Un doble trago amargo

Un doble trago amargo

7° domingo después de Pentecostés – 19.7.2020 | Deuteronomio 5:6-15 | Pr. Michael Nachtrab |

¿Aun recuerdas tus días de esclavo? No. Yo tampoco. Tal vez se debe a que ni tú ni yo jamás fuimos esclavos. Obviamente podríamos alegar ahora que uno es esclavizado por un montón de cosas: el consumismo, el tiempo, la opinión de los demás sobre nosotros, los medios, el pecado, los poderes del mal, etc. Pero en fin y con la mano en el corazón deberíamos admitir que a la mayoría de estas cosas las llamamos solamente de modo eufemístico “esclavitud” – y no solamente porque somos engañados por los supuestas “ollas de carne” a la carte en la casa de esclavitud. A decir verdad, por lo menos yo debo decir que, gracias a Dios y a pesar de todo lo que me ata, mi dolce vita no se compara en nada a la amarga esclavitud. Tal vez esta también sea – Dios lo quiera así – tu confesión del corazón.

Pero la pregunta, entonces, es: ¿que hacer con el mandato divino de acordarnos que fuimos esclavos en la tierra de Egipto y que el Señor, nuestro Dios, cual un liberador, nos sacó de allí con mano poderosa y brazo extendido? ¿Cómo cumplir la primera tabla de los 10 mandamientos sin tener esa memoria real e histórica de una esclavitud real e histórica? ¿Cómo podemos lograr que la palabra del Señor Liberador y enemigo de la esclavitud sea más dulce que la miel a nuestro paladar?

Tal vez puede servirnos de pista la costumbre judía de recordar la esclavitud amarga de sus antepasados mediante los maror, las hierbas amargas que forman parte de los sabores a la mesa del Pesaj, la Pascua Judía. Curiosamente un famoso ciudadano de una nación esclavizadora, el médico griego Hipócrates recomendaba los extractos amarguísimos de ajenjo contra la pérdida de memoria. Y, entonces, no es de extrañar que el Dios Sanador, que promete inmunidad a quienes guardan sus mandamientos (Exo. 15:26), enmarca ese mandamiento con el doble llamado a no olvidar la esclavitud y la liberación de la misma. Por esa misma razón, debemos entender ese doble llamado como aperitivo y digestivo que facilita la digestión del mandamiento cargado para que efectivamente sea sanador para un – para Su – pueblo visiblemente herido por la opresión en la Casa de la Esclavitud egipcia – y también babilónica. Aquí no habla un dios aguafiestas que simplemente quiere cortar con tanta dulzura de la vida prometida en el país de la libertad, donde fluyen leche y miel (Exo. 3:17).

Vale constatar, entonces, que Dios no actúa como un mal médico sobre su pueblo: no lo necesita enfermar primero para luego ofrecerle un remedio salvador; tampoco le hace creer que está enfermo de modo de poder operar sobre un enfermo imaginario. No. El Dios de Israel actúa como un buen médico que no descansa hasta que su paciente este sano, hasta que este recuperado y pueda gozar de la vida en abundancia. Actúa y habla con la autoridad de un sanador que está convencido que ha encontrado la cura exclusiva para el mal que aqueja al enfermo cuyo clamor llegó a él. Por eso no le va a soltar la mano poderosa o dejar de extender su brazo. Y por eso le receta reposo. Y por eso el mismo Dios, en Cristo Jesús, dirá que da su vida en rescate por muchos (Mc. 10:45).

Esa es una parte fundamental de la dimensión sanadora de su mandamiento: la seriedad y “profesionalidad” de quien decidió atender al enfermo. Por eso liberó a los hebreos y por eso le obliga a mantenerse fiel a ese tratamiento a que le somete a ese pueblo de ex esclavos.

Pero hay una segunda parte de la dimensión sanadora de su mandamiento: el Dios sanador busca que la enfermedad que padeció su paciente, a saber: la amarga esclavitud, el hostigamiento, la amenaza a la vida, la opresión, no se siga propagando. Por eso, el reposo ha de beneficiar no solamente al paciente en sí sino a todo su entorno. El Dios que se opone a la esclavitud realmente mitiga el efecto viral de esa forma opresiva que los humanos asumieron los unos con respecto a los otros. Aquí si corta por lo sano. Y por eso, el Dios Liberador decreta que en el sábado también deben descansar los sirvientes, porque los esclavos no tienen día de descanso. Y por eso ese mismo Dios, en Cristo Jesús, dirá a los discípulos que entre ellos no debe ser así como entre los demás pueblos en que unos se enseñorean sobre otros (Mc. 10:42).

Aquí se revela el alcance global y hasta cósmico de ese tratamiento, dirigido en primer lugar a los esclavos cuyo clamor llega hasta el cielo pero que ha de beneficiar a tutti cuanti. El apóstol Pablo llamará luego ese tratamiento global y cósmico “la reconciliación” (2Co. 5:17-20). Y como un verdadero agente y promotor de salud exhorta a las comunidades: “Déjense reconciliar con Dios.” Vale recordar seriamente aquí que muchas de estas comunidades eran santuarios para esclavos y libertos.

Y te y nos lo digo otra vez: efectivamente nuestros antepasados en la fe, las primeras comunidades de las cuales nacieron otras y finalmente las nuestras hoy, en gran parte fueron esclavos para quienes el evangelio de Jesús realmente fue una Buena Nueva de libertad. Por eso, si realmente queremos guardar el mandamiento de modo que nos sirva para nuestra salud – y la salud de nuestro entorno más cercano y la de todo nuestro planeta – podemos y debemos tomar el trago amargo que significa la memoria de la esclavitud que padecieron los que nos antecedieron en la fe.

Aunque, a decir verdad, y lo quiero decir también tomando en serio el ministerio de la reconciliación que me fue encomendado, es decir como agente y promotor de la salud divina: para que este trago sea realmente uno amargo, que no simplemente corte con tanta dulzura, sino realce el efecto sanador del mandamiento, es preciso algo más, a saber: acordarnos que aún hoy hay esclavos – entre 30 y 50 millones a pesar de que ningún país lo considere legal. Y no hablo de esclavos en un sentido metafórico y tampoco sobre los trabajos mal e injustamente pagados que también los hay por doquier y constituyen una grave y constante amenaza a la vida y la paz social. Hablo de aquellas personas, niños y niñas, hombres y mujeres que no reciben paga alguna por los trabajos duros y denigrantes que realizan. Acuérdate, hermano y hermana. Que el doble trago amargo que te sirve el Dios Sanador te ayude constantemente a no olvidarlo – para beneficio de ellos y beneficio tuyo. Amén.

 

Pr. Michael Nachtrab

Iglesia Evangélica del Río de la Plata – Hohenau (Paraguay)

famnachtrab@hotmail.com

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