Mateo 21, 33 – 43

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Mateo 21, 33 – 43

Sermón para el 20º domingo después de Pentecostés | 15.10.23 | Mateo 21, 33 – 43 (Leccionario Ecuménico, Ciclo “A”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Una parábola es un relato sencillo inventado por Jesús en base a elementos de la vida cotidiana para explicar a sus oyentes una verdad significativa acerca de la vida del ser humano frente a Dios y/o su prójimo o la sociedad. ¿Qué quiere transmitirnos esta parábola? A primera vista parecería tratarse de un tema actual, incluso muy actual para algunas regiones de nuestras iglesias: el problema de la tenencia de la tierra y el usufructo de su producto. Nos acordamos de frases como “la tierra debe ser del que la trabaja”; los trabajadores no estarían haciendo otra cosa que reivindicando sus derechos. Pero Jesús no dice nada al respecto. Para algunos intérpretes se trataría de una parábola difícil de entender y artificial por la improbable de su argumento. Creo que no es así. La ausencia de los dueños de las tierras es, al menos en nuestros países, hasta el día de hoy muy común todavía. No necesitamos mucha fantasía para imaginarnos que los dueños de las chacras de la provincia de Galilea disfrutaban de la vida en Tiro o Sidón y los dueños de las chacras de la provincia de Judea en Jerusalén, En los tiempos turbulentos en los que vivió Jesús, bien pueden haberse producido rebeliones en las chacras, especialmente contra Señores muy exigentes. Pero nuestro relato no quiere animarnos ni desanimarnos frente al problema de la reforma agraria.

Como todo relato bíblico, también las parábolas han sufrido un proceso de reinterpretación y reelaboración hasta obtener la forma escrita que hoy conocemos. Tenemos textos paralelos en el Evangelio de Marcos, cap.12, vers. 1 a 12 y en el Evangelio de Lucas en el cap. 20, vers. 9 a19 y una historia semejante en el libro de Isaías, cap. 5, vers. 1 a 7. La parábola que hoy analizamos más que una parábola es hoy una alegoría de la historia de la salvación de los seres humanos. Veamos algunos hitos de esta historia: Dios crea el mundo, es decir, prepara un viñedo; este viñedo (la tierra prometida) se lo otorga a su pueblo escogido. Dios se ausenta, es decir, los humanos tienen cierta libertad de acción para administrar la creación, para obrar de manera responsable. En la esperanza de recoger buenos frutos, el arriendo que le corresponde, el dueño del viñedo, Dios, envía a sus servidores. El primer grupo representa a los profetas mayores; el segundo grupo, más numeroso, a los profetas menores. Estos son maltratados y desoídos como lo fueron, en general, los profetas. Finalmente, el señor manda a su hijo, es decir, Dios envía a Jesucristo.  Los arrendatarios matan al hijo del patrón a los efectos de apropiarse del viñedo, es decir: Jesucristo es crucificado. Luego viene el juicio, es decir, la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era. Finalmente, el viñedo es dado a otros arrendatarios, es decir, la iglesia cristiana (primitiva, en formación). Aunque no apoyamos el sistema latifundiario, sí nos recostamos hoy en su figura, pues aún existe, pero solo a los efectos de la exposición de la alegoría que estamos tratando de interpretar

Suponiendo que los nuevos arrendatarios de la viña del Señor somos nosotros los cristianos, acaso los cristianos del mundo “occidental y cristiano”: ¿Será que el Señor podría hoy por hoy recoger los frutos, que le corresponden y que él espera, sin mayores dificultades? Los frutos, el producido de la viña, de un árbol frutal, etc., son las señas, las manifestaciones prácticas de una vida basada en la fe en Dios, de una vida fundada en una buena relación con Dios, es la manera de actuar diariamente. Los buenos frutos surgen de un obrar guiado por el amor y la justicia. ¿Qué les parece a ustedes? ¿Qué abunda entre nosotros? ¿La justicia o los intereses creados y el soborno? ¿La generosidad o el egoísmo? ¿La esperanza de reconciliación o el separatismo, individualismo, racismo, sectarismo, clasismo? ¿Más confianza en Dios o más confianza en nosotros mismos, nuestras propias obras, nuestro rendimiento, nuestro merecimiento, nuestros descubrimientos científicos y progresos tecnológicos? ¿Qué hemos hecho del mundo, de la viña del Señor? Pensemos solo en los estragos de las guerras, la polución ambiental por desperdicios fabriles o domiciliarios, la extinción de especies animales, la explotación desmesurada de bosques, de minerales no renovables, etc. ¿Estamos dispuestos a darle a Dios lo que a él le corresponde? ¿Estamos en condiciones de rendir cuentas ante él?

No estaremos dando a Dios lo que es de Dios, mientras no demos al prójimo lo que le corresponde y pretendamos todo para nosotros. No estaremos dando a Dios lo que le corresponde. Mientras gastemos nuestras energías en cumplir sacrificadamente, pero apenas formalmente, una moral presuntamente cristiana que produce obras vanas y no la justicia que espera Dios. No estaremos dando a Dios lo que le corresponde, mientras tachamos de personas no gratas a quienes se esfuerzan honestamente por los intereses de los pobres, por el cuidado y la protección de la naturaleza, contra descabellados proyectos humanos, por la reivindicación de la dignidad de las personas discriminadas. Pienso en este contexto en muchos servidores del Señor en estos últimos tiempos y durante toda la historia de la iglesia.

En caso de que no estemos en condiciones de entregarle al Señor frutos de amor y de justicia: ¿Qué hará el Señor? Del juicio de Dios me parece que no podemos escapar. El juicio de Dios está ocurriendo a diario. Solamente necesitamos prender la televisión o abrir nuestro teléfono móvil para enterarnos de las angustias que pasan los pueblos más diferentes, los actos de terror que se suceden cada vez más descaradamente, de las guerras, los accidentes de tránsito, las catástrofes de la más diversa índole Todo esto no ocurre solamente por la arbitrariedad divina, sino es acarreado por la irresponsabilidad y soberbia humanas, por los deseos inagotables de poder y riquezas. ¡Sí, estamos en deuda para con Dios! Tenemos una deuda con Dios impagable.

¡A quién dará Dios ahora su viñedo, si los cristianos de occidente lo hemos defraudado? Paréceme que hay indicios de reavivamiento y de mayor responsabilidad en las iglesias de África y Asia, donde los cristianos no son mayoría y no son iglesias apoyadas efectiva o tácitamente por los respectivos gobiernos. Digo esto por lo que he visto con mis propios ojos a propósito de un viaje a la India que hice hace años atrás y de lo que destilo de las informaciones ecuménicas. Quizás sea muy aventurado lanzar juicios al respecto. Pero en este desarrollo histórico hay una llamada de atención a la responsabilidad ante Dios que tenemos como viñateros de su viña.

¿Qué hay, pues, de nuestra salvación y de la salvación del pueblo judío? Ambos, judíos como cristianos somos viñateros que hemos defraudado a Dios, dueño del viñedo. Menciono en este contexto al pueblo judío, pues el apóstol Pablo acota en su Carta a los Romanos, qué porque Dios haya endurecido los corazones judíos, por ello los cristianos no tenemos derecho de jactarnos. Dios también puede reivindicar al pueblo judío por su gracia y aunque no lo merezca, ya que en rigor de verdad ningún ser humano merece algo de parte de Dios. Todos somos pecadores y si somos rescatados, lo seremos por gracia del Señor.

Dios por descontado salvará del juicio a quien él quiere. Pero los frutos que le entreguemos juegan un papel importante en la selección que él hará. ¿Pero qué nos queda por hacer, si somos conscientes de nuestra falta de frutos, frutos de fe, de confianza, de responsabilidad, de justicia, de servicio al prójimo y a la comunidad? Lo único que nos resta hacer en semejante situación desesperante, frente a la inminencia del juicio divino, es prendernos de Jesucristo, del hijo del dueño de l viñedo. Él no ha quedado encerrado en la tumba fuera de los muros del viñedo: ¡Él resucitó! Y aunque recaigamos en el viejo pecado de matar a los “empleados” de Dios y negarles la entrega del arrendamiento que a él le corresponde; a pesar de estar “torturando” a Cristo cada vez que no servimos a uno de sus “más pequeños hermanos” —quizás nos acordemos de lo que él dijo acerca del servicio a los más pobres y desgraciados— no lo podemos “liquidar” como ocurre en la alegoría. No, no nos lo podemos sacar de encima, no nos podemos sacar de encima al patrón, al dueño de la viña, de este mundo…. ¡Pues él es Dios! Dios viviente, eterno y poderoso.

No podemos adueñarnos de la propiedad del Señor arrebatándosela, sino solamente podemos heredarla. Heredarán la tierra los que se vuelven al Señor y aceptan ser llamados sus hermanos. Aún hoy el Señor nos da la posibilidad de comenzar una vida nueva en buena relación con él, en buena “relación de servicio” con el dueño de la tierra. Él está dispuesto a perdonarnos, aunque no lo merezcamos. Él está dispuesto a reconciliarse con los arrendatarios revoltosos. Por ello ha enviado a tantos para intentar una buena relación con los viñateros y por ello envió finalmente a su Hijo. Todavía estamos a tiempo de volvernos a él y servirle con fidelidad. Aprovechemos esta oportunidad antes de que sea demasiado tarde. Él hoy nos invita a irle al encuentro, incluso a compartir su mesa. Estando en comunión con Dios, nuestro estilo de vida cambiará y estaremos en condiciones de producir buenos frutos en cantidad y ofrecerlos a él poniéndolos a disposición de nuestros semejantes. Dios nos ayude a realizar esta conversión en nosotros y que no reaccionemos a esta parábola con enojo como los principales judíos al descubrir que el Señor se refería a ellos. Amén.

Federico H. Schäfer

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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