Romanos 12, 6 – 16

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Romanos 12, 6 – 16

Sermón para 2º domingo después de Epifanía | 14.01.23 | Texto: Romanos 12, 6 – 16 (Leccionario EKD, Serie II) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Las palabras que acabamos de escuchar y que el apóstol Pablo dirige a la congregación de Roma, se refieren a la conducta que el cristiano debe ejercer en la realización de su vida cotidiana. La vida del creyente nunca se desarrolla en aislamiento, sino siempre en relación con otros varones y mujeres dentro de una sociedad, en una comunidad. En realidad, no existe el cristiano auténtico sino en relación comunitaria, participa, forma parte de la “comunión de los santos”, como lo confesamos en nuestro Credo. Si leemos el contexto del párrafo bíblico que recién leímos, nos daremos cuenta que efectivamente Pablo tiene en mente a una comunidad, a la comunidad como un cuerpo que consiste de muchos miembros y en el cual cada miembro cumple una función específica.

Todos los miembros del cuerpo de Cristo hemos recibido por la gracia de Dios ciertos dones y habilidades. Estos dones no son todos iguales, cada uno tiene un don especial corres-pondiente a una función dentro de la comunidad. Una comunidad solo puede subsistir armónicamente, si cada uno realiza su función y usa su habilidad con diligencia y responsabilidad. Sería inútil y contraproducente, si el que tiene el don para enseñar se pusiera a realizar tareas administrativas. Cada miembro de una comunidad deberá, pues, realizar su vocación lo mejor que pueda, consciente de sus habilidades, pero también de sus limitaciones, teniendo en cuenta siempre el conjunto de la comunidad. El que tiene el don para el servicio, que lo realice de buena voluntad y con alegría; el que tiene don para dirigir, que lo haga sin aprovecharse de su posición para ejercer presión y abusar de su autoridad.

Esto es a grandes rasgos la teoría de nuestro asunto. La práctica generalmente es más difícil y complicada con dificultades diversas. Pablo no desarrolla este capítulo sobre los deberes cristianos como un tratado de ética, sino como una carta pastoral, en la cual exhorta y aconseja a una comunidad cristiana determinada. Sin duda, subyacen a la misma algunos conocimientos sobre la situación concreta de ella. En cambio, yo no conozco a quienes estoy dirigiendo esta predicación hoy. Por ello mi aconsejamiento se moverá en un plano un tanto general. Sin embargo, espero que cada uno sepa sacar las conclusiones pertinentes a su situación.

La congregación cristiana de Roma, una comunidad enquistadas en medio de una ciudad, capital de un imperio, en medio del mundo, en la que mal o bien convivían hombres y mujeres de otras religiones, religiones de misterios, judíos, gente que adoraba al emperador, que seguía filosofías diversas, etc. Con todo, Pablo no indica a los cristianos de Roma —aun cuando seguramente estuvieran bastante aislados de los demás habitantes— ciertos deberes válidos tan sólo dentro de su pequeña comunidad. Más bien se trata de indicaciones que valen para la vida integral del cristiano, tanto dentro de su comunidad de hermanos en la fe, como así también para con todos los demás habitantes de una comunidad mayor, la ciudad, el imperio. La congregación cristiana siempre debe estar abierta hacia las demás personas, debe estar abierta hacia el mundo.

Por tanto, la pregunta a nosotros es cómo nos comportamos con nuestros semejantes con los que nos cruzamos o convivimos en nuestro diariovivir, en el trabajo, en la feria, en el tránsito, en la fila para realizar un trámite, en aquella comunidad más grande en la que estamos colocados: en el municipio, la provincia, la nación. Cuando salimos de este edificio, nos toparemos con personas que muy posiblemente también sean cristianas, hermanas y hermanos de la Iglesia Católico-Romana. ¿Los amamos también a ellos? ¿Somos amables con ellos, les servimos, así como a nuestros hermanos y hermanas protestantes? Nuestra responsabilidad cristiana no termina cuando franqueamos la puerta del templo, no se limita solamente a nuestra congregación. Pablo nos exhorta hasta de bendecir a los que nos persiguen, que no es otra cosa que un parangón de las palabras de Jesús en el sentido de que amemos a nuestros enemigos.

Si por acaso alguien es ejecutivo en alguna empresa, tenga la seguridad que por lo menos el 50% de sus subalternos también son cristianos, sea de la denominación que fueren; y si el restante 50% del personal no lo es, merecerá el mismo buen trato y consideración que los hermanos o hermanas cristianas/os. También la empresa es una comunidad, una comunidad de trabajo. En ella habrá cristianos y no cristianos trabajando lado a lado, pero para los cristianos deberán valer allí los mismos principios que confiesa y aplica en la comunidad cúltica del domingo. Demasiado a menudo nos olvidamos, en cuanto entramos a nuestro lugar de trabajo, que somos discípulos del Señor.

Lo que acabo de decir del ejecutivo, también vale para el operario, para aquel cuya función y vocación es el servicio, o para el maestro, cuya función en la sociedad es la de enseñar. También en la calle, en la fábrica, en la escuela somos cristianos y miembros de una comunidad. ¡Actuemos, pues, como tales! Solo así podremos dar testimonio de Jesucristo en el mundo. Sólo así podremos construir y mejorar la comunidad que formamos con nuestros conciudadanos en todo el país.

Eh aquí una anécdota de cómo no debería ser nuestra conducta: Hace un par de semanas, viajando en un tren suburbano de la ciudad de Buenos Aires muy tarde de noche y ya a pocos minutos de llegar al fin del recorrido, pasa el guarda por el pasillo del vagón y entre los poquísimos pasajeros encontró a un amigo que casualmente estaba sentado en un asiento atrás mío y se puso a conversar con él. El amigo le preguntó, qué es lo que él hacía a tan altas horas. El guarda resignado le contestó que su servicio en realidad habría terminado a las 22,20 horas, pero como no estuvo el relevo, hubo de continuar en servicio. Y qué si ahora en la terminal no estaba el relevo, debería acompañar el tren nuevamente al centro de la ciudad, y que como consecuencia de ello llegaría a su casa recién a las 3 de la madrugada. El amigo le responde: “Pero como son las cosas, estos ferrocarriles!” –y continuó–  “¿El 25 cómo te fue? Me imagino que tuviste libre”. El guarda: “Sí, sí, claro que sí”. El amigo le pregunta: “¿Y para Año Nuevo también tendrás franco?” El guarda: “Y… no sé; voy a pedir licencia. Ahora claro, para Año Nuevo todos piden licencia”. Como el guarda suponía que no le darían licencia en vistas de haber tenido libre el día de Navidad, agregó: “¡Sí no me dan licencia, ese día se enfermará mi esposa, o mi abuela o yo mismo, pero a trabajar no iré!”

La quintaesencia de esta anécdota: “Si son desconsiderados conmigo, yo seré desconsiderado con los otros también”. El apóstol Pablo, sin embargo, dice claramente en nuestro texto: “No paguen a nadie mal por mal, procuren más bien lo bueno delante de todos los hombres”. No sé si ese guarda era cristiano. Pero de haberlo sido, su actitud tan sólo fue un ejemplo de cómo no se debe actuar, como se es irresponsable. Menciono este ejemplo, pues los ferrocarriles son una gran empresa en la que trabajan miles de personas, que forman una gran comunidad que se extiende por todo el país y que se congrega a través de sus gremios. Como en toda empresa cada empleado tiene su función especial: uno es guarda, el otro maquinista, un tercero es señalero o inspector de vías. Tan solo si cada uno realiza conscientemente y con responsabilidad su función, el servicio que presta la empresa puede funcionar adecua-damente.

No es este el lugar para resolver los problemas ferroviarios. Solamente quiero repetir que como creyentes debemos realizar nuestra vocación de acuerdo a los principios de nuestra fe con diligencia y solicitud aún fuera de las cuatro paredes de este templo para así dar testimonio de Cristo en el mundo, en esa comunidad mayor que es, por ejemplo, nuestro país. Muchos me dirán ahora, que se sienten solos en una gran compañía de personas que no parecen ser ni actuar en lo más mínimo como cristianos, que se sienten sin fuerzas para afrontar ciertas dificultades, como, por ejemplo, cuando las reglamentaciones del trabajo se oponen, por lo visto, a los principios de nuestra fe., etc. etc.

Efectivamente, todo esto puede ocurrir y podríamos citar muchos ejemplos más, pero en realidad, es el amor en todas sus acepciones el que nos ayuda a superar todas estas dificultades. Es el amor el que nos une en una comunidad, quebrando las cáscaras en que nos solemos encerrar. Es el amor que nos ayuda a superar la soledad y el aislamiento y nos lleva a comunicarnos con el otro que está al lado nuestro, y que nos impulsa a servir y actuar con responsabilidad para con la comunidad. Aquí, clatro está, surge la pregunta: ¿Dónde obtenemos ese amor que necesitamos, pero no tenemos? Evidentemente no se compra con dinero.

El amor es un don que obtenemos por la gracia de Dios gratuitamente a través de Jesucristo.

Porque Dios ama a los humanos, envió a su hijo Jesucristo para rescatarnos. Porque Jesucristo nos amó primero a nosotros, nosotros lo podemos amar a él y amarnos los unos a los otros con amor fraternal. Hoy Jesucristo está entre nosotros con su Palabra, con su Evangelio, y que ahora estamos anunciando y escuchando. Esta buena noticia nos congrega y produce en nosotros la fe, que enciende entre nosotros a su vez el amor que tanto necesitamos. El amor, para no convertirse en egoísmo o necio amor propio debe expresarse, desenvolverse entre dos o más personas; y esto solo puede darse en la comunidad. El amor solo se da en la comunidad y la comunidad solo se da por el amor. Origen y fuete de ese amor, empero, es Jesucristo, que es la cabeza de nuestra comunidad.

Para repetirlo con la figura que aplica el apóstol Pablo: somos un cuerpo con Cristo, o mejor, somos el cuerpo de Cristo. Él es la cabeza y nosotros los miembros restantes. Cada uno es a su vez miembro que pertenece al otro con una función especial, a través de la cual servimos al otro y al cuerpo todo. En este cuerpo fuimos incorporados por la fe en Jesucristo a través del bautismo. Es precisamente en este cuerpo de Cristo, una de cuyas manifestaciones es nuestra congregación local, donde recibimos, ejercitamos y nos cargamos con el amor y las fuerzas necesarias para salir afuera al mundo a dar testimonio de él, sirviendo a nuestro prójimo por amor, ya sea hermano en la fe o no.

La mejor manera de cumplir este servicio es cumplir correcta, responsable y alegremente nuestra vocación, nuestra función que tenemos dentro de nuestra sociedad. Encarado así, nuestro trabajo nos resultará más liviano, más humano, incluso, si a causa de ciertas circunstancias, estuviera por debajo de nuestra capacidad o fuera mal pago. Solo si actuamos de esta manera podremos tener la esperanza de constituir una verdadera comunidad secular con los demás hombres y mujeres con los que convivimos en nuestro municipio, en nuestro país. Solo así y siempre con la fe puesta en nuestro Señor podremos transformar nuestra comunidad religiosa en una comunidad misionera y abierta al mundo y estaremos cumpliendo la voluntad de nuestro Señor Dios y Salvador. Amén.

Federico H. Schäfer

E-mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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