Hagan esto en memoria…

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Hagan esto en memoria…

Hagan esto en memoria de mí | Jueves Santo 9.4.2020 | Meditación sobre el cuadro “Abendmahl” (Santa Cena), 1989, de Sieger Köder | Michael Nachtrab |

„Hagan esto en memoria de mí“ es el mandato de Jesús a sus discípulos en su cena de despedida. Esta cena era parte de la celebración de la Pascua judía. Y esta fiesta está relacionada con el llamado a la memoria cultural del pueblo judío de no olvidar nunca cómo Dios liberó al pueblo de la opresión y la injusticia egipcia y lo libró de la muerte. Pero no se trata solamente de recordar, sino de efectivamente ser arrastrado a esta historia del Dios de Israel con su pueblo. La cena vuelve a los comensales participantes del acto de liberación de Dios.

El cuadro „Abendmahl” (La última cena), 1989, de Sieger Köder también nos invita a no sólo recordar la Cena del Señor con sus discípulos, sino también a dejarnos arrastrar a la escena representada y ser participante de esta comunidad de los puestos en libertad.

A primera vista, sorprenden las diferentes expresiones faciales de los discípulos en esta mesa amontonada – a contrapelo del aislamiento obligatorio a que somos exhortados hoy.

Si dejamos pasar nuestra mirada en el sentido del reloj a través del círculo, vemos primero una cara agradecida y a su lado una cuya mirada está llena de cariño y alegría. En contraste con la anterior, podemos ver una cara que de modo muy expresivo suplica y refuerza esa expresión suplicante con una mano extendida hacía donde espera recibir ayuda. Luego vemos caras que hablan de cansancio y de miedo, de amargura y de temor. A la derecha de la puerta, podemos ver una cara hundida en una oración. A su lado, una cara que tímidamente se asoma detrás de otra cara asombrada. Al final de esta ronda finalmente una cara que expresa con su cara lo que recibe su mano con humildad. Vemos diferentes caras que hablan de diferentes caracteres y que cuentan diferentes historias de vida.

Y aún así, todos ellos están en unidos y amontonados en una comunión particular alrededor de una sola mesa. También les une – al agradecido, al temeroso, al hundido en oración y al cansado – la misma amenaza: en cualquier momento la captura por los soldados romanos podría ocurrir. Esta amenaza no es un mero producto de su imaginación paranoica. Más bien esta amenaza se plasma terroríficamente en su medio a modo de una sombra cruciforme que cubre parcialmente la mesa radiantemente blanca en el centro de la imagen. E incluso esa silueta, que pesa sobre los tres discípulos al final de la mesa, podría ser la razón de sus expresiones faciales: el temor, la amargura y el terror los desfigura visiblemente.

Sin embargo, Sieger Köder logró – tal vez por los diferentes tonos con que trabajó en el cuadro o tal vez porque el observador sabe que donde hay sombras, también debe haber una fuente de luz – que a pesar de que la silueta cruciforme quiera tener la posición central, algo o alguien en la escena no le cede ese lugar de prominencia.

Efectivamente la misma luz que hace caer la sombra de la cruz sobre la mesa y los discípulos, es la misma luz que llena la habitación con agradables tonos cálidos. Es la misma luz cálida que hace que las sombras de los discípulos caigan detrás de esta comunidad y no oscurezcan la mesa comunitaria. Sólo Judas – cual una sombre de sí mismo – está en total oscuridad al fugarse de esta comunidad.

Aunque, también aquí vale mirar bien. Debajo de su brazo hay algo que brilla, de hecho lo tiene fuertemente agarrado como si fuese algo muy valioso. Sólo podemos sospecharlo, tal vez incluso anhelarlo, pero no lo podemos saber fehacientemente: lo que brilla ahí – o mejor dicho – lo que se vislumbra a la luz cálida de la escena ¿será el pago por la traición a Jesús o un pedazo del pan de esta cena?

Mientras uno puede reconocer a primera vista las diferentes personas, la mesa, el pan, la copa, la silueta cruciforme, a Jesús cuesta reconocerlo. Pero es él que ocupa un lugar prominente en esta escena y que la vuelve dinámica. Está presente en las dos manos que parten el pan ácimo de la Pascua como lo solían hacer las manos del padre de casa. Lo comparte con sus compañeros, sus discípulos, tal vez incluso con gente con la que nadie más querría compartir ya el pan. El resto del pan está puesto sobre la mesa como si lo hubiera despedazado la silueta cruciforme. Pero aún así, pareciera que el pan permanece por encima de la sombra, no queda debajo de ella. Y si miramos este pan despedazado durante más tiempo, incluso se puede ver la particular forma que toma el pan: Chi-Ro, el monograma de Cristo.

Finalmente también podemos observar el cáliz lleno de vino. También aquí hay que mirar detenidamente, asomarse e inclinarse sobre el cáliz para ver más de lo que a primera vista se ve: en el vino se refleja un rostro. No es el reflejo de nuestro rostro, del rostro del observador sino la del anfitrión de esta mesa. Así que, aunque el observador no puede ver a Jesús a primera vista en medio de esta comunidad de la mesa, su presencia determina todo lo que sucede en la mesa. Él está realmente presente a través de sus manos que parten el pan, a través del pan despedazado hasta formar al monograma de Cristo, y a través del vino en el que se refleja su rostro.

Lo considero como una hermosa picardía de Sieger Köder. Al forzarnos a inclinarnos sobre el cáliz para descubrir allí y sobre la mesa al Cristo, nos arrastra a esta comunidad amontonada alrededor de una sola mesa. De este modo, logra de modo muy evangélico abandonar nuestra tendencia a simplemente recordar la Pasión de Cristo encerrada en su Cena para volvernos participes de esta mesa. No importa la expresión fácil con que nos asomamos a esta escena y a esta mesa, pronto entendemos que ni la más oscura expresión ni la amenaza más violenta ni la noche más oscura pueda oscurecer esta comunidad. No es que estas realidades desaparecen en medio de esta comunidad. Köder proyecta de modo muy realista aquello que amenaza y aterroriza a los discípulos precisamente en el medio de la comunidad. La tentación es grande de fijar su mirada allí. Pero cuan grande alegría cuando fijamos la mirada en la razón por la cual esa realidad amenazante apenas es una sombra.

De este modo podemos comprender que el “Hagan esto en memoria de mí” no es un mero mandato sino a la vez – y solamente por ello es mandato evangélico para la vida y no para la muerte – una promesa: quien se deja arrastrar a la comunidad de esta mesa experimentará la mesa preparada “en presencia de mis enemigos”, la unción cálida sobre la cabeza y la copa que rebosa, es decir: los privilegios de la “casa del Señor” (Salmo 23:5-6).

Michael Nachtrab

Hohenau – Paraguay

famnachtrab@hotmail.com

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