Nuestra fe al pie…

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Nuestra fe al pie…

Nuestra fe al pie de la Cruz | Viernes Santo 10.4.2020 | Juan 19: 16 – 30 | Pastor Jonathan A. Michel |

Queridas hermanas y hermanos:

El relato de la crucifixión de Jesús es terriblemente desgarrador. Jesús llega al lugar de la Calavera cargando su propia cruz. Allí, le crucifican y junto a Él, a otros dos, uno a cada lado. Pilatos, ni lerdo ni perezoso, se apresura a mandar a escribir un letrero sobre la cruz de Jesús: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. Muy astutamente, Pilatos ordena que el letrero sea escrito en hebreo, latín y griego y así no quedarán dudas de quien estaba siendo crucificado.

Frente a esta contundente declaración, los jefes de los sacerdotes judíos no tardaron en notar que ellos estaban implicados directamente en tal afirmación y mandaron a Pilatos a corregir el hecho. “El que dice ser Rey de los judíos”, argumentaron. Pero Pilatos ya estaba cansado de tantas idas y venidas y sentenció: “lo que he escrito, he escrito”.

Los soldados que allí estaban ejecutando órdenes, también quisieron tener su lugar de protagonismo en la escena y repartieron sus ropas en cuatro partes, una para cada uno. La túnica de Jesús, como era sin costura, no la rompieron, sino que la echaron a suertes para ver quién era el afortunado.

Y así, relata la comunidad juanina, se cumplió la Escritura que dice: “se repartieron entre sí mi ropa, y echaron a suerte mi túnica” (Salmo 22:19 – Marcos 15:24).

El relato cobra particular dramatismo a partir del versículo 25, donde describe a un grupo de mujeres, y entre ellas, a la madre de Jesús. También se encontraba junto a ella, el discípulo al cual Jesús quería mucho. A la madre Jesús le dice: “mujer, ahí tienes a tu hijo”.  Al discípulo que quería mucho le dice: “ahí tienes a tu madre”.

Frente a estas afirmaciones, el relato aclara que a partir de ese momento, que ese discípulo recibió a la madre de Jesús en su casa. La madre de Dios no quedaría desamparada a merced de aquellos que todavía necesitaban terminar de extinguir el movimiento que Jesús había desencadenado. Y no solo a ella, sino a todos aquellos y aquellas que dieran testimonio de este hombre llamado Jesús, el hijo de Dios.

El versículo 28 abre el desenlace del relato. Jesús es consciente del momento que está viviendo y pide vino. Bebe de un vino agrio que le ofrecen los soldados y sentencia: “todo está cumplido”. Desde ese momento, su espíritu fue entregado.

Escuchamos historias de muerte diariamente. Por accidentes, por robos, por enfermedades, por negligencia en los espacios de trabajo, por mala administración estatal, por la corrupción del sistema financiero. Muerte rodeada de luces y sonidos, fortaleciendo el espectáculo.

Pareciera que la muerte es más abundante que la vida. Parece ser que la muerte siempre tiene un lugar privilegiado en el noticiero central de la noche y en las portadas de los diarios.

Roma reservaba la crucifixión principalmente para delitos contra el Estado. Era una forma de escarmiento publicitario contra agitadores, rebeldes al Imperio. La crucifixión era un sistema de ejecución romano para esclavos, rebeldes y delincuentes.

Indudablemente, la crucifixión de Jesús representa también un acto político. Él era un rebelde que estaba poniendo de cabeza no solo las categorías religiosas en cuanto a la idea de Dios, de la justicia y del amor, sino que también estaba atacando las bases de la sociedad romana poniendo en el centro de la predicación a los marginados del sistema.

Para las y los discípulos que estaban al pie de la cruz, ver a Jesús humillado y muriendo, debe haber representado el fin de la “revolución”. El líder había perdido, y junto con Él, todas y todos sus seguidores ahora estaban en peligro de muerte.

La muerte paralizó el movimiento por un instante y los seguidores de Jesús comenzaron a dispersarse y a encerrarse por miedo a morir también. La muerte paraliza y cuestiona la realidad, nuestra realidad y seguramente la de las y los discípulos. La muerte de Jesús abre un nuevo interrogante en la vida de los discípulos: ¿y ahora como continuamos?

Este “¿y ahora como continuamos?”, también se hace presente en medio de nuestras vidas, en nuestras familias, en lo relacionado al trabajo, al amor y también a la fe, tanto a nivel comunitario como personal.

¿De manera voy sostener a mi familia ahora que me quedé sin empleo?, ¿Cómo continuará mi vida ahora que me he separado de mi pareja?, ¿Cómo puedo corregir el error que he cometido?, ¿Cómo decir la verdad sin lastimar a nadie? ¿Cómo podré continuar mi vida con esta enfermedad que tengo? Señor, ¿por qué me has abandonado?, ¿por qué somos tan pocos en nuestra iglesia?

Seguramente esas mujeres que estaban junto al crucificado tenían la cabeza llena de preguntas, desconsuelo e incomprensión. Todo el camino recorrido junto a Jesús, comidas, charlas, enseñanzas, risas y llantos.

Las y los discípulos que habían abandonado todo para seguir a Jesús, sus profesiones y trabajos, sus familias y sus vínculos, luego de que Jesús es ejecutado, comienzan lentamente a volver a sus antiguas vidas: pescadores, artesanos, amas de casa, carpinteros, agricultores, comerciantes, etc. Pero ya no era lo mismo. El Señor ya no estaba.

La muerte nos quita la capacidad de razonar y de pensar, e infunde en nosotros miedo. La falta de comprensión nos oprime y nos paraliza. El miedo destruye nuestra capacidad de proyectarnos y nos clausura. Cuanto más publica se manifiesta y se muestra la muerte, más profunda es la sensación de miedo y por ende, más efectivo el mecanismo de control que se quiere impartir

La declaración de Pilatos (“lo que he escrito, he escrito”) y la afirmación de Jesús (“todo está cumplido”) entrelazan el comienzo del final, la apertura del “continuará…”

Vivir la fe desde el pie de la Cruz es un continuo “continuará” y desde ese lugar podemos vivir la fe en estos momentos, desde la esperanza en un Dios que sufre junto con nosotros y nosotras y nos consuela, así como consuela una madre a su hijo en medio del dolor, como un hermano o una hermana, como un padre que no abandona.

Solo nos queda esperar hasta el tercer día, para que Dios se muestre o no.

Ya no depende de nuestras capacidades o deseos. Todo está en las manos de nuestro Dios, quien da y quien quita, quien crea y ama, quien escucha y sostiene.

Que nuestro Dios nos bendiga y nos guarde y que el misterio de su Reino se muestre en cada uno y cada una, ahora siempre. Amén.

Pastor Jonathan A. Michel

San Vicente (Misiones) – Argentina

Correo: jonathan.axel.michel@gmail.com

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