San Juan 13:34-35

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San Juan 13:34-35

¡Gracia y paz de parte de nuestro Señor Jesucristo, el que era, es y será siempre!

Vivimos en tiempos en que se resalta en la sociedad en general más lo individual, lo competitivo, lo hegemónico, el “sálvese quien pueda”. Pero lamentablemente en las comunidades cristianas también tienen vigencia las luchas por defender las propias identidades como verdaderas intérpretes del Evangelio; por demostrar quién aplica mejor los postulados del “marketing” en las propuestas misioneras, etc. Pareciera que estas fuerzas son muchas veces más fuertes que la necesidad del testimonio de unidad; donde por ejemplo lo comunitario, lo complementario, la ayuda mutua, la búsqueda de la verdad y la justicia, no sean pasibles de sospecha ideológica y de motivo para la división.

Pero esta problemática no parece ser nueva. Leí hace varios años a un autor de fines del siglo XVIII ó comienzos del XIX, cuyo nombre no recuerdo. Pero sí recuerdo una imagen que me impresionó mucho. Decía que él había tenido una visión… y que en ella veía la imagen de un enorme cuerpo humano terriblemente mutilado extendiéndose hacia el cielo. Que tenía miembros cortados en las manos y en los pies. Que algunas recientes heridas grandes todavía sangraban; que otras estaban llenas de carne podrida, y que también había algunas cubriéndose con una piel ternillosa. Que un costado estaba ennegrecido, gangrenoso, lastimado…y que cuando horrorizado sintió en sí mismo todos esos sufrimientos, su guía le decía que ese era el cuerpo de la iglesia…

En relación quiero dar testimonio con algunos ejemplos vividos durante las últimas décadas en los países del Cono Sur. Los líderes de las iglesias históricas en Argentina, provenientes de la Reforma del siglo XVI, sentíamos que la vida de la mayoría de la gente estaba siendo sometida a poderes que la degradaban como seres humanos, política, económica y socialmente. Considerábamos que las iglesias protestantes teníamos valores que podíamos aportar a la sociedad toda, pero que debíamos comenzar por nosotros mismos; que debíamos tomar conciencia y hablar sobre nuestras diferencias confesionales para tratar de superarlas; pero también no debíamos hacerlo sólo en forma teórica sino que en medio de las fuerzas de disgregación y dispersión debíamos dar un testimonio concreto de la unidad que ya teníamos al confesar a nuestro común Señor Jesucristo.

Por supuesto que nos ayudaron enormemente los esfuerzos de reflexión teológicas y de testimonios muy concretas realizados durante décadas por las iglesias en otras partes del mundo, especialmente durante y después de las dos grandes guerras mundiales, para que “nunca más” volvieran a suceder las horribles mutilaciones de la humanidad y de la creación, su casa común, la ecumene.

En esa visión estamos profundamente agradecidos a Dios porque ha permitido que ocho iglesias evangélicas, – de distinta procedencia étnica, idiomática, cultural y tradición religiosa, – ( luteranos, presbiterianos, metodistas, reformados, valdenses, etc.) -, hayan podido crear y todavía sostener juntas un centro común para la capacitación teológica de sus ministros (ISEDET, Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos) en Buenos Aires.

Damos gracias a Dios que varias iglesias evangélicas, incluso junto con algunas diócesis católicas, hayan podido dar un testimonio común de amor al prójimo en la defensa de la vida y la dignidad humana frente a la violación de los derechos humanos (y también de los derechos económicos y sociales). Esto sucede en forma muy concreta a través de organismos ecuménicos como la Comisión Argentina para los refugiados (CAREF: en ayuda de las personas perseguidas por la dictadura en Chile y posteriormente con los migrantes de los países vecinos) ó el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos ( MEDH) desde fines de 1976 en Argentina.

También damos gracias a Dios porque en base al diálogo y los acuerdos alcanzados por la Concordia de Leuenberg, mediante la cual se superan diferencias teológicas entre luteranos y reformados en Europa, en un pasado no muy lejano hemos logrado consensos para firmar reconocimiento mutuo de Ministerios, de Membresía, de Pulpito y Altar, entre las iglesias: Luterana Unida, Evangélica del Río de la Plata, Valdense del Río de la Plata, Metodista Argentina, Discípulos de Cristo y Reformadas en Argentina.

Estos acuerdos y pactos recíprocos también nos animaron a cuatro iglesias a soñar un proyecto de misión conjunta en una zona muy carenciada del noreste argentino, a partir de la ciudad de resistencia, en la provincia de Chaco. Soñábamos que el documento de Lima sobre Bautismo, Eucaristía y Ministerios (BEM), que tanta repercusión mundial tuvo en su momento, nos serviría de base teológica para el diálogo sobre un proyecto de misión conjunta, que tratamos de llevar adelante en la práctica ya hace casi dos décadas.

Quienes participamos de este proceso y estamos agradecidos por estas experiencias profundas de unidad, debemos reconocer, sin embargo, que dar expresión a la unidad, (ya dada en nuestro señor Jesucristo), como testimonio de los cristianos no es una tarea fácil. Sabemos muy bien que se necesita mucha oración y mucho diálogo basado el respeto mutuo y recíproco.
Pues, siempre de nuevo aparecen en escena las fuerzas de nuestra condición humana con su tendencia al alejamiento y la disgregación, los egoísmos, orgullos, soberbias, intereses sectoriales, ansias de poder, hegemonías sobre los demás, etc. Siempre de nuevo surgen las añoranzas del pasado, y hay que luchar con la necesidades y los instintos de preservación de las estructuras eclesiásticas, que muchas veces se expresan en la importancias de recuperación de las identidades propias: católicas, anglicanas, luteranas, reformadas, metodistas, presbiterianas, episcopales, congregacionales, etc.; donde no faltan los deseos de alcanzar grandes impactos y éxitos en nuevos ímpetus misioneros y evangelísticos, etc.

El actual presidente de nuestra hermana Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en Brasil (IECLB), Dr. Walter Altmann, ha dicho en una conferencia del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI) que, en estos día tiene lugar en Chile, que: “Todo modelo hegemónico, sea la tradicional hegemonía católica, sea una nueva hegemonía pentecostal /carismática, o cualquier otro anhelo hegemónico, constituye una negación del Evangelio”.

En dicho segundo encuentro latinoamericano de familias confesionales participan también delegados de concilios de iglesias de América del Norte y Europa, para mostrar que la problemática es común a los cristianos del mundo y “para avanzar, bajo el discernimiento del Espíritu Santo, en el proceso de edificación de la iglesia del Señor”.

El Dr. Altmann, también dijo que, en un contexto de competencia religiosa, que muchas veces aparece acompañada de una agresividad abierta contra expresiones religiosas diferentes de la propia, el compromiso con la unidad es cada vez más urgente, “porque la continua división de las iglesias tiende al final no a su crecimiento, sino a su autodestrucción”.

El presidente de la IECLB dijo, además, que si bien el escenario latinoamericano revela un aparente fracaso del sueño ecuménico porque al contrario de la unidad, se vive un pluralismo religioso cada vez más exacerbado…, pero que, sin embargo, todo esfuerzo para superar esas dificultades y la realidad de división entre los cristianos sigue valiendo la pena.

En nuestro texto es enfatizada dos veces la necesidad de la unidad “ para que el mundo crea.”

Vemos que Jesús mira hacia delante, hacia la historia de la iglesia y ve que ella hace misión; que sus misioneros anuncian el Evangelio, y que mucha gente llega a creer. Pero él también ve el desgarramiento, la mutilación de su cuerpo, desgracia bajo las cuales todavía sigue sufriendo hoy día. Por eso Él pide al Padre “que todos ellos estén unidos” (V. 21).

Y llama la atención el realismo de Jesús, pues, no le pide a sus amigos, los discípulos, sino que ruega al Padre. Con ello pone las cosas en su justo lugar. No se trata de la misión de “nuestras iglesias”, sino de la “misión propia de Dios para que el mundo crea”, donde los discípulos, ni las iglesias (tampoco las “mega iglesias”) pueden ser un fin en sí mismas, sino que apenas pueden llegar ser en el mejor de los casos un instrumento de la misión de Dios en el mundo.

A Jesús le duele la mutilación de su cuerpo y por eso pide que el amor de Dios, el Padre, intervenga con su Espíritu Santo para volver a ordenar la división y disgregación de los cristianos.

Jesús ve por anticipado en toda su profundidad cómo la falta de amor entre sus seguidores será el mayor obstáculo para la credibilidad de la misión de Dios.

En realidad cuando Jesús pide que todos sean unidos, está señalando la base insuperable para una unidad creíble, que es el amor: “Así como yo los amo a ustedes así beben amarse los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos.” (13, 34-35).

Pero todo esto no puede ser postergado para el día del juicio final. Es ahora que el mundo necesita del entendimiento, la reconciliación, la unidad de los cristianos, como un signo, una señal de un mundo nuevo y diferente es posible; quizás un anticipo del Reino que El Señor establecerá definitivamente cuando vuelva.

Pero en este anticipo q guisas no esté viendo necesariamente que el esfuerzo de los cristianos esté centrado en la unidad de las estructuras de las iglesias. Estas siempre pueden deben cambiar según las circunstancias y las necesidades.
En nuestro texto Jesús nos pone a la vista el modelo de la trinidad: “que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos están en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” (v. 21)

De modo que la cuestión ecuménica, la preocupación por nuestra casa común, no es un tema sólo para especialistas o de algunos pocos visionarios interesados, sino que se trata nada más, ni nada menos que de la voluntad de nuestro Señor. En la búsqueda de la unidad teórica y concreta se trata también nada más ni nada menos de cuánto amamos realmente a nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Rodolfo Roberto Reinich,
Pastor en la Parroquia Olivos de la Congregación Evangélica Alemana Buenos Aires
E-Mail: reinich@ciudad.com.ar

 

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