Juan 2, 1-11

Juan 2, 1-11

Juan 2, 1-11: Las bodas de Caná
CREER EN ÉL

Creer en Jesús es entenderle

Según el Evangelio de Juan, creer en Jesús es entender
quién es en realidad. A fin de cuentas, hacerse una idea equivocada
de quién es Jesús sería lo mismo que creer en un ídolo.
Así, sabemos muy bien que para este evangelista los prodigios
(“milagros”) que hacía Jesús eran señales; al menos, él
los llama de este modo: cada prodigio que Jesús realizaba, comportaba
un significado que había que captar. Por eso, el narrador, al
final de nuestro relato, señala: “este principio de señales
hizo Jesús”. Y aquí, una señal es una acción
que está preñada de un significado que hay que captar o
entender.
Por otro lado, hay que recordar que Jesús es, para Juan, el “logos” encarnado
(cf. 1, 1ss), vocablo con es como una píldora que concentra no pocas
acepciones: la “Palabra de Dios” encarnada, o la “sabiduría (razón)” hecha
carne, o incluso la “ley (Torá) de Israel” personificada en la figura
de Jesús.

No es extraño que la iglesia antigua ubicara este relato en el
período de Epifanía, o sea, en el inmediatamente posterior
a Adviento-Navidad, tras el cual Jesús inicia su manifestación
a través de su ministerio. Aunque no debemos descuidar otra razón
más puntual: su tema principal (la conversión del agua
en vino) se vio como muy oportuna para suplantar la antigua celebración
del dios de la vid (Dioniso o Baco) que tenía lugar el 6 de enero.
De este modo, el calendario litúrgico apunta a Jesús como
el verdadero dios de la celebración y de la alegría.

Jesús el imprevisible

Pero entender a Jesús, igual que creer en él, no resulta
tan fácil. Entre otras causas, porque es alguien imprevisible.
El diálogo con su madre es una clara muestra, pues parece un diálogo
de sordos (o de besugos, en castellano más popular):

– María constata en voz alta: “no tienen vino”;
– Jesús reacciona con enojo: “¿Qué tienes conmigo, mujer?
Aún no ha
mi hora”.
– María se dirige a los sirvientes: “haced todo lo que os dijere”
– Jesús se dirige también a ellos: “llenad estas tinajas …”.

Según los Padres Griegos, que evidentemente dominan el griego
como lengua natal, Jesús reaccionó con disgusto a la observación
de su madre. Lo curiosos es que Juan nos describe a una María
que captó la disposición de Jesús a hacer algo,
aunque no supiera el qué. Yo diría que María, por
las malas formas de la contestación de Jesús, sabía
que Jesús pretendía enseñar algo a los comensales.
A fin de cuentas, en los evangelios sinópticos María aparece
recibiendo de su hijo varios desaires sin que, en principio, vinieran
a cuento (v.gr. Mt 12, 46-50 y paralelos). Es decir, María sabía
cuán imprevisible podía ser Jesús, pero que aprovechaba
estos momentos inesperados para enseñar, lo que Juan explica diciendo
que “manifestó su gloria” (v. 11).

¿Cual es, pues, el significado de la primera señal
de Jesús en Caná?

Entiendo que el narrador nos da una pista cuando explica que las tinajas
eran “para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos” (v.
6). Esta apostilla sobre las purificaciones vendría a afirmar
que con Jesús el tiempo de tales ritos habría ya pasado;
con él había llegado el tiempo de celebración. Dicho
de otro modo, es como si se declarara que no es tiempo de estarse ocupando
en uno mismo asegurándose de la propia pureza, sino que lo importante
ahora era celebrar con los demás.

A fin de cuentas, la celebración también es redentora,
porque el banquete sacrificial era parte integral del sacrificio. El
mejor exponente de ello es el propio cordero pascual, que es comido por
toda la familia. Y en esta misma celebración, el vino ocupa un
lugar importante, hasta el punto de que el cristianismo ha hecho de él
su celebración más significativa. En otras palabras, se
diría que Juan, el evangelista, debía tener esto mente,
ya que pone en boca del bautista la siguiente declaración sobre
Jesús: “he aquí el cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo” (1, 29), tras lo cual se suceden toda una serie de manifestaciones
sobre el carácter mesiánico de Jesús (el Espíritu
Santo sobre él, el Cristo, el Hijo de Dios, el rey de Israel).
Y recordemos que el Mesías debía asumir sobre sí la
salvación de Israel, y por tanto personificaría a las principales
instituciones de Israel (rey, sacerdote y rabí).

Así pues, parece que la narración de las bodas de Caná nos
hablan de un Jesús que es a la vez la víctima del sacrificio
y la parte fundamental de la celebración. Es más, ambas
son parte fundamental para la salvación. De hecho, es interesante
que el resultado de este episodio fuera que los discípulos creyeran
en él (v. 11). En efecto, dicho resultado es notorio porque estamos
en un contexto muy secular, o sea, de celebración secular, ya
que las bodas no tenían en Judá un carácter propiamente
religioso, y menos aún los banquetes nupciales. Y la acción
de Jesús no tenía en sí misma nada que, en principio,
llevara a la salvación de Israel o de alguna persona, o a la curación
de alguien. Sencillamente, aportó el vino para la fiesta. Más
de un piadoso lector podría incluso preguntarse, ¿acaso
no pensó en las consecuencias de convertir 600 litros de agua
en vino? ¿Es que no podrían producirse excesos? ¿Por
qué no aprovechar para realizar una señal más importante
para la fe? ¿No es éste un milagro algo banal? De hecho,
hasta se podría ver negativamente el hecho de que sólo
sus discípulos creyeran al final.

Estas preguntas sirven para realzar el significado de la señal
de Jesús: la simple celebración se justifica por sí sola,
y es parte de lo que lleva a salvación. Los discípulos
lo atestiguan con su fe tras el episodio. “Reír con los que ríen” es
redentor, y el creyente debe, muchas veces, hacer un esfuerzo por no
sentirse mal cuando celebra con otros. De hecho, hasta Jesús parece
que intervino sólo porque se sintió presionado por su madre.
Es decir, podríamos incluso hablar de una señal a regañadientes.
Pero al final la hizo, y el evangelista llega a considerarla una gran
señal para la fe. Y en esto, sin duda, coincide con lo que sabemos
de Jesús por los evangelios sinópticos: que disfrutaba
comiendo y bebiendo con publicanos y pecadores (v.gr. Mt 11, 19). Y no
sólo disfrutaba, sino que ese goce por la vida acompañando
a las personas, encontró su verdadero ministerio redentor.

Conclusiones

La fe no es sólo un camino de sacrificio, si por sacrificio entendemos
sólo el sufrimiento. La fe también debe conllevar la alegría
de vivir, y de vivir en fiesta con amigos y parientes. Y ambas realidades,
sufrimiento y celebración, son parte, o pueden serlo, de un mismo
proceso de redención.
Por tanto, como creyentes debemos “ocuparnos en nuestra salvación” (Flp
2, 12), pero no podemos obsesionarnos con ella dedicándonos a santificarnos
y purificarnos tanto que lleguemos a apartarnos de los demás, y sobre
todo de sus celebraciones porque podrían contaminarnos.
Todo lo contrario, como los discípulos de Jesús, hemos de orar
para descubrir las señales del Cristo en todo aquello que a veces nos
parece lo más alejado de él. Amén.

Pedro Zamora, prof. de SEUT, Madrid
pedro.zamora@centroseut.org

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