¿Me quedo o le sigo?

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¿Me quedo o le sigo?

Lucas 9:57-62 | Michael Nachtrab |

Queridos hermanos y hermanas:

no se preocupen si al leer – en la comodidad de sus casas – el evangelio para esta tercera semana de Cuaresma, experimenten cierta irritación. Lo mismo experimento en este preciso momento, mientras escribo este sermón desde una silla cómoda, siendo protegido del calor y de los mosquitos por un ventilador. No es para menos esta radical oposición, dispuesta por el mismismo Jesús, entre quedarse bajo techo o seguirle a él, que se autoproclama un sintecho.

No sé si puedo aliviar tu irritación, hermano y hermana, al señalar que ya tempranamente las primeras comunidades cristianas – asentadas ya no en la Galilea rural sino en los centros urbanos del imperio romano – parecen haber advertido la exclusividad del llamado al seguimiento. Por ello, encontramos en las Cartas a los Efesios y los Colosenses los llamados deberes domésticos del cristiano (Efe. 5:22-6:5; Col. 3:18-4:1). Lo llamativo es que estos deberes también se desprenden de dichos del mismo Jesús que llamó tan fervientemente al seguimiento presuntamente indomesticable. El mismo Jesús que aparentemente sin piedad alguna responde al que quiere enterrar a su padre muerto, pone la obligación del cuidado respetuoso de los padres por encima de la obligación de ofrendar a Dios (Mc 7:10-13).

Pero la verdadera oposición entre quedarse en el ámbito domestico o seguirle a Jesús posiblemente sea muy posterior. Fue en la Edad Media que el seguimiento a Jesús quedó relegado al monasterio, es decir a un ámbito sagrado y apartado del ámbito mundano y doméstico. Por ello es tan impactante la salida de Martin Lutero fuera del monasterio y su re-domesticación bajo el signo de la reorientación de toda la vida hacía Cristo – fundamentada en la primera de sus 95 tesis.

Como dato de color es interesante saber que fue él que redescubrió las tablas de deberes cristianos para el ámbito de la casa y la economía, de la política y de la iglesia. Para él, el seguimiento solamente era posible dentro de estos ordenes, por ello su interés consistía en poder decir – como Raúl Alfonsín: “Felices Pascuas. La casa está en orden.” Esa posición, que podía parecer una suavización del seguimiento radical a Jesús y tal vez fue adaptada así por muchas iglesias evangélicas posteriores a Lutero, era incomprensible para alguien como Thomas Müntzer. Para los llamados entusiastas, el seguimiento justamente significaba – en aparenta sintonía con las palabras de Jesús – apartarse de la sociedad, ni aceptando cargos públicos ni prestando servicio militar.

Hoy tenemos finalmente todo el abanico de posibilidades entre quedarse en casa cumpliendo la voluntad de Dios y ser llamado dichoso en el seguimiento radical a Cristo. También hay un amplio abanico de carteles con que se autodenominan o difaman mutuamente los que ocupan las diferentes posiciones: “cristianismo light o descafeinado”, “fundamentalistas”, “mártires”, “cristianos verdaderos”, “ortodoxos”, “progresistas”, “mundanos”, “entusiastas”, etcétera, etcétera, etcétera.

Por eso es sumamente valida la pregunta “Should I stay or should I go” (The Clash) – o sea: ¿debo quedarme en casa o debo irme en pos del seguimiento verdadero?

Sin lugar a dudas nos podría ayudar mirar claramente quien llama en nuestro evangelio tan ferviente y exclusivamente al seguimiento. No es el Cristo triunfante, resucitado ya entre los muertos. Más bien, es el Cristo camino a Jerusalén, el Cristo sufriente. Su sufrimiento no es sin causa, sino profundamente entrelazado con la transgresión de lo que los judíos (y los Romanos también) consideraban como ordenes sagrados (la paz imperial) y ámbitos apartados (lo puro y lo impuro). Por eso, echa fuera demonios inmundos. Por eso, sus milagros en sábado le valen la conspiración para matarlo. Por eso, cuando Jesús es crucificado, se oscurece el sol, símbolo de la intocable autoridad de cuasi todos los gobernantes de este mundo, y se raja el telón que separaba al pueblo del lugar Santísimo en el templo.

El que llama al seguimiento radical es precisamente aquel en que Dios reconcilia a todo el mundo consigo mismo (2 Co. 5:19), es aquel que es dado al mundo por el amor de Dios para que todo el mundo ponga sus ojos siempre en él – como lo canta el salmista (Sal 25:15) – como a la serpiente levantada por Moisés para que todos se vuelvan sanos (Jn 3:14-16).

Por lo menos en el evangelio de hoy, a mi modo de ver, no se trata tanto del costo del seguimiento sino más bien de su significado inherente, a saber:

  1. El seguimiento se gesta en la adversidad material y real. (Lc 9:58)

A cambio de toda la internalización y espiritualización de la vida de fe actual, Jesús difícilmente veía el mayor obstáculo para el seguimiento en vencer lo que en alemán se llama “el chancho-perro interior” (innerer Schweinehund) y lo que por estos lares tal vez tenga que ver con superar sus propios demonios que nos mantienen presos en determinadas zonas de confort.

Claro que Jesús expulsaba demonios, y claro que sí liberaba personas de sus ataduras demoniacas o ateas, pero no precisamente de zonas de confort, sino más bien de lo que hoy llamaríamos zonas liberadas.

Todos los endemoniados son pobres diablos que ni encajan en el ámbito doméstico ni en el sagrado y, por ello, lo demoniaco es relacionado con lugares desérticos, infértiles y hostiles, que constantemente amenazan al ámbito doméstico.

El seguimiento se gesta, por ello, en la adversidad material y real frente a estos poderes demoniacos y ateos que hacen un festín en cada casa – vale recordar que economía viene del griego oikos, es decir: casa – que encuentren cuando los que se consideran creyentes se retiran a sus ámbitos sagrados.

 

  1. El seguimiento es la realización del derecho de Dios sobre toda nuestra vida. (Lc 9:60)

Tal vez sea la humillación más grande para el ser humano que Cristo no ha venido a hacer de él un ser humano 2.0, una versión mejorada y actualizada, manteniendo el sistema operativo en sí, pero reparando los bugs (errores de programa). Esa humillación es probablemente más grande aún que la causada por Galileo que puso fin a la ilusión del mundo como centro del universo. Es más grande aún que la que originó Darwin al afirmar que mediante la evolución hay más coincidencia con las demás criaturas que quisiéramos. Y más grande aún que la descubierta por Freud que el ser humano ni siquiera en su propia casa, su psique, es amo y dueño sobre sí mismo.

Cristo humilla al narcisismo humano porque no le concede al ser humano alguna reserva del bien que no necesite de su obra salvadora, creadora y vivificadora. Hasta el mejor ser humano, con todas las prótesis posibles, aún habrá de regresar al polvo. Hasta la mejor moral, la mejor religión, la mejor ideología habrá de volverse “fruto para muerte” (Ro. 7:5).

Quienquiera que cree que hay ámbitos en nuestra vida o ámbitos en este mundo que no necesitan de la redención obrada por la sangre preciosa de Cristo en la cruz, es tan ridículo como un ciego que guía a otro ciego y tan trágico como un muerto sepultando a otro muerto.

 

  1. El seguimiento rompe con la diferenciación entre ámbitos sagrados y mundanos (Lc 9:62)

En más de una oportunidad, Jesús les recrimina a los fariseos su hipocresía. La hipocresía no es una falla evitable sino inevitable y propia de cada separación estricta entre ámbitos puros e impuros o sagrados y mundanos.

Todo lo que Jesús dice, por ejemplo en la parábola del Buen Samaritano acerca del amor al prójimo – diferenciado pero jamás separado del amor a Dios – no puede ser entendido si no se comprende como superación de esa separación entre lo sagrado y lo mundano.

Humanamente no es posible mirar siempre en dos direcciones a la vez, queriendo mantener la división entre lo puro y lo impuro, Tampoco es posible para nosotros fijar nuestra mirada tanto en lo que Dios pide para sí como en lo que manda con respecto a nuestro prójimo. El resultado de querer hacerlo, es no ser apto para el Reino de Dios y – como escuchamos en la parábola dejar abandonado a nuestro prójimo a su propia suerte.

Cuando Jesús reclama una mirada unidireccional, es decir: hacía él, lo hace como cumplimiento de la ley. Por ello, mirar solo a él, seguirle solo a él, obedecerle solo a él es cumplir con la ley de amar y temer a Dios y mirar solo a él, es cumplir con la ley de amar a nuestro prójimo. Alguien quien entendió eso, de que Jesús mismo da testimonio en su sermón de la llanura (Lc. 6), era Lutero. Hay que fijarse nada más como entrelaza en sus Catecismos – sin preocuparse demasiado por una separación entre ámbitos sagrados y mundanos – el primer mandamiento con todos los demás.

En este sentido, afirmo y creo fervientemente, que todas las posiciones que hoy ocupan algún lugar entre quedarse en casa o seguirle a Él no deben excluirse, denigrarse o exterminarse – eso no es propio del seguimiento como bien podemos leer en Lc 9:49-56) – sino recordarse de lo que se confiesa en el segundo articulo de la Declaración de Barmen (1934):

“Así como Jesucristo es la expresión del perdón de Dios de todos nuestros pecados, del mismo modo es él la expresión del derecho de Dios sobre toda nuestra vida. Por medio de él experimentamos una gozosa liberación de todas las ataduras ateas de este mundo para un servicio libre y agradecido a todas sus criaturas. Rechazamos la falsa doctrina según la cual habría ámbitos en nuestra vida en los cuales no perteneceríamos a Jesucristo sino a otros soberanos, ámbitos éstos en los cuales no necesitaríamos la justificación por él realizada.”

Que nuestros ojos siempre y en todos los lugares de este mundo y todos los ámbitos de nuestra vida puedan estar puestos en el Señor, para que en todo momento y todos los lugares podamos confesar que tanto en la vida como en la muerte somos de él. Y que nuestro seguimiento sea fiel a él, no por llevarnos por un camino especial y apartado, sino por ser un servicio libre gozosos y agradecido hacía toda la creación de Dios. Para ello, ayúdanos y llámanos según tu misericordia, oh buen Dios. Amén.

 

Pr. Michael Nachtrab

Hohenau (Itapúa) – Paraguay

famnachtrab@hotmail.com 

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