Juan 7,37-39

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Juan 7,37-39

Sermón para 7º domingo de Pascua (Exaudi) 2023 | Texto: Juan 7, 37 – 39  (Leccionario de la EKD, Serie III) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Las condiciones geológicas y climatológicas de la Palestina se caracterizan por ser arenoso-montañoso, con relativamente pocas áreas fértiles y un régimen de lluvias escaso. A diferencia de zonas más húmedas de nuestro planeta, los habitantes locales supieron y saben valorar lo que es el agua, supieron y saben cuán precioso e importante es el líquido elemento para el desarrollo de la vida biológica (hoy en día saben obviamente también cuán importante es para la industria y la vida moderna). Sin agua no pueden desarrollarse los cultivos, no pueden prosperar los ganados y por descontado no podría sobrevivir el hombre. El agua, por tanto es cuidada, acumulada, desalinizada, racionalmente distribuida para que alance para todo y para todos. Esta preocupación por el líquido elemento es lógica, si consideramos que es condición fundamental para la vida; su falta significa sed, sequía, suciedad, muerte.

Porque la gente en Palestina tenía conciencia de todo esto es que Jesús utiliza la figura del agua y sus características vitales como enlace para describir los efectos de la fe y las características del Espíritu. Y porque en ciertas regiones de España, en América y otros continentes existen circunstancias parecidas a las de Tierra Santa y sabemos cuan vital es el agua, creo que no resultará difícil comprender las parabólicas palabras de Jesús. Estaremos sintonizando en la misma onda en la que el Señor nos habla.

La vida es una y por ello no soy muy amigo de deslindar las atribuciones de nuestra presunta vida material (biológica) y nuestra vida espiritual. Sin embargo, es un hecho que podemos tener a nuestra disposición agua en abundancia y a pesar de ello sufrir una sed interior a veces insaciable. En nuestro trajín diario nos acordamos de darle de beber a nuestro cuerpo, pero pocas veces nos acordamos de que nuestro espíritu también necesita de un refrigerio, de fluido vital, para que nuestra vida no sea una vida puramente vegetativa, sino una vida plena. Es por esa falta de fluido vital que nuestro espíritu muchas veces se asemeje a un páramo desértico y estéril sobre el que no crece nada, que no produce fruto alguno.

Desafortunadamente muchos ni tienen consciencia del avanzado estado de desertificación en que se halla su espíritu. Dicho en otras palabras: tales personas sufren de una especie de atrofia y raquitismo espiritual. En este estado de salud tienen su raíz muchas depresiones y hasta enfermedades que se manifiestan corporalmente (me refiero a las así llamadas psicosomáticas). Los que sienten esa sed, ese vacío interior, muchas veces tratan de saciarla con algún elemento sustitutivo para nada aconsejable, como ser el alcohol (no por casualidad llamado “spiritus” en latin) y las drogas.

Jesús conoce la sed de los seres humanos, sabe que es una sed originada más allá de las necesidades biológicas, sed de la que no solo padecen los humanos hoy por causa de los desafíos de la vida moderna, sino de la que padecían ya los humanos de la antigüedad. A los que sienten esa sed interna, él se ofrece como fuente de ese líquido vivificante que tanto necesita nuestro espíritu.

En nuestro relato se habla de agua viva. Para la imaginación hebrea agua viva designaba las aguas provenientes de manantiales o pozos surgentes a diferencia de las aguas estancadas de las cisternas en que se acumulaba agua de lluvia, amén del hecho que las primeras en algunos casos (aguas termales) tienen propiedades curativas y reconfortantes. Jesús es como una de esas fuentes de las que emana fresca y burbujeante el agua que no solo ha de reconfortar nuestro cuerpo, sino especialmente nuestro espíritu ávido y sediento.

Solo hace falta nuestra fe, nuestra confianza en él. Poniendo nuestra fe y confianza en Jesucristo, estaremos conectados a esa fuente vivificante. No quiero pecar por profano, pero nuestra fe en Jesús vendría a ser como la manguera por medio de la cual nos conectamos con la fuente de ese fluido que nos da la vida plena y verdadera. En este contexto se me ocurre aquella parábola donde Jesús nos dice que él es la cepa, la planta de uvas, y nosotros las ramas. Sólo en la medida en que las ramas estén conectadas, implantadas, en el tronco, pueden recibir la savia que las mantendrá con vida y las pondrá en condiciones de producir fruto.

Entonces el que mediante su fe está íntimamente ligado a la fuente que da la vida y recibe de ella el fluido vital puede convertirse a su vez en una fuente de la que emanan ríos de ese agua vivificante. Este elemento vivificante no es otra cosa que el Espíritu Santo que el Señor había prometido a sus discípulos y cuya venida y manifestación clásica recordamos al festejar Pentecostés, fiesta cuyo aniversario celebraremos una vez más el domingo venidero. Pero el Espíritu de Dios no está atado a una fiesta determinada y “sopla por donde él quiere” para decirlo en términos bíblicos. Ese Espíritu Santo nos viene a través del Señor y aunque no lo podamos retener y porque no lo podemos retener nos convertimos en sus transmisores. Al Espíritu vivificante de Dios no lo podemos atrapar egoístamente para nosotros. El Espíritu Santo es libre como Dios es libre. Si lo recibimos por amor y gracia de Dios no nos queda otra alternativa que brindarlo a otros y de esta manera saciar la sed de nuestros sedientos semejantes.

El amor que Dios comparte con nosotros a través de su Espíritu quiere ser transmitido, nos urge manifestarlo a nuestros prójimos. Nuestro cometido ineludible como cristianos, como quienes están conectados con el Señor, con la fuente de vida, es, pues, llevar ese fluido vivificante al mundo a su vez como fuentes de las que brotan ríos de agua viva. La sequía espiritual, la sed espiritual en el mundo es grande. Nuestra misión es regar al mundo con el Espíritu que nuestro Señor está dispuesto a brindarnos en abundancia. Si no estamos dispuestos a brindarnos a nuestros semejantes con todos los dones que nos ha otorgado el Espíritu Santo a nosotros, este Espíritu nos será quitado.

La frialdad, la esterilidad, la indiferencia de muchas comunidades cristianas tradicionales quizás tenga que ver con esto. Quizás el Espíritu de Dios no esté con nosotros porque no estamos dispuestos a retransmitirlo. El Señor entonces busca y buscará a otros mensajeros más generosos y comprometidos. Si nos hallamos como quienes estamos espiritualmente secos, muertos, recurramos al Señor que nos ofrece el agua de vida que puede saciarnos, vivificarnos y convertirnos en un manantial de vida para muchos. Amén.

Federico H. Schäfer

E.Mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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