3° domingo de Pascua

3° domingo de Pascua

Sermón para 3° domingo de Pascua (Misericordias Domini) | Texto: Hechos 3, 1 – 21 (Leccionario Ecuménico: Ciclo “B”) | (Leccionario EKD: 12° domingo después de Trinidad) | Federico Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Si bien el párrafo que acabamos de oír se subdivide en dos partes: “la curación del paralítico” y “el discurso de Pedro”, ambos relatos están íntimamente ligados: la curación brinda la ocasión para el discurso del apóstol. Así al menos nos lo presenta el evangelista Lucas, autor también de este libro de los Hechos de los Apóstoles. No podemos pensar que estos relatos son una descripción exacta de los hechos acontecidos en el trabajo inicial de la  misión. A partir de relatos orales Lucas redacta estos 50 a 60 años después de haber ocurrido. Con esto no estoy diciendo que Lucas no haya transmitido la verdad. El objetivo central del evangelista es dar testimonio de Jesucristo para convencer de su fe a su amigo Teófilo y seguramente también a muchos otros.

 

Si tropezamos con el milagro en el relato de la curación del paralítico, es bueno tener en cuenta que no podemos negar que de una u otra forma en aquellos tiempos iniciales hayan ocurrido hechos carismáticos a manos de los apóstoles. Es finalmente señal de debilidad y flaqueza espiritual de nuestras congregaciones actuales, si en medio de ellas no hay miembros con dones carismáticos. Por otro lado a medida que progresan las ciencias y la técnica, a medida que la razón va absorbiendo cada día más los impulsos de nuestro espíritu, los dones carismáticos se hacen incomprensibles, pero también hasta cierto punto innecesarios. La ciencia médica hoy en día cura o alivia muchas de aquellas dolencias que antes solo podía sanar una persona dotada de dones carismáticos.

 

Pero la ciencia es producto de nuestra inteligencia y esta a su vez no la hemos creado nosotros, los humanos. Se ha ido formando más allá de nuestra voluntad y nosotros solo la cultivamos; como los dones carismáticos es también un don de Dios. De ahí que no tenemos el derecho de poner en duda, partiendo de las circunstancias actuales, la realidad de las obras carismáticas de las que nos hablan las Escrituras. En el caso particular del texto de hoy, la curación del paralítico ante todo sirve de ilustración para corroborar que por medio de los apóstoles ocurrían actos que debían demostrar la presencia divina en el proceso de desarrollo de la primitiva iglesia cristiana: Dios revela su poder en hechos concretos de amor y misericordia.

 

El relato de la curación del paralítico asimismo brinda el marco y da el motivo para un discurso atribuido al apóstol Pedro, en el que se refleja todo el estilo de la actividad misionera en aquellos tiempos. Sí, es un verdadero modelo de la predicación evangélica hasta el día de hoy. Así es que podemos aprender mucho de ambos relatos. En primer lugar observamos la unidad que formaba al principio la predicación de la palabra y la realización de la voluntad de Dios. La palabra predicada iba acompañada de las obras ilustrativas y demostrativas necesarias para despertar y mantener vivo el espíritu misionero. Hoy por hoy falta esa unidad. Claro está que no podemos simplemente repetir los antiguos modelos. De momento no tenemos dones carismáticos para compartir. Pero en su lugar podríamos establecer nuevas formas de trabajo en las que la diaconía podría dar un respaldo viviente a las palabras de amor y misericordia, de perdón y reconciliación, de consolación y solidaridad,  de esperanza y paz. Sería la oportunidad de aprovechar los dones que hoy en día el Señor brinda a sus seguidores.

 

Las curaciones milagrosas tampoco eran algo común en la época de los apóstoles. De lo contrario no se hubiese alborotado la gente en el templo. Vaya uno a saber las interpretaciones a que era susceptible un hecho como el descripto entre el pueblo y hasta por la misma persona sanada. Curaciones en nombre de alguien, podría haber sido imaginado también como magia, práctica prohibida por la religión judía. No sabemos qué tipo de fe pudo haber tenido el paralítico, máxime no conocería a Cristo aún, como para pensar que ese nombre le podría acarrear alguna bendición.

 

En el relato Pedro rechaza de plano cualquier sospecha de que él o el apóstol Juan podrían haber sido los causantes del milagro. En su discurso se nos aclara que es Dios a través de Jesucristo quien dio fuerzas a los tiesos miembros del paralítico. Tampoco fue la mayor o menor fe del enfermo que logró algo. Es Dios el que obra; es él quien nos da la fe; es él quien otorga dones carismáticos a los apóstoles. Y es él mismo Dios que manda alivio a los arrepentidos y perdona las culpas de aquellos, que sin saber lo que estaban haciendo, entregaron y ejecutaron a Jesús. La señal que resume todo este poder de Dios es la resurrección de Jesús de los muertos. De ella son testigos los apóstoles. De la fe en esta insólita acción de Dios, los apóstoles obtienen la autoridad y el poder de curar enfermos, perdonar culpas y llamar al arrepentimiento al pueblo.

 

Ahora ya no es el pueblo de Israel solamente el que es llamado. Son todos los hombres del mundo, que al ser pecadores, es decir que viven en oposición a su creador, son corresponsables de la muerte de Jesús en la cruz, pero también copartícipes del perdón y demás beneficios de la resurrección de ese Jesús.  Es significativo que el apóstol llame hermanos a los hombres reunidos a su alrededor, aun cuando estos todavía no eran seguidores de Cristo, que justificasen el título “hermanos en la fe”. Con ello se muestra desde los principios de la iglesia cristiana una apertura y solidaridad hacia las personas de todo el mundo sin precedentes hasta ese momento. El separatismo religioso y político es superado en la nueva fe. Todos ahora son iguales y forman un solo pueblo delante de Dios.

 

A ese pueblo también pertenecemos nosotros, creyentes convencidos o no. A todos nos está dirigido el mensaje de la resurrección, del testimonio del poder de Dios en Jesucristo. También vale para nosotros el desafío frente al cual nos coloca el discurso apostólico al intimarnos a volvernos a Dios, esto es, a dar respuesta a Dios por la obra que él hizo en nuestro beneficio, a reaccionar por lo menos a su acción.

 

Llegamos con esto al punto principal de nuestra reflexión: La confrontación con el poder divino es ilustrado justamente con la curación del paralítico. El paralítico se dejó tomar incondicionalmente por el poder de Dios, se dejó transformar por él y de agradecimiento y gozo salta por los patios del templo. A este optimismo interpretativo podremos contestar, que nuestra decisión a favor de Dios será mucho más difícil que para el paralítico, ya que él no habría tenido otra alternativa en vista a una posible curación de su mal. Con todo, nos olvidaríamos que éste podría haber dicho a Pedro en apática resignación: “Si no tienes oro ni plata para darme, vete al diablo con tu Jesús de Nazaret”. Pero esta respuesta no tuvo lugar y Dios realizó su obra transformadora.

 

Este relato nos indica claramente el camino a seguir en el caso de nuestra propia decisión de fe. Cada uno será tan autosuficiente como quiera, pero está en nosotros permitir que Dios haga en cada uno las transformaciones que él quiera de buena voluntad. Él tiene poder para hacer que cambiemos de mentalidad y enfoquemos  la vida de una manera totalmente nueva y de acuerdo a su voluntad. Él nos dará la fe para confiar en su poder aun cuando todavía no lo hayamos experimentado según nuestras propias expectativas. Por descontado que Dios también tiene poder para cambiarnos en contra de nuestra voluntad. En caso de hacerlo será igualmente beneficioso para nosotros, aunque posiblemente más doloroso.

 

Y que Dios tiene el poder de realizar todo esto nos lo demostró al resucitar a Jesús de la muerte. Ese hecho es la garantía para nuestra fe y esperanza en el futuro, un futuro que está igualmente en manos de Dios. Un día Dios concluirá y dará terminación a la obra de salvación que inició en Jesucristo para todos los seres humanos. Cómo él arreglará para ese entonces todas las cosas, no lo sabemos. Mucho se ha especulado sobre ello en todos los tiempos, inclusive hace unos pocos años cuando asistimos al cambio de siglo y de milenio. Solo tenemos la certeza y la esperanza fundada en la fe, de que él hará y que esto que él haga será en bien de los humanos y la creación toda. Lo que Dios hizo en Jesucristo hace casi 2000 años atrás es el anticipo de lo que hará igualmente en Jesucristo al final de los tiempos.

 

En base a este anticipo, que es la resurrección de Jesucristo de la muerte, nosotros somos llamados por Dios a actuar en este mundo como sus colaboradores, mensajeros, siervos, testigos, administradores, cómo lo queramos llamar. Nuestra misión es hacer conocer al mundo la obra de Dios en Jesucristo; lo que ya hizo y lo que hará en el futuro. Y que es una obra que nos atañe a todos, ya que se trata de nuestra salvación; y que en el proceso actual de esa obra estamos involucrados tanto creyentes como no creyentes. Lo que nosotros haremos en estos términos con la ayuda de Dios será una transformación del mundo apenas parcial e incompleta de acuerdo a los objetivos de Dios hasta que él mismo complete estos objetivos total y plenamente.

 

Con estos pensamientos traté de fundamentar el carácter misionero que tenemos como comunidad de fe, como iglesia de Cristo. En la práctica concreta nos tocará visitar enfermos, ayudar a los necesitados, ocuparnos de los desorientados, consolar a los entristecidos, etc., en una palabra preocuparnos por los hermanos más pequeños del Señor en medio de un mundo indiferente. Estos pequeños servicios de amor y misericordia no están superados, aun cuando el mundo nos exija ayuda más diferenciada como el cambio de estructuras en nuestras sociedades, la atención a una epidemia mundial, cuestiones de trabajo y desarrollo, etc. Pero en aquellos pequeños servicios de amor que podemos realizar todos, ejercitaremos nuestra responsabilidad cristiana y conseguiremos que nuestro testimonio no sea pura palabra vana, sino un testimonio viviente como el que nos llega desde las páginas de los Hechos  de los Apóstoles.  Amén.

 

 

 

 

 

 

 

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