Crecer en la Fe

Crecer en la Fe

11.04.2021 | San Juan 20,19-31 | Stella Maris Frizs |                             

Hace una semana celebrábamos la resurrección, el triunfo de la vida sobre la muerte. Habían querido eliminar a Jesús, hacerlo desaparecer, acallarlo, silenciarlo para siempre. Pero no pudieron con él.

Él vive y camina entre nosotros. Él vive y nos mira a los ojos. Él vive y sonriendo dice nuestro nombre…

Es verdad que ni la muerte ni las apariciones de Jesús generaron fe. Al menos no la fe plena, auténtica, profunda. Esa fe llegaría después con la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés. Cuando el fuego se apoderaría de aquellos temerosos discípulos y vencieran el miedo. Para salir después a predicar el evangelio, la buena noticia.

Mientras tanto el temor seguía estando. Aún en medio de aquellas apariciones en que Jesús les infundiría paz al saludarlos y los llenaría de alegría.

Prueba de ese temor es estar ocultos, con las puertas cerradas, trabadas, atrancadas. Es que, cada uno reacciona ante el miedo, ante el dolor de la pérdida de maneras diferentes.

Quizás esa sea la razón por la que Tomás no estaba presente en la primera aparición de Jesús. Aunque eso no significa que no creía o no tuviera fe. Simplemente necesitaba hacer un proceso diferente al resto.

Y eso es algo que nos lleva a revisar nuestra propia vida de creyentes. Porque la fe es algo que debemos perfeccionar permanentemente puesta la mirada en Jesús (Heb. 12). La fe precisa ser cultivada, alimentada, fortalecida…

Pero antes de abocarnos de lleno en este apóstol que nos ha dejado un verdadero testimonio de fe, profunda y sincera, vamos a detenernos en el saludo de Jesús y en el envío.

Dice el evangelio que, en medio del gran temor (quizás justificado) porque la vida de los apóstoles corría riesgo de tortura y apresamiento, Jesús pronuncia aquel saludo de paz: “¡Paz a ustedes”! Y en verdad era más que un simple deseo. Porque la paz que ofrece Jesús es como un antídoto al temor.

En Juan 14, 27 había dicho: “Les dejo la paz. Les doy mi paz…No se angustien ni tengan miedo”

Qué confortante es que en medio de la angustia y el desconcierto, y sin que los discípulos buscaran un poco de sosiego y serenidad, la paz les llegara como un don gratuito, casi inmerecido.

Y por si aquel saludo no era suficiente, él les confirma su presencia con las marcas de sus heridas: “les mostró las manos y el costado..”

Ahora sí. Una vez que el miedo ha cedido, que el dolor da paso a la alegría, que la supuesta ausencia es vencida por las pruebas de su presencia viva, los discípulos son enviados a cumplir con la misión que Jesús había comenzado. Y que incluía también el poder sobre el pecado para perdonar.

Una tarea para la cual hacía falta el don del Espíritu Santo. Por eso Jesús sopló sobre ellos aquel aliento de vida que nos remite a la creación misma del ser humano en el Génesis.

Toda esa profunda vivencia de transformación no la pudo experimentar Tomás en un primer momento. Tampoco debe haber sido fácil para los demás discípulos explicar con palabras lo que se vive con el corazón.

Tomás necesitaba más que palabras. Necesitaba pruebas, evidencias (algo que se pudiera palpar, ver, tocar)

Y esa vivencia recién la puede experimentar ocho días después cuando Jesús se presenta nuevamente en aquella casa.

Tomás había tenido antes dos participaciones importantes. En Juan 11,16 está dispuesto a ir con Jesús hasta Judea a pesar del peligro de apedreamiento. Decidido dice: “Vamos también nosotros, para morir con él”. Y en Juan 14,5 cuando Jesús habla de preparar un lugar en la casa de su Padre y Tomás pregunta por el camino…obtenemos aquella formidable declaración de Jesús: “Yo soy el camino”.

Ahora lo encontramos ausente cuando Jesús aparece la primera vez. Lejos de la comunidad. Desconocemos la razón por la que quiso estar solo. Dijimos que cada uno vive el dolor de la pérdida de manera diferente.

Pero una semana después lo encontramos pidiendo pruebas.

Eso no significa que sea incrédulo. (Recordemos que estaba dispuesto a morir con Jesús) Simplemente necesitaba tener la misma experiencia que los demás.

Busca certezas, busca reafirmar su fe, busca creer y alegrarse como los otros. Y el resultado de esa búsqueda es una extraordinaria confesión de fe: “¡Mi Señor y mi Dios!”

Tomás no es incrédulo, sino alguien que busca profundizar su fe.

No quiere solo escuchar, quiere conocer al Cristo crucificado y resucitado.

Porque hay una diferencia entre escuchar hablar de/sobre Jesús y tener un encuentro personal con él.

Ese es el desafío para nosotros, como Iglesia, como creyentes: mostrar a un Jesús vivo, que quiere infundir paz y que ofrece vida abundante para todos. Testificar con nuestro ejemplo, nuestra fe, nuestra convicción, nuestra coherencia, nuestro estilo de vida.

Quiera Dios que la experiencia de los discípulos y la de Tomás sea la nuestra. Que también nosotros seamos transformados. Que la paz, la alegría y la fuerza del Espíritu Santo nos ayuden a vencer los miedos, las parálisis, los encierros y podamos asumir esta inmensa y necesaria tarea de ser los continuadores de la misión de Jesús. Ofreciendo perdón y vida nueva para todos.

Hoy, más que nunca necesitamos afirmar nuestra fe en medio de una pandemia que obliga al encierro, que atemoriza y que nos deja “desarmados” ante el dolor de pérdidas humanas.

Que el resucitado se haga presente en medio nuestro y sople con fuerza para ser vectores de esperanza y consuelo y para transmitir la bienaventuranza de CREER SIN NECESIDAD DE VER. Amén.

 

P. Stella Maris Frizs

Basavilbaso – Entre Ríos

stellafrizs@hotmail.com

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