1ºJuan 3,1–6

1ºJuan 3,1–6

Sermón para día de Navidad 2023 | 25.12.2023 | 1º Juan 3,1–6 (Leccionario EKD, Serie IV) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Recordamos hoy una vez más el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Todos los años recordamos y festejamos este hecho. La fiesta de Navidad ya forma parte natural de nuestra vida. Se ha transformado en algo –diríamos– sobreentendido. Se supone que ya todo el mundo sabe lo que ocurrió en Navidad. Se da por sentado el significado del festejo. No nos preguntamos nada sobre él ni nos genera asombro. Si en estos días tomamos las Sagradas Escrituras y leemos los relatos del nacimiento de Jesús propiamente dichos, u otros que hacen referencia a él —pensemos en el que acabamos de escuchar— notaremos cuán distinto es el ánimo, el espíritu con que aquellos primeros cristianos nos dan testimonio del obrar de Dios. Asombro y alegría impulsa a aquellos varones y mujeres a proclamar lo que Dios realizó: en Jesús nacido en Belén de Judea, Dios se hizo humano; Dios vino a visitar a los hombres como si fuera uno de ellos, solidarizándose con todos sus sufrimientos, problemas, necesidades.

Su nacimiento en un pobre establo nos demuestra que desde un principio no desdeñó ninguna bajeza para identificarse con nosotros. Y tengamos la seguridad de que Dios no hizo esto de puro gusto, sino con una intención bien definida: entablar nuevamente relaciones con los seres humanos, reconciliarlos consigo, sacarnos del aislamiento en que nos encontramos por causa de nuestra desobediencia y oposición a él. Esto exigía quitar del camino entre Dios y sus criaturas toda huella de culpa, es decir el perdón de nuestro orgullo y soberbia. Y es precisamente ese perdón el que Jesucristo nos vino a traer en abundancia. Todo esto Dios lo hizo porque nos ama. Y tanto es su amor por nosotros, que su intención de perdonarnos y reconciliarnos consigo termina en una adopción. Por amor y gracia de Dios tenemos el derecho de ser llamados hijos de Dios.

Este es el mensaje que nos llega con ímpetu una vez más hoy, Navidad 2023. Aunque lo oigamos todos los años, no es un mensaje trillado o pasado de moda. Qué Dios se haya apiadado de nosotros y en su infinito amor nos haya convertido en hijos suyos, no es un hecho común ni sobreentendido. Dios asimismo podía haber decidido castigar nuestra maldad y tal vez incluso eliminarnos de este planeta. Lo que Dios realizó por nosotros merece, pues, nuestra total atención, máxime si nos hacemos llamar cristianos. El que es cristiano ha jurado por ocasión de su bautismo o de la confirmación de su bautismo, que con ayuda de Dios estaría dispuesto a seguir una vida en obediencia y comunión con Dios y en amor hacia sus semejantes y al resto de la creación.  En otras palabras: creyó y aceptó lo que Dios obró por él a través de Jesucristo.

El cristiano auténtico, antes como ahora, es testigo de las obras que realizó Dios y también hoy se sentirá impulsado a agradecer y a proclamar a viva voz lo que Dios hizo en Navidad. Él también es hijo de Dios y anunciará a sus hermanos y hermanas esta buena noticia: “¡Miren cuanto nos ama Dios, el Padre, que se nos puede llamar hijos e hijas de Dios y lo somos!” Como hijo/hija  adoptivo/a de Dios, el/la cristiano/a es hermano/hermana de Jesús y andará siempre unido/a a él, lo/a seguirá y se perfeccionará como él. El que es hijo de Dios finalmente también tiene esperanza en el futuro. Si Dios nos transforma de personas perdidas e incrédulas en hijos suyos, que no hará aún con nosotros al fin de esta era, cuando complete plenamente su obra. No sabemos lo que entonces Dios hará con nosotros, que destino nos tiene preparado en su reino. Pero como mínimo esperamos poder ver a Jesucristo y ser perfeccionados como él, tal como él nos lo prometió.

Toda indiferencia no será otra cosa que señal de que nos encontramos apartados de Dios, que no nos consideramos hijos de Dios, en una palabra y para decirlo en el idioma bíblico, que “andamos en pecado”.  El que anda en pecado, en desobediencia a la voluntad de Dios, es como quien no conoce a Dios, ignora sus obras, desconoce a Jesucristo. Antes de hijo de Dios será considerado hijo de este mundo. Los del mundo son agnósticos, no reconocen a Dios, no quieren tener un ser supremo que los guíe, ellos quieren ser el centro del universo. Pero es justamente a ellos que está dirigido el mensaje navideño en especial: “¡Miren cuanto nos ama Dios, el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios y lo somos!”, pues también a ellos Dios extiende su amor, también para ellos Dios realizó su obra de rescate en Jesucristo.

Dios no quiere sojuzgar al ser humano ni quitarle su libertad, al contrario, quiere liberarlo de las ataduras que lo tienen preso a su egoísmo y soberbia para integrarlo a su familia, a su comunión; sí, a la “comunión de los santos”, como lo rezamos en nuestro Credo. Finalmente, los que ya son hijos de Dios, también alguna vez fueron hijos de este mundo. Pero Dios vino a este mundo para todos y todas. Todos y todas las personas tienen la posibilidad de alcanzar la salvación. Y son los que ya son hijos e hijas de Dios los que en obediencia, amor y agradecimiento a su Padre irán a proclamar estas noticias al mundo.

No hay nada de común, sobreentendido ni rutinario en la fiesta de Navidad. Tampoco no nos debe amilanar la resignación, que a pesar de las obras y promesas de Dios, el mundo sigue siempre igual con sus males, miserias, catástrofes. Los que somos de Dios tenemos la misión de ir al mundo y llevarle las buenas nuevas de Dios. El recuerdo del nacimiento de Jesucristo, dirige nuestras miradas a las obras que Dios ya realizó por nosotros. Y nos fortalece en la esperanza de las que Dios aún va a hacer en el futuro. Esto quita de nuestra vida toda indiferencia, duda, soñolencia e inactividad. Antes nos trae consuelo, alegría y nos impulsa a ponernos en marcha para comunicar al mundo lo que Dios hizo por nosotros y para otros.

Sí, nos impulsa a transmitir al mundo lo que nos demostró a nosotros: su inmenso amor y disposición a perdonar que nos posibilita el inicio de una vida nueva en amistad con Dios y sin la pesada carga de arrastrar nuestras culpas de una vida pasada malograda. Vayamos, pues, y proclamemos con alegría a todo el mundo: “¡Miren cuanto nos ama Dios, el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios!”. ¡Aceptad a Jesucristo como hermano y dejad que Dios os haga sus hijos! ¡Haced así, para que esta Navidad sea un verdadero festejo por el amor de Dios! Amén.

Federico H. Schäfer

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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