Mateo 4:19

Mateo 4:19

“Pescadores de hombres”

Jesús, ¿un predicador proselitista?

Entremos en materia sin rodeos: el Jesús que promete convertir
a sus discípulos en “pescadores de hombres”, como lo afirma el
v. 10 de este relato, se acerca mucho a esos grandes predicadores que
parecen tener una atracción magnética capaz de levantar
a grandes masas para seguirle. Desde luego, no sé si sería ésta
la intención del relato, pero la imagen de una red que se rompía
–de llena que estaba de peces–, asocia la “pesca de hombres” con la
de las masas de seguidores cautivados por un “líder”.

Pero aunque tal no fuera la intención de esta narración,
la expresión de Jesús sí suscita otra cuestión
importante, sobre todo porque hoy día somos muy susceptibles respecto
a ella. Por supuesto, me estoy refiriendo a la manipulación de
las conciencias humanas. ¿Acaso no defiende Jesús una acción
intrusiva en las vidas y conciencias de otros hombres, para atraerlos
a su causa? ¿Tiene derecho Jesús, o cualquiera, a interpelar
a otros hombres a un cambio de vida y de convicciones, y a seguirle sin
más? O sea, ¿tiene alguien derecho a decir a otras
personas cómo deben vivir?
¿No es esto lo que
llamamos proselitismo? Los griegos llamaban prosélytos al
converso, de modo que, en su sentido más puro, hacer proselitismo
es llamar a otros a la conversión. Pero, ¿podemos hoy,
en la iglesia del siglo XXI, seguir hablando de “convertir” a otros? ¿Es
acaso una experiencia que debemos conservar, hasta el punto de que siga
siendo clave en la experiencia de fe?

Llamar a la fe es exponer la vida personal

Hace un tiempo me topé con un artículo muy interesante
escrito por el capellán de una universidad. Decía su autor
que, en cierta ocasión, se le acercó un estudiante para
pedirle que le enseñara a predicar como él. Nuestro hombre
se negó en rotundo, alegando que cada uno debe encontrar su propio
camino, y que él podría darle ciertas bases o fundamentos,
pero no hasta el punto de hacer de su alumno una copia suya.

Sin embargo, este capellán, tras la entrevista, se preguntó a
sí mismo por qué le había dado tal respuesta: ¿por
qué no era capaz de decir como Pablo “sed imitadores de mí” (1Cor
11, 1; Ef 5, 1; Flp 3, 17; 1Ts 1, 6)? Se dio cuenta, entonces, de que
más que respetar la libertad del otro –en este caso, del estudiante–,
lo que ocurría es que le daba miedo el seguimiento de cerca que
la llamada a la conversión puede traer consigo. Su sentido moderno
de privacidad le impedía aceptar que un extraño pudiera
acercarse demasiado.

Sin duda, creo que esta historia es muy pertinente para entender el
relato de Lucas, y de paso su significado para nosotros. Jesús
predica a las multitudes, pero, curiosamente, los relatos de vocación
(o llamamiento) son mucho más íntimos y cercanos. Y el
de la pesca de Lucas es uno de estos relatos. En él, Jesús
predica a las multitudes desde una barca y cerca de la orilla (v. 3),
pero después se va “mar adentro” –esta expresión, en el
contexto de un laguito en forma de pera de 21 x 12kms (en su parte más
ancha), tiene chiste–, y es entonces, una vez la multitud ha desaparecido
ya del horizonte, que se produce la vocación de Simón Pedro.
Los “milagreros” multitudinarios están interesados sólo
en las masas y los beneficios de su favor, pero Jesús, porque
ama a la multitud no como un abstracto sino genuinamente, casi siempre
acaba buscando el tú a tú, o el círculo más
estrecho de algunas casas, familias, etc. En definitiva, Jesús
es capaz de exponerse, de mostrar quien es, sabiendo que puede causar
una impresión realmente cautivadora en no pocas personas. Tal
impresión conlleva, obviamente, un seguimiento de cerca que, a
la larga, podría resultar comprometedor. Pero Jesús no
rehuye este efecto, sino que lo asume y lo busca. ¿Será que
se siente muy seguro de sí mismo? ¿Será que su vida
es tan coherente que no teme exponerse al seguimiento cercano?

Obviamente, en la mentalidad de Jesús juega un papel determinante
su concepción de la relación Maestro-discípulo,
que obliga a una estrecha convivencia. Nuestro problema moderno, esto
es, nuestros escrúpulos respecto a manipular las conciencias,
tiene mucho que ver con nuestro abandono de la relación Maestro-discípulo.
Evidentemente, es relativamente fácil caer en manipulación
desde los impersonales ámbitos de la cátedra o el púlpito,
o de cualquier palestra pública, especialmente los medios de comunicación.
Pero no es fácil manipular a otros cuando la propia vida
de uno está expuesta a los seguidores
. En esta relación
de estrecho seguimiento, la enseñanza de uno, o la fe de uno,
es puesta constantemente a prueba por la mirada escudriñadora
del discípulo.

Pero no se trata sólo de que la vida de uno quede expuesta a
la de otro, con las consiguientes “molestias” que ello pueda representar.
Sino que, además, tal apertura lleva, casi seguro, a una vinculación
estrecha entre el Maestro y el discípulo; o sea, a una relación
de profundo amor que une a personas biológicamente ajenas. Tengamos
en cuenta que, aunque podamos afirmar que Jesús amó al
mundo entero, lo cierto es que lo sabemos con certeza porque fue capaz
de amar a unos pocos seguidores o discípulos con todas sus limitaciones
(véanse las narraciones de incomprensión de los discípulos).
Con ellos llegó hasta el final, y por ellos llegó hasta
el final, a pesar de su traición. En definitiva, el gran
cautivador fue cautivado por el amor a sus seguidores
. ¡Esta
es la diferencia con un embaucador!

Cautivadores cautivados

Por todo lo dicho anteriormente, yo respondería a nuestras preguntas
iniciales diciendo que, efectivamente, no tenemos ningún derecho
a intentar cautivar las conciencias de terceros; no tenemos derecho a
intentar convertir a nadie….. Porque el derecho a cautivar a otros
hay que ganárselo; hay que ganárselo exponiéndose
a los demás, dejando que otros puedan meterse en nuestras vidas
y en nuestros corazones. En otras palabras, no tenemos derecho
a cautivar o interpelar a nadie, a menos que estemos dispuestos a dejarnos
cautivar e interpelar por las vidas de otros
. Quizás,
entonces, cuando estemos dispuestos a abrir nuestras vidas a quienes
pudieran responder a un llamamiento de fe, podamos anunciar la fe de
verdad, y ser pescadores de hombres.

Pienso que en la actualidad los hombres y mujeres, creyentes o no, vivimos
muy solos con nuestras conciencias. Éstas parecen el destino a
proteger de determinados “mensajes sospechosos”, o de ciertos métodos
dudosos capaces de mover determinados hilos psicológicos que nos
pueden cautivar. Pero también creo que el hombre y la mujer de
hoy necesitan salir de tal aislamiento, y tomar conciencia de que no
son sólo conciencias andantes, sino seres fraternales que necesitan
vincular sus vidas a otros. Quizás sea por este anhelo interior
que muchos han caído incautamente en las redes de predicadores
desaprensivos. Pero ésta es una razón de más para
que los creyentes nos dispongamos a ser pescadores de hombres, esto es,
a anunciar el genuino Evangelio, que no es otro que la buena noticia
que nos predispone para abrir nuestras vidas a los demás, y dejarnos
cautivar por ellas. Amén.

Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)
pedro.zamora@centroseut.org

 

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