7° domingo de Pascua

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7° domingo de Pascua

Sermón para 7° domingo de Pascua   (Exaudi) | Texto: Juan 17, 11 – 21 (Leccionario Ecuménico, Ciclo “B”) | Federico Schäfer |

(La predicación está dirigida a un grupo de jóvenes en la celebración de su confirmación).

Texto: Juan 17, 11 – 21    (Leccionario Ecuménico, Ciclo “B”)

Estimados jóvenes,

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Como personas llamadas por nuestro Señor Jesucristo fuimos bautizados en su nombre. No sé si todos los que estamos presentes hoy aquí, pero quiero creer que la mayoría fue bautizada. Por tanto pertenecemos a él y somos las ovejas de su corral, que tenemos plena confianza en él y lo reconocemos como nuestro pastor, que nos guía en todos los momentos de nuestra vida.

 

Somos privilegiados porque hemos sido elegidos por ese Dios que nos ha creado, que nos dio la vida y nos mantiene con vida y nos promete una vida eterna; hemos sido elegidos para formar con él una gran comunión de hermanas y hermanos donde él quiere ser nuestro padre o nuestra madre para siempre. Somos privilegiados porque nosotros no hemos hecho nada que merezca esta distinción. Y ese Dios Padre —o si queremos madre— nos pone en manos de su  hijo Jesús, que quiere ser nuestro hermano mayor, que se preocupa por nosotros así como un buen pastor se preocupa por sus ovejas. Y un buen pastor conoce a las ovejas que están a su cuidado; y Jesús conoce a todas sus hermanas y hermanos; y Dios Padre conoce a todas sus hijas e hijos. Las y los conoce por su nombre, él mismo nos llama por nuestro nombre.

 

Es verdad que son nuestros padres carnales los que han elegido nuestro nombre, quizás escuchando sugerencias de abuelos, tías, amigos. Pero si el Espíritu de Dios no hubiese intervenido en esa elección, posiblemente tampoco hubiéramos sido llevados a ser bautizados. Entonces, repito: somos llamados y llamadas a formar una gran comunión entre todas y todos y con Dios y el Señor Jesucristo. Y esto –créanme– es una gran maravilla poder estar en unión con Dios y su hijo. Por ello cantamos, alabamos y agradecemos a Dios. Esto lo sentimos por nuestra fe y nos da fuerzas para vivir a pesar de las dificultades que debamos afrontar. Y es el Espíritu de Dios que nos une; él es como la “cola” o el “pegamento” que nos une  los unos con los otros y con Jesús.

 

Pero esta comunión con Jesús y con Dios Padre no comienza recién en el más allá, sino ya es posible experimentarla aquí y ahora. Nuestra comunidad aquí en ………… es un reflejo concreto, bien material, de esa comunión, de esa gran familia de Dios —que también llamamos Reino de Dios. Sí, aunque suene increíble, esta pequeña comunidad forma parte de esa comunión mayor a la que nos quiere integrar nuestro Dios. Y en esta comunidad, como en toda familia, también existen compromisos, tareas para realizar. Nuestro compromiso principal es seguir a Jesús como las ovejas siguen a su pastor por el camino que él señala.

 

Y una tarea importante que nos es encomendada al seguir a Jesús, es la de transmitir el mensaje que Jesús en obediencia hacia su Padre nos trajo de parte de él; es comunicar a otros la Palabra de Dios; es decirle a nuestras amigas y amigos: “Vení, a vos también Jesús te quiere como una hermana, como un hermano; Jesús quiere que vos también formes parte de su comunión; él te ama, te perdona todas las cosas que te separan de Dios; él quiere guiarte hacia Dios para que puedas gozar del privilegio de ser hija o hijo de Dios.

 

Estas palabras de invitación se las debemos a todos y a todas las personas de este mundo; esas palabras de invitación no las podemos guardar egoístamente para nosotros. En la comunidad cristiana no puede haber egoísmos ni discriminaciones. Tenemos que compartir ese amor que recibimos de Dios, ese mensaje de perdón y nueva vida que nos dejó Jesús. Y si el Espíritu de Dios llena nuestros corazones, no vamos a poder dejar de compartir esas buenas noticias. Y así, estimados jóvenes, esa palabra de Dios liberadora, esa palabra de perdón y vida nueva también llegó a Uds. Personas comprometidas con el mandato de Jesús, los y las catequistas, les han enseñado las palabras de Dios, les han enseñado que a partir del bautismo Uds. también pertenecen al rebaño de Jesús, que tienen el privilegio de ser hijos e hijas de Dios. Ahora saben lo que significó eso que sus padres, madres, madrinas y padrinos hicieron con Uds. siendo niños y niñas al llevarlos a ser bautizados. Ahora Uds. están en medianas  condiciones de decir conscientemente delante de toda la comunidad presente en esta celebración y delante del Señor Jesús: “Sí, hemos aprendido las palabras que Jesús nos trajo de parte de Dios y las hemos aceptado y por eso queremos continuar unidos en la comunión que Dios nos ofrece”.

 

Uds. así reafirmarán, corroborarán, lo que vuestros padres y padrinos confesaron cuando los llevaron al bautismo. Por ello a esta celebración la denominamos “confirmación” . Ahora Uds. también estarán comprometidos en esta tarea que nos encomendó Jesús de  invitar a otros a formar parte de la familia de Dios, a decir a otros: “¡Vení, a ti también Jesús te quiere y te perdona; para vos también hay una vida nueva junto a  Jesús y a Dios!”.

 

Pero, aunque somos unos privilegiados por haber sido llamados por Jesús a su comunión, él no nos sacó del mundo. Estar en la comunión de Dios no significa vivir en una burbuja apartada del mundo. Por el contrario, Jesús envió a sus discípulos al mundo para que transmitieran su mensaje a todas las personas  hasta los confines de esta tierra.  Esto significa vérselas con el mundo. Uds. lo conocen. Allí hay mucha gente que hacen oídos sordos a la palabra de Dios y se burlan de ella; allí hay mucha gente que vive peleada, aprovechándose los unos de los otros, que no es solidaria, que no comparte sus bienes, que reacciona mal cuando les decimos que el Señor quiere que nos amemos los unos a los otros y convivamos en paz. Allí hay gente que reacciona mal cuando les hablamos de justicia o denunciamos su corrupción. Nos infunden miedo y así caemos en la tentación de colaborar en sus intenciones delictivas o callar cuando en realidad deberíamos decir la verdad.

 

Pero porque Jesús conoce al mundo y sufrió su injusticia  y maldad, pide a Dios, Padre, que proteja a sus discípulos en este mundo; que no permita que caigan nuevamente en las redes del mal. Y no pidió solamente por sus discípulos más inmediatos, sino también por aquellos que vendrían después de ellos, es decir por los discípulos de los discípulos. En esa sucesión también nos encontramos todos nosotros. No es fácil vivir  en este mundo como que no fuéramos del mundo, o sea como hijos e hijas de Dios, como ciudadanos de su Reino, pero tenemos el privilegio de ser sus protegidos y protegidas. Él no dejará que a los que formamos parte de su comunión, les ocurra daño alguno. Esta realidad nos da ánimo para continuar con valentía nuestra tarea.

 

Finalmente quiero agregar una cosa más de las que preocupan mucho a Jesús. Como la vida en este mundo no es fácil y él sabe que nuestros egoísmos y ansias  de poder rápidamente nos llevan a disensiones y enemistades, a la falta de solidaridad y desunión, también intercede por nosotros pidiendo a su padre que nos mantenga unidos y unidas, en unión entre nosotros y en unión con él y su padre. Así como Jesús es uno con Dios Padre, así también él quiere que todos seamos uno entre nosotros. No podemos decir que aceptamos estar en comunión con Dios, si entre nosotros estamos divididos, sea por la razón que fuere.

 

Luego celebraremos la Santa Cena, que también llamamos comunión, compartiendo juntos el pan y el vino, el cuerpo y la sangre de ese Jesús que se dio totalmente por nosotros y nosotras. Quiera Dios que entonces podamos estrecharnos todos y todas en esa gran familia que Dios siempre de nuevo desea construir. Amén.

 

 

 

 

de_DEDeutsch