Juan 20:24-29

Juan 20:24-29

Gracia y paz sean a todos en el nombre del Señor Jesucristo.

Tras el glorioso evento de la resurrección nos encontramos en esta ocasión con la ‘vuelta a la normalidad’ de los primeros discípulos de Jesús. Sí, el Jesús que conocían como maestro y revelador fue crucificado, pero asimismo resucitó. Delante de sus ojos, ante su más que desconfiada mirada. Es por ello que el Señor resucitado ha de convencer a más de uno de que su vuelta a la vida es más real que nunca (Jn 20:24-29).

Sin embargo, a pesar de todo eso, lo cierto es que la vida sigue. Jesús ha resucitado, cierto, pero nosotros hemos de seguir con nuestra vida. Aún necesitamos comer, y para ello hay que trabajar, trabajar duramente, ocuparse en lo que uno conoce. ¿Qué hemos de hacer acaso, subir a las montañas y esperar una revelación superior? Sí, Jesús ha resucitado, pero ¿qué ha cambiado?

Jesús se había revelado ya dos veces a sus discípulos tras su resurrección. En la primera, en la noche del domingo, se les había revelado como Señor resucitado que aún llevaba las marcas de su sufrimiento. No sólo eso, sino que además les envía al mundo de la misma manera que el Padre le había enviado a él, con manos y brazos abiertos, y con las marcas de sufrimiento. ¡No se trata de una invitación agradable, cómoda! Sin embargo, no les deja ahí, sino que les promete la guía y poder del Espíritu santo (20, 22).

En su segunda aparición ha de convencer a los que dudan de que es él mismo. Llama la atención de que no lo haga por medio de otros rasgos, sino por las heridas que lleva en su mismo cuerpo. Ciertamente observamos que el tema del sufrimiento está en este evangelio muy enlazado con lo que es la misión de Jesús y la iglesia. No se trata, acostumbrados a pensar en la resurrección como una victoria triunfal, a la manera de un desfile por las calles donde se ovaciona al vencedor, de una imagen alentadora, pues de nuevo se habla del precio que tuvo que pagar el resucitado, el cual no se olvida. Ha habido victoria, sí, pero no ha sido gratuita. Pero ¿qué tiene eso que ver con nosotros?

Nuestros discípulos creen, han estado de nuevo con Jesús, pero la necesidad de supervivencia, de seguir con lo cotidiano, parece que puede más que la novedad que se presenta delante de sus ojos. Parece que, ante una espera infructuosa, Pedro se decide a seguir con su antiguo estilo de vida: ‘Voy a pescar’ (21, 3). Los demás discípulos no parecen encontrar mejor alternativa a ese llamado. Sin embargo, algo inesperado les está preparado.

Ya no puede haber fruto como antes (21, 3), pues la resurrección marca un nuevo estilo de vida. Las cosas han cambiado, el Señor es ahora quien guía su pesca (21, 6), es Él quien se hace ahora capitán de su barco, sí, incluso de su modo de vida, pues para eso también ha resucitado.

¿Cómo vivimos día a día la verdad de la resurrección? ¿Pensamos que se trata sólo de un glorioso anticipo de lo que será nuestra futura vida o creemos que tiene algo que decirnos en el aquí y el ahora?

El Señor sufriente y resucitado les congrega ahora a compartir del fruto, la comunidad está ahora preparada para ser enviada, pues lo hace bajo la base de su común-unión, al participar del pan y del pescado.

Que la vívida escena que presentamos en este domingo sólo de forma escueta nos sirva como reclamo para anunciar y sobretodo vivir la realidad diaria de la resurrección. Gracias a Dios que las cosas ya no son como antes, entre nosotros está el Señor resucitado. Aleluya, Amén.

Sergio Rosell, El Escorial, España
sergio.rosell@centroseut.org

 

en_GBEnglish (UK)