Hebreos 13, 20 – 21

Home / Bibel / Neues Testament / 19) Hebräer / Hebrews / Hebreos 13, 20 – 21
Hebreos 13, 20 – 21

Sermón para día de Año Nuevo | Hebreos 13, 20 – 21 | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Comenzamos un año nuevo y como todos los años comenzamos éste expresando nuestras esperanzas, nuestras inquietudes, deseos y votos de felicidad. Por regla general, se espera que el año entrante sea mejor que el año que dejamos atrás; que se lleguen a cumplir nuestros deseos de buena salud, de trabajo, de progreso, de bienestar y felicidad. Sin duda, el paso del año viejo al nuevo es una piedra demarcatoria en el camino de nuestras vidas y no es una mala práctica empezar un nuevo trecho de ese camino proponiéndonos mejorar o aún cambiar nuestra manera de vivir en uno u otro aspecto. Es esto al fin y al cabo una forma de renovación y no por nada el dicho popular nos asegura que “renovarse es vivir”.

Con todo, estos deseos, proyectos y los esfuerzos que sigan de ellos en el afán de alcanzar la renovación que nos propusimos, no serán nada, si no se condicen con la voluntad de Dios. Aún hoy se cumple lo que expresa un antiguo proverbio: “El hombre propone, pero Dios dispone”. Dios, por supuesto, quiere que nos renovemos, que nos perfeccionemos. También quiere que las relaciones entre los seres humanos mejoren, que el ejercicio de la política en nuestros países sea más honesto, que el bienestar del pueblo prospere, que la naturaleza (su creación) sea mejor cuidada, que todos seamos más felices, etc. Si, Dios está a favor del ser humano. Él crea y fomenta la vida, la vida verdadera. Pero la medida según la cual nos hemos de perfeccionar proviene de él; el concepto de vida verdadera tiene su origen en su creador. Y es precisamente en nuestro Señor Jesucristo, que Dios resucitó de entre los muertos, que tenemos esa medida que nos ha de guiar en nuestro proceso de perfeccionamiento. Toda propuesta de crecimiento, de mejoramiento, de renovación, debe, por tanto, estar fundada en Jesucristo. Todo propósito basado puramente en la voluntad humana está destinado a fracasar. Vale la pena, pues, reflexionar al comienzo del año una vez más sobre lo que proyectamos hacer o dejar de hacer y discernir cual sea la voluntad de Dios para nuestra vida.

El deseo del autor de la carta a los Hebreos aún va más allá al proclamar el mensaje que hemos escuchado hoy como fundamento de esta predicación. La perfección y la bondad del ser humano radican en su maleabilidad, en su docilidad frente a Dios, de tal manera que Dios, cual alfarero, pueda dar forma, pueda moldear a las personas según el proyecto que él propone para cada una de ellas. De esto sacamos como conclusión, que al reflexionar sobre lo que fue el año pasado y lo que habrá de ser el año que tenemos por delante, tengamos en cuenta, que no será tan importante la disciplina que nos impongamos para alcanzar esta o aquella meta, sino antes bien, la confianza y la fe en el Señor. Pues podemos tener la plena seguridad, que lo que él quiera hacer y hará con nosotros será bueno y útil para nuestras vidas. El Dios que resucitó a Jesucristo, obviamente tiene la suficiente potencia para guiar a cada uno y cada una de nosotros por el mejor camino y hacernos buenos y perfectos. Está en nosotros dejar que él obre en nosotros y permitir que él nos renueve.

Esto no significa que en adelante ya no tengamos que luchar, sufrir, trabajar, pensar o ser responsables. ¡Al contrario! Seremos servidores de Dios y como tales tendremos trabajo y responsabilidades de sobra. Pero dejaremos que Dios nos indique lo que debemos hacer, las decisiones que habremos de tomar. Lo principal en este contexto es aceptar que nuestra voluntad, nuestro orgullo, nuestros deseos sean relegados a un segundo lugar para dar lugar a la voluntad divina. Cuando esto ocurra, ahí será que podamos hablar de renovación. La continua renovación, el continuo volver a dejar que Dios haga en nosotros, nos llevará a vivir una vida nueva, una vida verdadera.

Para el nuevo trecho del camino que hoy comenzamos será, pues, interesante considerar que más vale la confianza en Dios, que todos nuestros buenos propósitos. Todos ustedes conocen la ironía que reza que “el camino al cielo está pavimentado de buenos propósitos”, sabiendo que normalmente, por más que nos esforcemos, no los alcanzamos a cumplir. Con la ayuda de Dios, empero, seremos libres de nuestros vanos propósitos, que al no poderlos concretar, nos acarrean sentimientos de culpa; seremos libres de muchas preocupaciones baldías, pues no nos tomaremos atribuciones que corresponden a Dios. Aprenderemos a recibir de Dios y a recibir con gratitud, teniendo la confianza, de que todo lo que nos suceda –ya sea que parezca bueno o no tan bueno— será para nuestro bien.

Algunos de los más prácticos de entre ustedes me preguntarán, pues, cómo habremos de saber la voluntad divina, suponiendo el mejor de los casos, que realmente queramos dejar todo en manos de Dios. A esto corresponde aclarar, que todo lo que Dios hizo y quiere hacer con y para nosotros, lo hizo y lo hará por medio de Jesucristo. Y es precisamente, qué al enviarnos a su hijo, él nos muestra cuál es su voluntad. Él envió a Jesucristo al mundo y lo resucitó como una señal de lo que él quiere: Sí, él quiere amarnos. ¡Él nos ama! Sí, su voluntad es la realización del amor. Por ese amor que él tiene por sus criaturas, es que el perdona que nos hayamos apartado de él, que hayamos dado prioridad a nuestra voluntad y no a la suya. Por ese mismo amor que Dios nos demostró por a través de lo que obró en Jesucristo, quiere que lo amemos a él y a nuestros semejantes y a todas las cosas que son de su creación.

La forma de actuar de Jesucristo, como buen pastor, nos da una idea clara de lo que es el amor. En su actuar y en sus enseñanzas tenemos el ejemplo y la medida de lo que es la voluntad de Dios; constituye el fundamento de nuestra ética cristiana, la medida de lo que debería ser nuestra conducta cotidiana. Todo lo que hagamos en nuestra vida lo haremos con amor: nuestro trabajo, nuestro culto, nuestra vida familiar, la misión de la iglesia, nuestro comportamiento en la calle, el cuidado de la naturaleza, etc.

Antes de hacer nada, nos preguntaremos, si lo que vamos a realizar servirá a Dios, si está en consonancia con el amor que él nos prodiga, si refleja y proyecta ese amor hacia el mundo. Si vemos que lo que hacemos daña a nuestro semejante, lo tendremos que dejar de hacer. Si detectamos que lo que actuamos desvirtúa nuestra relación con Dios y no corresponde a su amor, a su amistad, pues habremos de corregir nuestra conducta. Hay muchas cosas lindas que se pueden hacer grandes y pequeñas dejando que Dios actúe a través nuestro.

Finalizando este mensaje, repito una vez más: Dios nos demostró en Jesucristo el amor que tiene por nosotros y espera de nosotros que correspondamos a ese amor. Comencemos pues el año nuevo dejando que Dios nos renueve y haga con nosotros y a través nuestro lo que él quiera para nuestro bien y para su gloria eterna. Amén.

Federico H. Schäfer

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

de_DEDeutsch