los muertos y reconcilió así lo divino con lo humano y profano, formando nuevamente una unidad orgánica y armónica de vida, perdida desde los tiempos remotos de Adán y Eva.

Aceptando la muerte en la cruz, Jesucristo somete la bondad a Dios y Padre; venciendo a la muerte, Jesucristo somete asimismo la maldad a Dios. Todo es uno en Dios, el Padre. En Jesucristo todo es relativo a Dios, lo bueno y lo malo, el reino de los cielos y el mundo en el que viven los humanos. Para comprender mejor estas ideas es necesario explicar más claramente lo que significa que Jesús venció “potencialmente” a la muerte. Lo haré con la siguiente figura: Una semilla es una planta en potencia, potencialmente. Es decir, la semilla involucra todo lo que será la planta alguna vez cuando se haya desarrollado completamente. Lo mismo ocurre con la resurrección de nuestro Señor. Ella es la señal, el anticipo de que la muerte, las fuerzas del mal quedarán una vez vencidas totalmente.

La resurrección es el primer parte de guerra en el cual se nos comunica que la guerra contra el mal está decidida a favor de Dios, si bien la guerra aún no ha terminado todavía. La muerte está prácticamente vencida, pero continuamos en la lucha hasta que Jesucristo venga una vez más a este mundo para acabar definitivamente la guerra. El vendrá a someter todo mando, autoridad y poder contrario a Dios y entregará entonces el reino a Dios y así Dios será todo en todas las cosas. Entonces recién se cumplirá la resurrección definitiva de todos los seres humanos, el perfeccionamiento final. Mientras tanto, sabiendo que la muerte ya no tiene poder último sobre nosotros, podremos luchar libres de toda angustia a favor de Dios.

Ahora bien, sin fe no podremos estar a favor de Dios. Si no creemos que Jesús ya venció a la muerte en la batalla decisiva, continuaremos angustiados y sometidos a la esclavitud de las fuerzas del mal. Por otro lado, de la lucha no se escapa nadie, todos creyentes como no creyentes estamos implicados en ella; unos a favor, otros en contra de Dios. Esta lucha evidentemente no se realiza con cañones y misiles, aunque algunas veces erróneamente se haya llegado a ese extremo durante la historia. También la historia de la iglesia está manchada con sangre. La iglesia, empero, no está libre de enemigos de Dios. Los enemigos de Dios continuarán luchando con cañones y misiles, la lucha de los cristianos es, sin embargo, mediante la palabra, la palabra de la reconciliación con Dios y los semejantes, la palabra de que Cristo resucitó y ganó la batalla decisiva contra todo mal.

La lucha entre el bien y el mal es una lucha vieja, tan vieja como la humanidad. En este proceso la dramática noticia de la resurrección de nuestro Señor es el primer grito de victoria apreciable. El proceso de desarrollo de esta lucha continúa favorablemente en la medida en que con la ayuda de Jesucristo y en el Espíritu de él, aquellos que creen y aceptan ese grito de victoria convencen a los que no creen en esa victoria, que no aceptan que esa victoria es verdadera y definitiva.

Pero la lucha no es solo una campaña de evangelización de nuestros prójimos, sino también una campaña de concientización de nosotros mismos. En este proceso debemos luchar contra nosotros mismos en continua autocrítica y arrepentimiento, en renovación y cambio de mentalidad, progresando así en fe y afilando y afinando nuestra consciencia en todo sentido. Así nos daremos cuenta también, que burdo y ridículo es todo el ruido que sentimos a nuestro alrededor en estos días.

El vehículo de todo el proceso de lucha del que estamos hablando es el amor que nos ha legado el Señor con su resurrección. La resurrección de Jesucristo es, en estos términos, la victoria del amor. Es Dios que en su infinito amor hacia su creación realizó esta obra a través de su Hijo para salvar a los humanos y llevarlos a vivir una vida genuina en amistad, en comunión con él. El amor supera todas las barreras, une los polos encontrados: lo divino y lo humano, lo espiritual y lo material se reconcilian así en una unidad superior, en una quintaesencia que es el amor, que es Dios mismo. Esto es el fundamento para un nuevo enfoque de la vida y las experiencias en ella, la base para la felicidad humana.

Dios nos conceda la fe para contemplar sus obras, paciencia para esperar su perfec-cionamiento, fuerzas para perseverar en la lucha y un corazón sensible para agradecer por ellas. Amén.

Federico H. Schäfer

E.Mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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