Vivir junto a Dios

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Vivir junto a Dios

Quinto Domingo de Pascua – 10.5.2020 | San Juan 14,1-6 | Stella Maris Frizs |

Querida comunidad:

este es un texto que habitualmente se usa para sepelios, para entierros, para acompañar a nuestros seres queridos.

Es un texto que nos llena de esperanza y de confianza. Pero las palabras y las promesas de Jesús nos llevan a pensar no solo en nuestro futuro, sino fundamentalmente en nuestro presente, muchas veces precario e incierto.

Los discípulos están viviendo el momento dramático de la despedida. Jesús les había anticipado su partida: “Hijitos míos, ya no estaré con ustedes mucho tiempo…pero ustedes no podrán ir a donde yo voy” (Jn 13,33)

Y esa situación los llena de miedo, de angustia, de incertidumbre. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo va a seguir nuestra vida? Se encuentran abatidos y preocupados por el futuro, con una sensación de abandono, de soledad y desamparo.

Esta es una realidad que nosotros conocemos muy bien. Ante una pérdida, un fracaso, un abandono, una enfermedad (incluso ante esta pandemia mundial) nos sentimos inseguros, inquietos y con temor.

Es entonces cuando Jesús, conocedor de nuestros corazones desesperanzados, toma la palabra para tranquilizar/nos: No se angustien. No se dejen confundir. Yo siempre estaré con ustedes. Los acompañaré hasta el final.

Pero deben confiar, deben creer. En Dios y también en mí.

Que sería una manera de decir: la relación entre nosotros no se cortará porque donde dos o tres se reúnan en mi nombre para celebrar, allí estaré.

El proyecto de Dios va a continuar, pero ahora son ustedes quienes deben tomar la posta. Ustedes son los continuadores de la obra que ya comenzó.

Pero les hace ver, y nos hace ver a nosotros, que el canal de comunicación será desde ahora la fe. Una fe que nos obliga a poner siempre nuestra mirada en Jesús, porque de él procede y él es quien la perfecciona. (Heb 12, 2).

Jesús habla de marcharse, de ir camino hacia el Padre. Pero también habla de volver y de reunirnos junto a él como una gran familia.

En un lenguaje figurado cuando Juan habla de casa (vivienda/hogar) no está pensando en un lugar físico, sino vivir en Dios: “El que me ama, hace caso de mi palabra; y mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él” (Jn 14,23). El comentarista Barclay define el cielo como un estado donde estaremos juntos para siempre sin que nada ni nadie nos puede separar.

¿O hay acaso algo que nos pueda separar del amor de Dios? Ni siquiera la muerte, dice Pablo en Rom 8, 35 ss. Así de vasto, ancho, largo y profundo es el corazón de Dios.

Por eso, cuando despedimos a nuestros seres queridos, podemos hacerlo con la seguridad de que están en las manos de aquel que nos da la vida, nos sostiene en medio de las tribulaciones y nos cobija en su regazo.

Porque quien cree que Jesús es el camino que nos lleva al Padre, ya tiene un lugar asegurado en el futuro de Dios.

Pero creer, con todo lo que ello implica, no es solo para la otra vida. Debemos vivirlo aquí y ahora, con lo que somos, en el lugar donde estemos, con los dones que Dios nos ha regalado.

Jesús nos enseñó que la fe se hace de movimiento, de acción, de búsqueda. De allí que la imagen del camino sea tan acertada. El camino es para andar, peregrinar, avanzar…bien decía Santiago que una fe sin obras, sin hechos, es una fe muerta. (Stg 2,17)

Quizás por eso a los discípulos les costaba entender. Tomás (¿vocero del resto?) argumenta desconocer cuál era el camino. Y la respuesta de Jesús es válida para nosotros hoy cuando dice: “Yo soy el camino. También la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.”

Camino, verdad y vida ya no son conceptos. Se hacen realidad en una persona.

Por eso, cuando la vida nos pone frente a tantos senderos y nos sabemos cuál tomar; cuando hemos errado yendo por un camino equivocado y debemos desandar, cuando el rumbo no está claro o cuando la marcha se torna pesada porque sabemos que no nos lleva a ninguna parte, Jesús nos dice: Yo soy el camino.

Hay una parábola que puede servir para ejemplificar: “¿Qué guía seguir?”

Un hombre tenía que hacer un viaje a pie a través de una formidable cadena de montañas. No conocía el camino y sentía miedo.

Se las ingenió para obtener un mapa detallado de la región, que indicaba claramente todas las rutas, senderos y caminos. Se decía: Este mapa me será útil, pero si pudiera viajar con un guía local, con alguien que conozca el camino de memoria, me sentiría mucho más seguro.

Como la suerte le acompañaba, el viajero encontró un habitante del lugar que llevaba el mismo destino y estaba familiarizado con la ruta. Los hombres se pusieron en camino juntos, caminando uno al lado del otro. Nuestro viajero llevaba el mapa y lo consultaba a cada giro y vuelta que daban sintiéndose satisfecho al descubrir que su compañero seguía exactamente la ruta indicada en el mapa.

De pronto, con gran sobresalto del viajero, su guía tomó un sendero que no estaba indicado.

Amigo, ¿a dónde nos lleva este camino?, preguntó. ¿Acaso quiere que nos perdamos y perezcamos en las montañas?

Su compañero le explicó que ese sendero ha quedado recientemente destruido por un corrimiento de tierras. No se preocupe. Confíe en mí.

El viajero se negó, ateniéndose a su mapa. Pero el guía insistía: confíe en mí, conozco las montañas de toda la vida. He nacido aquí y aquí me he criado. Estará a salvo si me sigue.

Pero el viajero prefirió confiar en su mapa. Y ambos, viajero y acompañante se separaron. El habitante del lugar llegó a destino. En cuanto al viajero, nadie supo lo que le sucedió.

A veces, caprichosamente, queremos hacer la nuestra, nos cuesta dejarnos guiar por quien caminó primero y desde su experiencia nos invita a seguirle. El texto bíblico nos invita a confiar en Jesús.  Porque él también es la verdad y la vida.

No siempre es fácil encontrar la verdad, cuando hay tantas verdades a medias. Cuando todo es relativo y depende cómo se mire.

¿Existe la verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla?

Cuando Jesús le revela al procurador romano Poncio Pilato el sentido de su misión, este le pregunta ¿Y qué es la verdad? (Jn 18,38). Una pregunta que queda abierta. Pilato se niega a entender que la verdad está frente a él. Esa verdad se hizo carne y habitó entre nosotros para que la conociéramos.

Es decir que la verdad no es un mero concepto filosófico o una afirmación intelectual. Es el espejo donde podemos mirarnos para ver nuestras falencias, nuestros yerros y titubeos y cambiar. Transformar nuestras vidas al estilo de Jesús, quien le dio a la vida el sentido de plenitud, de autenticidad.

Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Jn 10,10)

Señor Jesús: Tú eres el único camino que nos conduce a Dios. Déjanos seguirte para no equivocarnos en nuestro andar. Tú eres la verdad. Déjanos encontrarte y conocerte mejor para que no prevalezca la mentira. Tú eres la vida. Haz que nuestra vida tenga sentido y razón de ser. Llénanos de gracia, de paz, de amor y de confianza. Amén.

P. Stella Maris Frizs

Basavilbaso – Entre Ríos

stellafrizs@hotmail.com

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