Mateo 5, 1 – 10

Mateo 5, 1 – 10

Sermón para 3º domingo de Adviento | 10.12.23 (Culto con bautismo) | Texto: Ev, según Mateo 5, 1 – 10 | Federico H. Schäfer |

(Fuera de Leccionario, texto elegido por los padres de los bautizandos)

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Estamos en plena época de Adviento. Parece mentira que ya estemos comenzando la tercera semana de Adviento. En el ajetreo del último mes del año calendario parece que el tiempo pasara con más rapidez aún. Adviento viene del verbo “venir”, es decir: “venida hacia aquí”.

Durante el adviento se prepara y celebra la venida de una persona (importante): de un/a novio/a, de un/a rey/reina, de un/a emperador/a. En nuestro caso la venida del Mesías, del Cristo, del enviado de Dios. Nos preparamos todos: aquellos que aún no recibieron al Señor, como aquellos que pretenden haberlo recibido ya.

Cuando estamos por recibir una visita importante en nuestra casa, limpiamos todo, arreglamos el jardín, preparamos comidas, eventualmente debemos conseguir una cama, un colchón para el huésped, etc. Cuando el municipio local está por recibir al/la gobernador/a, al/la presidente de la nación, etc., se arreglan las calles, se ponen en condiciones las luminarias, se colocan guirnaldas, carteles de bienvenida, se preparan eventos públicos. Así también nos preparamos para recibir al Señor, nos preparamos para la Navidad. Efecti-vamente, en muchas familias es tradición entonces, realizar una limpieza a fondo de la vivienda, incluso pintar alguna de sus habitaciones, preparar comidas, especialmente dulces, se colocan adornos alusivos, etc. Lastimosamente, muchas veces esta preparación se queda apenas en lo externo y material.

Para recibir dignamente a nuestro Señor, la limpieza debería comenzar por la limpieza de nuestros corazones y mentes. También los que pretendemos haber recibido ya a Jesucristo, deberíamos tomar en serio este tiempo de preparación, pues es nuestra esperanza que nuestro Señor venga nuevamente a visitar su creación, para darle la terminación y acabado final a su reino, ponerlo en plena vigencia. En este sentido, toda nuestra vida vivida en esa esperanza es un tiempo de preparación: En primer lugar, porque no sabemos cuándo el Señor vendrá a

visitarnos nuevamente, pero podría ser mañana. En segundo lugar, porque siempre recaemos en errores y fallas expulsándolo de nuestros corazones. Y en tercer lugar, porque en cualquier momento también puede terminar nuestro peregrinar por este planeta y ya no podremos arreglar más nada.

Pero la estación de Adviento no es solo un tiempo de reflexión seria en la que nos ponemos en claro con aquellos con los que estamos peleados o nos ponemos en claro con nosotros mismos. Es una época de arrepentimiento por las veces que hemos fallado a nuestro Dios. Por otro lado, es una época de alegría, pues con la venida de nuestro Señor, se inaugura una nueva era para nuestras vidas. En ese niño nacido en un pesebre en Belén de Judea, es Dios mismo que viene hacia nosotros. Es Dios que viene a re-unirse, a re-ligarse con nosotros, que viene con la disposición de perdonarnos donde hemos faltado. Es él el que nos da la oportunidad de arrepentirnos y comenzar una vida nueva, de reflexionar sobre nuestros errores y culpas y corregir el rumbo de nuestras vidas.

Hoy celebramos el bautismo de cuatro niños/as. Esto también es un motivo de alegría. El Bautismo es algo así como la Navidad. Es el acto por medio del cual celebramos nuestro nuevo nacimiento; hacemos testimonio público de nuestro re-nacimiento en el Espíritu; celebramos el re-inicio de nuestra vida. Luego de haber reconocido la necesidad que tenemos de estar junto a Dios y no en oposición a él, lo recibimos en nuestro corazón, así como él nos perdona nuestro pasado y nos recibe en su familia. Es la fiesta en la que celebramos nuestro reencuentro, nuestra comunión con Dios.

Los/as niños/as pequeños/as quizás no estén en condiciones de seguir este procedimiento de reflexión, arrepentimiento, confesión pública de su fe y expresión de alegría por ser perdonados, aliviados de sus cargas por Jesús. Pero en lugar de ellos son los padres y padrinos elegidos los que asumen este itinerario y prometen introducirlos en esta fe a medida que van creciendo en entendimiento, hasta que, habiendo adquirido un mínimo de madurez y la correspondiente instrucción, puedan ellos mismos confirmar (o rechazar) este pacto que han hecho sus progenitores con Dios.

En este sentido, los padres de ….. (Romina, Luciano, Érica y Rocío) han elegido como lema para la vida de sus hijo/as las Bienaventuranzas, que hace unos minutos hemos escuchado del Evangelio según San Mateo. Estas palabras de Jesús nos dan la clara pauta de la intención que Dios tiene para con nosotros, del regalo que está dispuesto a hacernos para que podamos vivir una vida nueva en fe, amor y esperanza. Dichosos, felices, bienaventurados somos al emprender una vida junto a él, en comunión con él.

Pero no nos confundamos. No es una vida para descansar sobre un lecho de rosas, la que nos promete. El reino de Dios, el gobierno de Dios —en plena justicia y amor para todos—, si bien se ha inaugurado con la venida de su enviado, de su hijo, allá en Belén de Judea hace ya más de dos mil años atrás, aún no está terminado. Hay mucho por hacer todavía. Pero los que seguimos a Jesucristo —a pesar de las penurias, problemas, enfermedades, opresiones y sacrificios que nos impone este mundo— podemos experimentar la dicha de no estar condenados a permanecer encadenados a esta tierra y a morir con ella.

Veamos pues las Bienaventuranzas dedicadas a los bautizandos (y a todos nosotros):

“Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual, pues el Reino de los Cielos les pertenece a ellos”. En otras versiones bíblicas en vez de “necesidad espiritual” se habla de “pobreza espiritual”. Esos somos todos, pues frente a Dios y con la mano puesta sobre el corazón, ¿quién puede aducir algo? Pero si reconocemos esto, que dependemos de él, que no podemos hacer nada sin él y abandonamos nuestra soberbia, pues, seremos dichosos. Y, por cierto, cuán dichoso sería el mundo entero, si muchos reconocieran esta realidad y pusieran su confianza en Dios y no tanto en sí mismos y los bienes de este mudo.

“Dichosos los que están tristes, pues Dios les dará consuelo”. No es que Dios quiera hacer de la tristeza una virtud. Estar tristes, simular tristeza, aplicar autoflagelación, ser maso-quistas, no son méritos ante Dios. Pero que muchos están verdaderamente tristes y sufren, ¿quién lo puede negar? Ya sea por la muerte de un ser querido, por el abandono de su novio/a, por un divorcio, porque lo han desilusionado sus amigos o colegas, porque no consiguen alimentar debidamente a su familia. Dios les promete consolarlos. El consuelo, tal vez, no vendrá como lo esperamos, pero vendrá, pues Dios quiere nuestro bienestar (shalom). El nos mandará amigos, vecinos, parientes que nos quieren bien para acompañarnos en su nombre a superar nuestras penurias.

“Dichosos los que tienen hambre y sed de vivir rectamente, pues Dios les ayudará a hacerlo”.

En otras versiones bíblicas en vez de “hambre y sed de vivir rectamente”, se traduce “hambre y sed de justicia”. Estamos siempre reclamando justicia. Muchas veces nos sentimos injus-tamente tratados, ya sea por salarios muy bajos, herencias mal partidas, estafas, impuestos excesivamente altos, pleitos injustamente definidos, etc. Pero en este texto no se habla solamente de la denuncia de injusticia o el reclamo de justicia, sino de aquellos que quieren ellos mismos ser justos. Dichosos los que quieren empezar con la justicia por casa, en su entorno. Sí, a ellos Dios les ayudará a realizarlo.

“Dichosos los que tienen compasión de otros, pues Dios tendrá compasión de ellos”. ¿Cuántos son solidarios con otros, sensibles para con sus necesidades no satisfechas; hacen favores sin preguntar el costo, el tiempo, la dedicación que ello demanda, en silencio, sin figurar ni reclamar reconocimiento? Para realizar esto no es necesario aprobar un curso de diaconía. Se puede practicar con la ayuda de Dios desde casa, abriendo nuestros corazones hacia quienes nos rodean, dando buen ejemplo a nuestros/as hijos/as, en el cuidado de los abuelos, en el apoyo a un vecino enfermo, en la ayuda a un discapacitado, en el aconsejamiento de un desorientado. Las oportunidades de tener compasión con otros son infinitas.

Sí, dichosos los que puedan encarar una vida nueva realizando todas estas cosas con el acompañamiento del Señor. Solos no lo podremos realizar, lo sabemos. Él mismo nos lo dice:

“El que sigue unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues no pueden ustedes hacer nada sin mí” (Juan 15, 5). ¡Pero con la ayuda del Señor, sí lo podremos hacer! Este tiempo de Adviento es propicio para ejercitar estas intenciones. ¡Hagámoslo! A su momento hemos sido bautizados en su nombre como los/as niños/as hoy y decimos ser sus seguidores. Pongámonos, pues, en marcha y demostremos que verdaderamente lo somos. Así podremos recibir en esta Navidad al Señor Jesús dignamente en nuestros corazones y también en nuestro entorno real, en nuestras familias, nuestra vecindad, nuestro ámbito laboral. Así podremos recibir al Señor dignamente cuando él venga nuevamente a este mundo. El vendrá cuando menos lo imaginamos, pero nos encontrará trabajando en favor del cumplimiento de su Reino como sus servidores fieles (Lucas 12, 35-40). Entonces podremos celebrar el reencuentro con él para siempre. Amén.

Federico H. Schäfer,

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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